El próximo sábado se celebra el 400 aniversario de la muerte de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes, dos grandes ‘monstruos’ de la literatura: uno en el campo de la dramaturgia y la poesías (sus sonetos en versión original son una verdadera delicia), y el otro en la prosa, aun cuando el segundo escribiera también poesía. Sus textos, en un sinfín de ocasiones, han sido estudiados en profundidad, sin observarse semejanza alguna entre los dos grandes escritores. Solo es bien cierto que Cervantes desconocía por completo la obra de Shakespeare, pero que este, según los expertos, pareciera estar de acuerdo en que por lo menos leyó la segunda parte de El Quijote. Pero qué más da.
Y sin salirnos de la misma senda, mientras que en el caso de Cervantes España centraba su autoridad en el Nuevo Mundo, don Miguel trabajaba como recaudador de impuestos en Andalucía; solo que como era un viajero incansable, participó en la batalla de Lepanto, contra la armada turca, cuya batalla tuvo lugar el 7 de octubre de 1574, y acabó mal. Solo que según el propio Cervantes fue: ”la más memorable y alta ocasión que no vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”. Capturado por piratas berberiscos. Y tras cuatro intentos de fuga y cinco años y medio de cautiverio, el autor de El Quijote fue finalmente liberado. En cambio, nadie sabe que Shakespeare hubiera viajado alguna vez al extranjero. Sí que su primer trabajo se tradujo en Alemania en 1762, nada menos que casi siglo y medio después de su muerte. También que su fama comenzó tras su traslado a Londres, donde adquiere popularidad por su trabajo para la compañía Chaberlain´s Menn. Pero todo esto ocurrió no antes de haberse regulado los montajes de teatros. Ni olvidamos que Shakespeare inicia su andadura en el teatro cuando este estaba pasando por una profunda transformación, pues en sus principios no se parecía en nada en lo que fue después, ya que entonces trataban de entretenimientos bárbaros, como peleas de osos encadenados a perros. O que las mujeres no podían participar como actrices, por lo que debían ser sustituidas por jóvenes varones. Solo que con el paso del tiempo, semejante barbaridad fue cambiando, a la vez que adquiría prestigio. Así, en sus comienzos, las obras se representaban en los patios interiores de las posadas, a veces llenos de suciedad; aunque en lo sucesivo debían conseguir el visto bueno de la autoridad competente.
Y volviendo a Cervantes, de quien habría que resaltar la poesía y el teatro, es cierto que siempre sintió una cierta frustración, por lo que nunca llegó a ser ni poeta ni dramaturgo de fama. Él mismo lo dice en esto versos por todos conocidos: “Yo, que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo”. Pero a lo que no le cabe ni un pero son a sus novelas, yendo a la cabeza el Don Quijote (I y II parte) y sus maravillosas Novelas Ejemplares.
He aquí a dos grandes monstruos de la literatura, tan parecidos y tan diferentes al mismo tiempo. Aunque hermanados por su potencial literario y otras circunstancias, después de 400 años de su muerte, hoy continúan siendo creadores de cabecera de la literatura universal.
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