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Asumiendo los riesgos del pensar que no se deja convencer

"Ser valiente es buscar la verdad, aunque el camino nos lleve al abismo", Miguel de Unamuno, “Niebla” (1912)
Lisandro Prieto Femenía
viernes, 2 de junio de 2023, 08:55 h (CET)

El día 12 de octubre de 1936, Miguel de Unamuno nos regaló una reflexión eterna, que puede ser leída, vista y escuchada en cualquier momento de la historia, y en cualquier parte de nuestro planeta, expresada así: “venceréis, pero no convenceréis”. Hoy quisiéramos analizar dos aspectos de su discurso pronunciado ese día en la Universidad de Salamanca: en primer lugar, trataremos de comprender la crucial diferencia entre “vencer” y “convencer”, en el plano del desarrollo político y, en segundo lugar, encararemos la dolorosa hermosura que encarna el valor de un pensador que se anima a decirle en la cara a los opresores, con total elocuencia y contundencia, la más cruda de las verdades que se pueda pronunciar: la violencia es la única herramienta que demuestra el fracaso de los poderosos y de las masas estúpidas, en tiempos donde urge pensar con claridad para evitar calamidades.


Es necesario que contextualicemos lo dicho por Unamuno en su escenario histórico, puesto que nuestros jóvenes lectores tal vez desconocen la composición epocal del escenario que dio lugar al precitado hecho de valentía sin precedentes: mientras Miguel pronunciaba estas palabras sumamente provocadoras delante de la esposa de Francisco Franco (quien no necesita presentación alguna), José María Gil-Robles (líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas) y el fundador de la Legión Española, José Millán Astray, un militar que se erigía como el más ferviente defensor del franquismo, quien tenía el poder de eliminar a Unamuno de la faz de la tierra, si se lo hubieran permitido. Como ven, caros lectores, a diferencia de nuestros enojos, patéticos pataleos y grandes proclamas vacías y quejosas en redes sociales, éstos si que eran cojones: cantarle las cuarenta a un rancio y bruto militar, de manera elegante y tajante, de cara, y frente a un público que casi en su completitud apoyaba la sinrazón propia de la lógica de la eliminación de cualquier contrincante (“¡Viva la muerte!” tal vez se escuchó gritar en la sala).


Pero esto recién empieza: a Unamuno se le permite dar su discurso al poco tiempo de perder la Universidad su autonomía y pasar a manos de un nuevo rector servil y de militares que la custodiaban atentamente. En esa situación, el gran Miguel no tuvo mejor idea de realizar una defensa de la libertad de pensamiento frente al autoritarismo y la imposición de una ideología por la fuerza. A diferencia de nuestro autor, actualmente vemos cómo en los altos centros de estudios académicos dicha imposición no se realiza a fuerza del fusil, sino de su reemplazante, el financiamiento, y lo que no vemos es a los académicos despotricar contra tal avasallamiento disfrazado de pluralismo.


Cuando Unamuno sostuvo que la barbarie “vencerá”, reconocía que la fuerza militar de Franco tenía chances significativas de “ganar” la guerra en términos fácticos de confrontación de poder militar sobre poder civil. Siguiendo con el paralelismo de nuestro tiempo, también es evidente que las agendas rentadas por políticas globalistas direccionadas tienen, y tendrán durante un buen tiempo, el dominio del monopolio del financiamiento de políticas educativas transversales a todos los Niveles y Modalidades, siendo sus detractores inmediatamente catalogados de fascistas conservadores e intolerantes, desplazados de sus puestos de trabajo o silenciados mediante los nuevos arsenales disponibles: la censura en nombre de lo políticamente correcto, la difamación naturalizada y el escrache legalizado.


Pero al igual que el salvajismo descrito por Unamuno por parte de la falange, es necesario decirle a los nuevos “vencedores” de la presente batalla cultural: Uds. no convencerán por mucho tiempo. La imposibilidad de sostener un régimen autoritario y alérgico al pensamiento crítico es posible básicamente por la dificultad en la que se encuentra el discurso dominante de ofrecer persuasión mediática, pero sin argumentos y razones que se liguen un poquito a la realidad cotidiana de los mortales existentes fuera de Netflix y Disney. Y esto sucederá, tarde o temprano, cuando sea imposible contener el daño que produce la legitimidad moral y ética de las acciones promocionadas por la violenta costumbre de pretender desplazar por completo a todo aquel que no se inscriba en las primeras filas del pelotón de los repetidores seriales de máximas incoherentes y contraproducentes para la comunidad.


Al igual que Unamuno en Salamanca ese octubre de 1936, es preciso tener el valor de expresar la resistencia intelectual y moral frente a cualquier tipo de autoritarismo que busque silenciar, censurar, cancelar, aniquilar y depredar cualquier ápice de reflexión disidente y pensamiento crítico, puesto que la “victoria” auténtica no radica en la imposición mediante la fuerza, sino en la convicción que persuade mediante el diálogo agónico entre antagónicos con una argumentación que recupere cierto grado de racionalidad.


Como habrán podido apreciar, la cita de Miguel de Unamuno trasciende completamente cualquier contexto histórico y se ha transformado en un lema universal para simbolizar la importancia real que tiene la libertad de pensamiento y de expresión en el marco del respeto por la sincera diversidad de opiniones mediante una comunicación que supere la patética teatralidad de la emocionalidad que se ofende pronto, y razona poco, bastante poco.


Ante la cobardía preponderante, facilitada por la presión imperante presente en toda época, recordemos qué significa tener el “coraje de pensar”. Si bien Immanuel Kant nunca lo expresó de esa manera, se puede leer entrelíneas en su obra filosófica, la cual fue particularmente influyente justamente por promover su enfática proclama a favor del pensamiento crítico (“Sapere aude!”, “atrévete a pensar por ti mismo”). Su pensamiento es una invitación a desembarazarse de “lo ya resuelto” y a enfrentar con valentía las ideas preestablecidas para formar juicios independientes que nos permitan superar esto que posteriormente Heidegger llamó el ámbito del “se dice”. En definitiva, lo que Kant quiso legarnos al respecto es la necesidad de abrazar el uso de nuestra razón para no depender ciega y estúpidamente de la autoridad circunstancial o de la tradición y así poder sacar nuestras propias conclusiones.


Y sí, amigos míos, cuando uno opta por no ser rebaño se enfrenta inexorablemente a la total soledad que produce la pretendida diferenciación de la masa aplaudidora de atrocidades irracionales.


Hannah Arendt sostuvo en su obra “La condición humana” (1958) que cada pensador es siempre un solitario, y que el pensamiento pretendidamente original es pensamiento solitario. Aquí vemos que la soledad se mueve en dos direcciones y sentidos: el primero, es el de la necesidad de alejarnos del ruido del “se dice” para contemplar la posibilidad de emplear juicios propios y, en segundo lugar, la distancia que se produce entre “los nuestros” y “los otros” y “nosotros” cuando decidimos tener las agallas de pronunciar nuestro desacuerdo ante lo que se presenta como indiscutible y que se impone sin ser discutido.


¿Por qué a los seres humanos nos sucede esto siempre, sea cual fuere la época que analicemos? Nietzsche nos dirá en su Zaratustra que, así como cada época tiene sus propias problemáticas y desafíos, también trae consigo sus propios conformistas, que no son otros que aquellos que han decidido, en lugar de pensar con cierta creatividad o pretensión de originalidad, se someten placenteramente a las opiniones predominantes. Lo que Nietzsche propone, en contraposición a la típica comodidad de los que abandonan voluntariamente el pensar, es la idea de un individuo libre y verdaderamente capaz, que busque la autenticidad en la excusa de una soledad que aparentemente duele, pero que es a su vez la condición de posibilidad para crear sentidos.


En la búsqueda de sentido serán pocos quienes estén dispuestos a acompañarnos, puesto que no es nada fácil desembarazarse de las plácidas restricciones impuestas por las modas que nos dan masticado y deglutido lo que debemos decir y “pensar”. En este sentido, la soledad es aliada del impulso que resiste a la resignación propiciada por las exigencias culturales violentas disfrazadas de manera multicolor, las cuales dicen hacer una cosa y en la práctica restringen cualquier posibilidad de diálogo profundo y reflexión divergente.


Dicho esto, es preciso que no seamos tan beligerantes con los adeptos al silencio que naturaliza agendas autoritarias: no basta con justificar dicha pasividad a la comodidad, sino también es necesario admitir que junto con la soledad acompaña un gran peligro: Unamuno se salvó del balazo por ciertas influencias políticas y por la providencia divina, puesto que se compró todos los números de la lotería, pero no todos tuvieron esa “suerte”, ya que desde Sócrates hasta nuestros días el contador de víctimas por la opresión al pensamiento crítico no para de rodar. No, no lo balearon ese día, pero sí, se dedicaron a intentar arruinar su vida hasta su último suspiro, impidiéndole siquiera caminar por sus calles y veredas en paz y no contentos con ello, al cerrar definitivamente sus ojos, tomaron su cadáver de trofeo, intentando arrebatarle dignidad a él y a su familia.


En otras palabras, amigos lectores, decir lo que pensamos siempre nos coloca en un lugar de riesgo que nos traerá en la vida varios momentos amargos e injustos pero que valen la pena en cada segundo de su transcurrir, puesto que son la constatación fáctica que no hemos venido al mundo en vano: no podemos evitar que eventualmente nos venzan, pero sí que nos convenzan.

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