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El día 12 de octubre de 1936, Miguel de Unamuno nos regaló una reflexión eterna, que puede ser leída, vista y escuchada en cualquier momento de la historia, y en cualquier parte de nuestro planeta, expresada así: “venceréis, pero no convenceréis”. Hoy quisiéramos analizar dos aspectos de su discurso pronunciado ese día en la Universidad de Salamanca.
No sé hasta qué cota de podredumbre llegaremos en nuestra querida España con este gobierno formado por comunistas y socialistas, liderado por un plagiador, embustero y traidor apellidado Sánchez, apoyado por herederos de Eta, separatistas y antiespañoles (vigilados a corta distancia por Pablo Iglesias) donde una indigente intelectual (la ministra Irene Montero) se ha permitido insultar y denigrar al conjunto de los jueces y todos se quedaron tan panchos.
No hay político, que se precie de serlo, que no meta, en la primera ocasión que pueda, esta frasecita que, junto a “sin duda de ninguna clase”, esgrimen a cada momento para resaltar la convicción plena en sus razonamientos o en sus decisiones. Estas “verdades inquebrantables” duran lo mismo, en sus palabras y hechos, que las pompas de jabón que hacen mis nietos con un canuto de plástico.
Tomás Díaz Ayuso se ha pronunciado por primera vez tras el escándalo de las comisiones que cobró por la venta de mascarillas a la Comunidad de Madrid en los peores momentos de la pandemia del coronavirus. El hermano de la presidenta regional ha asegurado que está siendo víctima de una "cacería política". "Los Ayuso siempre somos unos gitanos. Tenemos siempre que estar jodiéndola y vendiendo guarrerías. Nunca lo hacemos bien".
Cuando era pequeña y me desenredaba el pelo mi madre, siempre me decía “para presumir hay que sufrir”, yo odiaba esa frase, siempre he tenido el pelo largo, y con cada enredo se me caían dos lagrimones, pero ahí seguía yo, aguantando el sufrimiento y con la imagen en mi mente de mi melena suelta meciéndose con el viento y conquistando cualquier corazón que se me cruzara en el camino.
Un par de veces por semana tengo la oportunidad de detenerme en la lectura de una serie de grafitis que decoran las paredes de un despacho al que tengo que acceder obligatoriamente. El aspecto de las oficinas modernas discrepa totalmente de aquellas tristes y austeras dependencias en las que sufridos chupatintas con manguitos redactaban y conservaban unos legajos llenos de sellos, pólizas y firmas, contenidos en unas viejas carpetas atadas con unos lazos rojos.
Esta frase la he oído, como decían los latinos “a teneris unguiculis” (desde que tenía tiernas las uñas, es decir, desde mi niñez). Nos la decía nuestra madre cada vez que venía al caso. Soy miembro de una familia numerosa de cuatro hermanos todos ya de edad provecta, pues bien, no recuerdo que hayamos discutido en ningún momento. ¿Cómo es posible eso? Simplemente, porque nuestra madre estaba sobre nosotros para sembrar paz y concordia.
Esta corta frase con la que titulo este escrito la pronunció el 6 de diciembre (Día de la Constitución) el actual habitante de La Moncloa. Sánchez instó a “cuidar la Constitución” algo que conlleva a su juicio a cumplirla “de pe a pa”, desde el primero hasta el último de sus artículos. Cuando oí esta frase lapidaria (que me recordó al “no es no”) pensé: este tío viene con sus frasecitas de pijo tonto para deslumbrar a sus seguidores.
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