Mala educación, falta de respeto, insumisión y desarraigo familiar; estas características se puede decir que serían aplicables a una gran parte de las nuevas generaciones, estas que han nacido en tiempos de paz, de bonanza económica y que han recibido de sus padres todas las facilidades para que pudieran afrontar su existencia en mejores condiciones de las que tuvieron ellos cuando, en tiempos en los que se trabajaban más horas, se cobraban salarios más bajos y la adquisición de cosas superfluas, entendiendo por ello artículos de “lujo” como: lavadoras, lavavajillas, motos, coches, etc.; requería muchos años de ahorro y, aún así, si se tenían otras necesidades mas urgentes que atender, como era pagar los estudios, atender a los enfermos, comprar ropa, pagar las hipotecas o las facturas de los suministros, como agua o electricidad; se aplazaban indefinidamente las adquisiciones de todo aquello que no fuera del todo imprescindible.
Se habla del descontento de aquellos jóvenes que han accedido a las universidades y se han encontrado que, cuando han concluido sus estudios, no han encontrado puestos de trabajo adaptados a sus conocimientos. Se lamentan de que, muchos de ellos, a causa de la crisis que durante siete años ha venido asolando nuestro país, han tenido que salir al extranjero en busca de un empleo adecuado a sus estudios. ¡Qué hubieran pensado si, como sucedió en España, los años llamados “del hambre”, se hubieran visto sometidos a las penalidades que, por aquel entonces, afectaban a la mayoría del pueblo español! Tiempos de jornales de 36 pesetas, del estraperlo y de las horas extraordinarias para poder llegar a final de mes; que obligaron a miles de compatriotas a emigrar a Alemania y otros países de Europa, aceptando los trabajos que les daban, generalmente en el campo y la construcción, porque no tuvieron la suerte de recibir la educación que han podido recibir los que ahora reniegan de su suerte, a costa de los sacrificios de sus antecesores.
Hay muchos españoles que han trabajo duramente, que han prescindido del ocio, de las vacaciones y de toda clase de gabelas que hoy, para la mayoría de los que se quejan de su suerte, constituyen derechos indispensables, como es viajar fuera de España o tener un automóvil, un ordenados, un móvil o disponer de un piso en propiedad, para poder formar un hogar o disponer de dinero para vestir a la moda. Sus antecesores se conformaban con la bicicleta, la moto de pequeña cilindrada o el transporte público, si lo había y, cuando se lo permitían sus ajustadas economías, regresar unos días a su pueblo de origen, desde las grandes urbes en las que trabajaban en las fábricas, servicios o la construcción, donde estaban obligados a vivir en las viviendas “protegidas” sitas en los extrarradios urbanos.
Resulta impactante que, unos niños mimados, unos verdaderos privilegiados de la fortuna, que han tenido la suerte de nacer en un país como España, donde han podido formarse y adquirir un estatus intelectual muy superior al de sus padres; cuando el destino, como ha venido ocurriendo desde que el mundo es mundo, a través de todas las etapas históricas por las que ha pasado la humanidad, a decidido que nos azoten desgracias, la crisis se cebe en nuestra economía, lo mismo que ha sucedido con el resto de naciones de nuestro entorno, y llegan los años de los llamados tiempos de “vacas flacas”, parafraseando la famosa historia bíblica de “José y sus hermanos”; estos niñatos, en lugar de aprender a afrontar como hombres las adversidades, asumir con serenidad su cuota de adversidad e infortunio, lo único que se les ocurre hacer es protestar, recriminar a quienes no tienen responsabilidad o, aunque pudieran tenerla, no han podido evitar que, circunstancias provenientes de otras ubicaciones geográficas nos hayan afectado, como ha ocurrido con la mayor parte de las naciones del mundo; con la pretensión imponernos sus propias recetas, sus utopías (en ocasiones de una infantilidad manifiesta), sus elucubraciones comunistas trasnochadas y sus métodos totalitarios como si, por inspiración divina, hubieran sido dotados de la capacidad de hacer milagros, en un mundo que, por desgracia, no suele ser recipiendario de tales dones celestiales.
Claro que todo tiene una explicación, cuando el país ha estado durante un largo periodo de tiempo gobernado por quienes han dedicado todos sus esfuerzos a dar un cambio a la sociedad, como ha sido el caso de los socialistas. Las filosofías relativistas; las leyes que han coartado la autoridad paterna en las familias; la incitación al abandono del domicilio familiar; una falsa valoración de la libertad entendida de un modo absoluto, sin limitaciones, los efectos del abandono del hogar por parte de las mujeres, para trabajar en oficinas, talleres, profesiones, la milicia etc.; ha comportado que sus hijos hayan sido ubicados antes de tiempo a parvularios, campamentos, locales de acogida etc. lo que ha producido que el tiempo de convivencia de madre e hijos haya quedado reducido, prácticamente, a unas escasas horas al día, si sus horarios coinciden o a los fines de semana. Y, en este caso, cuando los padres no deciden dedicarlos a estar con sus amigos o a viajar. El necesario contacto padres e hijos, y ya no hablemos en los casos de familias monoparentales a causa del divorcio de los padres o, simplemente, por inseminación artificial de solteras que han elegido este tipo de vida.
¿Qué se les puede pedir a estos chicos, criados en manos de abuelos sin autoridad sobre ellos; cuya única compañía es la de amigos que, seguramente, compartirán los mismos problemas familiares? ¿Quién vigila a estos niños de 15 años que se esconden para tomar drogas y que, una vez enganchados, no dudan en empuñar un cuchillo para robar al primero que se les pone por delante? Nos preguntamos cuál es la educación que les dan estos padres que agreden a los maestros, que se desgañitan contra los árbitros en el partido en el que juega su hijo o que les incitan a darles palizas a sus compañeros de clase para demostrar quien es el que manda en la clase. ¿En realidad saben, estos pobres muchachos, que han de respetar a una persona mayor; que han de ceder al paso a las señoras o que en los transportes públicos han de ceder sus asientos a los viejos, tullidos, señoras embarazadas etc.? Para ellos no existe más que su propio ego y su libertad ilimitada que, a su criterio, está por encima de la del resto de las personas y que no cede más que ante el más chulo, el más matón y descerebrado de sus amigos de pandilla.
Y aquí entramos en otra consideración: la corrupción de la lengua. Si en la autonomía andaluza a través de el II Plan de Igualdad de Género de la Consejería de Educación de la Junta Andaluza ( un nombre muy rimbombante por tan escasa materia gris de los funcionarios que integran dicho organismo) unos políticos incompetentes han decidido cambiar el idioma castellano y, asumiendo funciones que no les competen, propias de la Real Academia de la Lengua,, pretenden obligar a los estudiantes andaluces a utilizar un lenguaje que “no sea machista” para lo cual “han establecido unas pautas para acabar con el leguaje sexista en las aulas”. Un plan que, según el portavoz del PP, señor Garrido, pretende “hacer una educación inclusiva, con lo que consiguen que no se hable español, un plan que denota una profunda ignorancia del idioma castellano”. Unos ejemplos ayudarán a ilustrar semejante memez: las profesoras deberán dirigirse a “alumnos y alumnas” que están formados por “chicos y chicas”; los políticos serán “clase política”; los andaluces y los españoles, serán “población andaluza” y “población española”; los estudiantes “ellos y ellas” no se dirigirán a sus profesores sino a su “profesorado” (¿porqué no a profesores y profesoras?); y si sus padres se encuentran sin trabajo no serán parados, sino “personas sin trabajo”. Ni a propósito se puede buscar una estupidez de tal magnitud.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, es difícil entender que, en un país como España, de la raigambre cultural e histórica del pueblo español, se pueda llegar a un grado de analfabetismo político, a una situación tan penosa de decadencia intelectual y a una denigración tal del sentido común de determinadas capas sociales, que las pueda llevar a votar a semejantes personajes, para que los representen en un hipotético futuro gobierno de la nación. ¡Dios nos ampare si caemos en sus manos! Claro que: en el castigo tendrán su penitencia.
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