La literatura politológica lleva más de 30 años intentando dar explicación al auge de los partidos de extrema derecha en Europa, y ante los resultados de las últimas elecciones, considero personalmente que en España tenemos un problema, y tenemos que poner este debate encima de la mesa.
Hasta ahora los pocos esfuerzos se han centrado en dar una explicación desde el lado de la oferta al problema, solo teniendo en cuenta cuestiones como la ideología o el liderazgo que pueden alcanzar estos “partidos políticos”, pero para centrarnos y ver el problema de fondo, entiendo que debemos plantear este análisis desde el lado de la demanda que ofrecen como, por ejemplo, a través del nativismo, las actitudes antiinmigración, antiglobalización, o anti-establishment.
En la actualidad, la realidad de los fenómenos sociales como la enorme crisis de los refugiados, la crisis económica en la que está inmersa Europa, el inestable crecimiento económico, la globalización, la progresiva desilusión con la Unión Europea, con su moneda única, y su posición en el conflicto ucraniano, la creciente pertenencia o no de la sociedad en las cuestiones culturales (ecología, género, inmigración, etc.) situaciones en el debate político que han permitido que la nueva extrema derecha consiga un mayor respaldo electoral.
Hasta finales del siglo XX, podemos ver como el votante típico pertenecía a la clase media tradicional , pero desde hace dos décadas, no solo recibe apoyo de la clase media tradicional, sino también de amplios sectores de la clase trabajadora (trabajadores manuales, trabajadores de cuello blanco de categorías inferiores y desempleados), esto puede ser traducido a día de hoy por la globalización del mercado de trabajo, donde es imprescindible poner el énfasis en la formación continua para adaptarse a las necesidades de dicho mercado, que lleva a la desprotección de los trabajadores manuales poco cualificados que pueden ver en las propuestas de estas formaciones movilizantes una salida a sus problemas, así como el rechazo a los inmigrantes, considerados como los enemigos externos, y la crítica a los partidos políticos tradicionales, concebidos como los enemigos internos.
Entre los modelos explicativos del apoyo electoral a la extrema derecha, algunos hemos tratado de buscar entre las características sociodemográficas del electorado, especialmente en contextos de estrés y cambios cíclicos macroeconómicos, los patrones de apoyo a este tipo de partidos, pero vemos que no es suficiente, por lo que debemos verlo desde la base.
El núcleo ideológico de la nueva extrema derecha está constituido por dos pilares fundamentales: el nacionalismo y el populismo. El éxito electoral de la nueva extrema derecha se debe fundamentalmente en sus dos principales discursos políticos: el xenófobo, hostil con lo diferente y lo foráneo; y el populista, que toma partido a favor del pueblo y en contra de las élites. Conviene subrayar, respecto al nacionalismo, que, aunque todos los partidos de la nueva extrema derecha son nacionalistas, no todos los partidos nacionalistas son de la nueva extrema derecha. Por esta razón algunos analistas prefieren utilizar el término “nativismo” en vez “nacionalismo” para describir esta dimensión ideológica primordial de estas formaciones políticas. El nativismo sostiene básicamente que los Estados deben ser habitados exclusivamente por miembros del grupo nativo, estableciendo una equivalencia entre el Estado y la nación. En Francia, por ejemplo, no cesa de repetir Marine Le Pen, la nación es el Estado, y el Estado es la República, conviene dejar claro que el racismo no ha desaparecido del discurso xenófobo: se ha eclipsado el viejo racismo biológico, pero ha surgido un nuevo tipo racismo centrado en lo cultural, igual de peligroso y rancio.
La perspectiva histórica la hemos abandonado y marginado de nuestras vidas, al igual que las ganas de aprender a valorar lo conseguido, hemos normalizado hablar, por ejemplo, de los musulmanes como invasores, pero de los visigodos como “los forjadores de España”, o calificar los derechos humanos como “una cosa de progres”, todas esas narrativas, aunque parezcan imposibles siguen a la orden del día en pleno 2023, y con la tasa de escolaridad más alta de la historia de este país. Cabe decir, respecto al discurso populista, que expresa más una protesta y una crispación que unos valores. Dicho discurso no es una apuesta ideológica sobre cómo organizar social y políticamente la sociedad, sino un recurso para movilizar políticamente al electorado. Este discurso exalta la virtud del pueblo frente a la perversión de la élite (sobre todo política y cultural, pero no la económica).
El debate público sobre la redistribución de la riqueza ha sido marginado en la sociedad, así como todas las cuestiones culturales (inmigración, ecologismo, feminismo, despoblación, derechos de los animales, eutanasia, etc.). Con otras palabras, el eje económico izquierda-derecha ha perdido centralidad frente al eje de valores izquierda-derecha en la sociedad europea y española. No es de extrañar entonces que la actual crisis de la despoblación, cuestiones de género, valores humanos y otras cuestiones relativas a valores hayan espoleado el debate sobre temas culturales, y a quienes se quedan fuera de estos debates sean el caladero perfecto del crecimiento de la nueva extrema derecha.
No se puede tolerar, ser indiferente, mirar por otro lado y no hacer nada ante el peligro que representa el avance de estas ideologías, y no caer en la protesta y la crispación y hacer más caso al programa para preservar las conquistas sociales, históricamente adquiridas en derechos y libertades, y no alimentar el odio y el enfrentamiento público y si apoyar a quienes quieren defender, alimentar la paz, solidaridad y defender la convivencia social.
|