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Decía Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos de 1933 a 1945: «en política, nada sucede por accidente. Si sucede, puede apostar a que fue planeado de esa manera». La significativa victoria que acaba de obtener en Turingia (Alemania) no es casualidad, como tampoco es un accidente que, en conjunto, sea la segunda fuerza del Parlamento Europeo y su influencia aumente en todo el planeta.
El pasado Junio y en estas mismas páginas al final de uno de mis artículos afirmaba que un nuevo partido de extrema derecha ha nacido en España, el Partido Judicial Español. Y los hechos me están dando la razón, una facción mayoritaria de los togados de la cúpula judicial, sin haber pasado por las urnas, se han constituido en juez y parte para ir contra los poderes legislativo y ejecutivo.
Cuando se comenzó a hablar de una Ley de Amnistía el expresidente Aznar lanzó un mensaje a los suyos: “quien pueda actuar que actúe”. Inmediatamente una parte de jueces y fiscales se adhirieron a tan sibilina llamada a boicotear la aún nonata ley. Un grupo de fiscales del Supremo se constituyeron en punta de lanza para impedir la aplicación de la amnistía contra la opinión del Fiscal General del Estado.
La extrema derecha ha progresado en las elecciones al décimo Parlamento Europeo. Esta espera dar sorpresas en las legislativas francesas y parlamentarias británicas de inicios de julio y lograr que en EEUU Donald Trump vuelva a la presidencia. Del 6 al 9 de junio, 27 países fueron a votar para nominar a la Eurocámara. De todas los siete grupos parlamentarios, solo crecieron los tres de la derecha, mientras se estancaron los dos de izquierdas y retrocedieron los dos intermedios.
Si el futuro de España es Europa y Europa gira a la derecha, España ha de optar por avanzar en la derecha moderna diseñada en el resultado de las elecciones europeas pasadas o anclarse en el pasado que representa la izquierda. Ancla impuesta por una socialdemocracia agotada a cuestas del radicalismo que anida en el sanchismo; con compañías y pelajes varios, no siempre compatibles.
Los resultados de las elecciones europeas no pueden sorprender. Muchos veníamos advirtiendo que el ascenso de la extrema derecha y la impotencia de la izquierda son fenómenos que avanzan en paralelo y se alimentan uno a otro. La pregunta que encabeza la portada de mi último libro lo plantea claramente: ¿Cómo construir un mundo mejor cuando se extiende la extrema derecha para evitarlo y la izquierda no sabe cómo hacerlo?
Escribió Walter Benjamín que lo hecho nunca está definitivamente hecho y que, por tanto, lo peor puede volver. Desde hace tiempo, comprobamos que es así: los partidos de una extrema derecha que creíamos desparecida, o al menos reducida a la mínima expresión desde hace décadas, vuelven a tener influencia política decisiva, e incluso gobiernan en algunos países de gran relevancia.
Las últimas elecciones en la Comunidad Valenciana y otros lugares llevaron al PP a un matrimonio de conveniencia con la extrema derecha. A partir de ese momento en el País Valenciano, una vez la derecha extrema y la extrema derecha llegaron al poder se abrieron batallas que dormían hace años en el cajón del olvido.
El pasado noviembre, Trump prometió “extirpar de raíz… a los matones de la izquierda radical que viven como alimañas dentro de los confines de nuestro país”. Hace unos días, una candidata de su partido a superintendente de escuelas públicas en Carolina del Norte decía que los republicanos que siguen la Constitución “necesitamos matar a los traidores».
Desde hace unos días, el tráfico por las carreteras, no sólo las españolas, y por algunas ciudades es alterado por la presencia de tractores empleados por sus propietarios, los agricultores, para impedir con su presencia en la vía pública la circulación y mostrar así su protesta ante las autoridades por la situación que está atravesando la agricultura.
Desde las Corts valencianas nos llega una amenaza preñada de odio de parte de su presidenta, Llanos Massó, ultracatólica y antiabortista militante de VOX, que ha aceptado a trámite una Iniciativa Legislativa Popular presentada por Juan García Sentandreu, conocido militante de la extrema derecha española.
Hace unos días he estado en València pisando de nuevo las calles por las que desde mi exilio voluntario, hace años, no había vuelto a pasear durante tantos días. València ha dejado de ser “una ciudad tan puta que asusta a los viandantes”, como la describí hace años en uno de mis poemas, para pasar a ser una ciudad llena de turistas que pueden llegar a crear barrios totalmente 'gentificados' en algunas partes de la ciudad.
Chile puso término el domingo a un largo e infructuoso proceso para una nueva Constitución con el plebiscito en el que triunfó la opción “En contra”, dando un contundente rechazo de 55,76 % de los votantes a la propuesta elaborada por un Consejo Constitucional controlado por el Partido Republicano, de extrema derecha.
Según el semanario The Economist, en 2024 acudirán a las urnas, en diferentes tipos de elecciones y en 76 países de todo el planeta, alrededor de 4.000 millones de personas, prácticamente la mitad de la población mundial. Nunca a lo largo de la historia habían votado tantas personas en un mismo año y, posiblemente, tampoco nunca habían sido tan importantes las elecciones concentradas en un mismo periodo.
La reciente victoria de la extrema derecha en las elecciones generales de Países Bajos sólo ha podido sorprender a quienes hayan sido ajenos a lo que ha venido pasando en ese país en los últimos trece años. Desde entonces, viene gobernando la derecha liberal, liderada por Mark Rutte, que no ha parado de llevar a cabo bajadas de impuestos para los más ricos, privatizaciones y recortes en el gasto y las ayudas sociales.
El próximo domingo 23 tenemos una cita con las urnas, unos acudirán, otros, en un puro ejercicio de pasotismo preferirán la playa o la montaña en lugar de ejercer un deber ciudadano, y también habrá quienes, después de meditar y estudiar las propuestas de los distintos partidos políticos, preferirán la abstención pensando que con esta personal opción están castigando a aquellos partidos que no han cumplido con sus promesas electorales.
Por mucho que don Fernando Jauregui Campuzano me diga que las comparaciones de la extrema derecha española con la italiana sean comparaciones excesivamente sectarias e injustas, y me comente que las formaciones 'populistas' inspiradas por el recién fallecido Berlusconi no tienen nada que ver, desde aquí le contesto: bienvenido al Medievo valenciano.
Este martes y 13 muchos valencianos lo vamos a tener apuntado en rojo sangre en el calendario de nuestra vida como el día en que se consumó el matrimonio entre la derecha extrema, el Partido Popular, y la extrema derecha, los fieles ultras del franquismo del partido con nombre de diccionario.
La literatura politológica lleva más de 30 años intentando dar explicación al auge de los partidos de extrema derecha en Europa, y ante los resultados de las últimas elecciones, considero personalmente que en España tenemos un problema, y tenemos que poner este debate encima de la mesa.
Generalmente la bandera de un país suele tener como objetivo acoger entre sus pliegues a los ciudadanos de ese país, a todo aquel que se sienta identificado con sus colores y valores sin importar la ideología que profesen. Pero desde hace algún tiempo la bandera rojigualda ha sido secuestrada por las fuerzas más reaccionarias de España.
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