Hace unos días he estado en València pisando de nuevo las calles por las que desde mi exilio voluntario, hace años, no había vuelto a pasear durante tantos días. València ha dejado de ser “una ciudad tan puta que asusta a los viandantes”, como la describí hace años en uno de mis poemas, para pasar a ser una ciudad llena de turistas que pueden llegar a crear barrios totalmente 'gentificados' en algunas partes de la ciudad.
Es una vergüenza que, a estas alturas del siglo XXI se necesiten más de tres horas para viajar en tren desde Barcelona a València, suponiendo que el tren sea puntual, mientras que los mismos kilómetros vía Madrid se pueden realizar, en AVE, en una hora y 35 minutos. Todos aquellos que desean una Valencia sin acentos y puerto de Madrid están saltando de alegría. Los demás esperamos con esperanza y paciencia la puesta en marcha de ese Corredor Mediterráneo que a los “ofrendadores de glorias” de siempre les encantaría que a ritmo de chotis fuera de Chamartín a Atocha.
De mi paso por la ciudad en la que nací me queda la sensación que la prensa escrita tiene los días contados, lo creo así después de constatar “in situ” la desaparición de los viejos kioscos donde durante años diariamente compré los periódicos. Actualmente la prensa editada en papel ha visto descender tanto sus tiradas como sus ingresos publicitarios. Las generaciones actuales prácticamente han abandonado el papel prensa para informarse, si es que lo hacen, por otros medios. Y a nuevos tiempos nuevos negocios, en las ciudades muchos kioscos están convirtiéndose en puntos de recogida de los envíos de las empresas de mensajería. También, y ante la manía de algunas autoridades por convertir València en una ciudad turística, con el paso del tiempo, o ya en estos momentos, los antiguos puntos de venta de la prensa de papel acabarán convirtiéndose en simples expendedores de “souvenirs” como ya ha ocurrido con sus colegas de las Ramblas barcelonesas.
Días antes de nuestra estancia el centro de la ciudad quedó totalmente colapsado por una inmensa masa de viandantes que, desconocedores de la nueva normativa de circulación establecida por la alcaldesa Catalá, permitiendo el paso de autobuses por un tramo de la calle de San Vicente, era peatonal. Si el anterior consistorio había devuelto la calle a los peatones, los nuevos inquilinos del Ayuntamiento creen que lo mejor para la ciudad es que S.M. el automóvil vuelva a ser el rey de las calles, como hemos podido apreciar con coches mal aparcados en algunas calles céntricas. Pura práctica municipal del tradicional “pensat i fet” al que algunas de las actuales autoridades municipales son tan aficionadas.
Me he encontrado con una ciudad diferente a la que dejé en Abril del 2007, una ciudad de la me gustan algunas cosas, y que no quiero que nadie la estropee por las ansias de ser los primeros en todo, o por competir con otras por ver cuál es la que posee más “coentor” en sus luces navideñas o tiene el árbol de Navidad más alto. Me gustaría más, mucho más, una ciudad que pudiera presumir de su cultura, de su lengua, de sus escritores, de sus museos, y estoy seguro que València lo puede hacer, tiene todo lo necesario para hacerlo. Pero dudo mucho que desde una Conselleria de Cultura dirigida por un torero de ultraderecha, un Ayuntamiento en el que un partido de extrema derecha marca las pautas a seguir y una Diputación que subvenciona entidades antiabortistas puedan y quieran hacer que en la ciudad, mi ciudad, brille la Cultura, así, con mayúscula.
Hacía muchos años, más de treinta, que no pisaba El Saler ni iba a El Palmar a comer un allipebre, en este viaje gracias a nuestros amigos Carme y Paco hemos podido disfrutar de esta parte de València recordando aquellos años en que al grito de “El Saler para el pueblo” la lucha ciudadana salvó el mejor y más verde pulmón de la ciudad. Ante una magnífica paella de conejo y pollo en “La llar del pescador ”, en plena plaza de la Sequiota del Palmar, pasamos lista a los recuerdos de una juventud que hace años nos dijo adiós, después visitamos la Albufera, no sé si dentro de unos años todavía se podrá disfrutar del “lluent” del que hablaba Blasco Ibáñez en “Cañas y Barro”, o la amenaza de la aprobada ampliación del puerto acabará con esta maravilla, uno de los principales atractivos de la ciudad. Todo ello por llegar a ser el primer y mayor puerto del Mediterráneo en número de contenedores manejados. En realidad se ponen en peligro de desaparición bienes naturales y públicos para favorecer el gran capital representado por la patronal valenciana, la Cámara de Comercio y la empresa naviera MSC, esta empresa en noviembre amenazó con abandonar el puerto de València si no se ampliaba el puerto.
Los políticos han cedido al chantaje y se han dado prisa en acceder a los deseos del capital, porque, no nos engañemos, aunque gobierne la socialdemocracia los que ordenan son los amos del dinero. Solo nos queda la esperanza que un nuevo “salvem” ciudadano consiga paralizar una especulativa ampliación del puerto que puede dejar València sin Albufera y sin ni una parte de playas. Mientras puedan vayan al mirador de la Gola del Pujol para admirar la luz del atardecer sobre las aguas surcadas por los “albuferencs” es todavía la luz que supo captar Sorolla, una luz clara por encima de un agua que va reflejando el color amarillo del Sol mientras va escondiéndose en una puesta de sol que llevaba al aplauso.
Hace unos días en una reunión de los gobiernos de Madrid y el País Valencià la presidenta madrileña Ayuso afirmó que “el puerto marítimo de Madrid es València” ante la complacencia de las autoridades valencianas presentes, todas ellas miembros del Partido Popular, a las que ya les va bien tener una actuación sucursalista ante el centralismo madrileño.
Según un informe del 2020 del Institut Valencià d'Investigacions en el intercambio de mercancías entre territorios el principal cliente del País Valencià es Catalunya. És a quien más vende (18,7%) i a quien màs compra (24,6%). Desde hace tiempo las relaciones entre Madrid y el País Valencià son habituales gracias a las infraestructuras existentes entre ambos territorios: la A-3 i el AVE, que en poco más de 90 minutos une Madrid con València, lo que hace que el País Valencià desde hace tiempo es uno de los destinos turísticos preferido por los madrileños. En estos momentos en los que el color político de los gobiernos de Madrid y València es el mismo parece que unos y otros quieran resucitar aquel mal llamado “eje de la prosperidad” de los tiempos de Aguirre y sus sucesores en la meseta y de Zaplana y Camps en tierras valencianas, un eje que, finalmente, resultó el de la “corrupción” en lugar del de la tan cacareada “prosperidad” que tan sols resultó provechosa para quienes se lucraron con las malas artes de la corrupción generalizada en el Partido Popular.
En estos momentos la política valenciana está en manos de los mismos que durante años se sirvieron de ella para su propio provecho y el de sus amigos. La misma alcaldesa de València, Maria José Catalá, sin ruborizarse lo más mínimo, se declara discípula de Rita Barberá, a la que en su día defenestraron y ahora le han dedicado un puente, las grandes constructoras y sus subcontratas ya se están repartiendo el suculento botín de la ampliación del puerto mientras los votantes les otorgan mayorías creyendo los cantos de sirena de una derecha extrema y una extrema derecha que les aseguran que salvarán València de los pérfidos enemigos del norte. El odio mezclado con la ignorancia, para ganar votos, son un peligro para la democracia y la convivencia.
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