Desde hace unos días, el tráfico por las carreteras, no sólo las españolas, y por algunas ciudades es alterado por la presencia de tractores empleados por sus propietarios, los agricultores, para impedir con su presencia en la vía pública la circulación y mostrar así su protesta ante las autoridades por la situación que está atravesando la agricultura. Estamos viendo cómo por todas partes se esparcen las tractoradas como muestra de las inquietudes sobre el presente y futuro del mundo agrícola.
Labradores valencianos, payeses catalanes, aceituneros altivos de Andalucía, y más tractores y jornaleros de todos los rincones de la piel de toro que cantaba Salvador Espriu, menos los gallegos, que están en época electoral y no hay que molestar al PP, han sacado los tractores a las carreteras para demostrar a quienes mandan que vivir cultivando los campos o cuidando el rebaño ni es bucólico ni, si siguen así las cosas, da para vivir dignamente.
Yo me he criado en la huerta, cuando en Benimaclet todavía el hierro y el cemento no habían ahuyentado los diversos cultivos que los agricultores de la zona sembraban cada temporada, y he vivido in situ las peripecias que los agricultores pasaban para sacar adelante las cosechas de patatas, tomates, judías verdes, trigo o maíz, entre otras. Mi infancia y adolescencia transcurrieron entre aquellos campos cercanos al cementerio y la acequia de Vera, jugando a escondernos entre el maíz o dejando la cama de madrugada, en la época de siega, para ir a ver cómo la trilladora deshacía las doradas espigas del trigo que después se convertirían en harina. Esa era la parte bucólica de unos niños y adolescentes que, por aquel entonces desconocíamos las horas de trabajo y sudor que el agricultor había tenido que pasar hasta llegar al momento de la recolección de la cosecha.
Estamos viendo las carreteras y las grandes avenidas de las ciudades llenas de tractores protestando y, aunque en todos los casos parecía la misma protesta, visto lo visto y escuchado lo que he escuchado, son protestas contra la mala situación que se vive en el mundo rural, pero por otra parte he visto que las protestas no iban dirigidas en la misma dirección. Una parte de quienes protestaban, especialmente en el País Valencià y en Catalunya, dirigían sus reclamaciones contra las disposiciones, demasiado estrictas, de la Unión Europea y querían hacer oír sus reclamaciones a los correspondientes gobiernos autonómicos, sin ningún alboroto violento. Los demás, coincidentes con los territorios donde todavía persisten el caciquismo y los terratenientes, se han movilizado, o los han movilizado, contra el Gobierno de Pedro Sánchez, mediante pancartas contra el actual gobierno, banderas con el "pollo" franquista e, incluso, con la amenaza de enviar la tractorada a las puertas de Ferraz.
La gente del campo tiene razón en elevar sus protestas ante la Unión Europea, que está consintiendo la entrada en su territorio de productos de otros países que utilizan pesticidas prohibidos aquí, que pagan salarios de miseria y que, en muchas ocasiones, se venden enmascarados en los supermercados. Hemos visto en alguna cadena de supermercados anunciadas «naranjas de Valencia» y al leer la etiqueta ver cómo esas supuestas naranjas valencianas venían de Sudáfrica o cualquier otro país lejano. Los lobbies pesan mucho ante los políticos de la UE y consiguen cosas como ésta: que lleguen a las grandes superficies naranjas o cualquier otro producto de países lejanos haciendo una competencia tramposa a los productos de aquí. Tal vez por eso los agricultores del País Vasco también dirigieron sus protestas ante.las puertas de las grandes cadenas de supermercados, los grandes beneficiarios de esta entrada de productos foráneos en el mercado local. Primero desmantelaron el textil y ahora le ha llegado la hora a la agricultura. Es la globalización capitalista que tan sólo se preocupa por la plusvalía y el aumento de beneficios al precio que sea.
Sin embargo, aparte del tema económico, en esta tractorada también hay una mano negra dirigiendo una parte de los tractores, una mano negra política, la de la extrema derecha, que quiere sacar provecho del malestar de los agricultores y que se ha subido al tractor de la protesta como Rocío Monasterio, de VOX, porque «a río revuelto ganancia de pescadores» y en pescar votos como sea tanto PP como VOX son maestros expertos sin importarles las mentiras a decir. VOX ha iniciado su campaña electoral a las elecciones europeas de este verano subiendo, disfrazados de agricultores, a los tractores de la rabia. Han cambiado los caballos cortijeros de anteriores manifestaciones por las nuevas monturas mecánicas de la modernidad, los tractores.
En algunas de estas manifestaciones se han producido hechos violentos: ataques a un vehículo de la guardia civil, lesiones a algún miembro de la Benemérita y acoso a algunas autoridades mientras jueces y fiscales miran para otro lado. Hay que recordar que por mucho menos Jordi Sànchez i Jordi Cuixart fueron encarcelados y acusados de rebelión, y ahora el juez García-Castellón acusa de terrorismo a Puigdemont y Rovira entre otros. Definitivamente la Justicia española utiliza una diferente vara de medir según quien y de donde sean las personas.
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