Si algo está caracterizando a esta nueva generación política es su escasa inclinación al diálogo y al entendimiento no ya con el oponente, sino con los propios afines o próximos. Todo es puro tacticismo que se reduce a decisiones cortoplacistas para alcanzar objetivos inmediatos y con un horizonte limitado y aldeano.
Después de cinco años enfrentados a una pandemia, a una larga crisis económica y a una revolución ideológica sin precedentes, nuestra democracia se ve zarandeada por una vertiginosa ola de enfrentamientos y desafecciones personales que auguran un futuro peligrosamente belicoso.
En España, por ejemplo, estamos asistiendo a un espectáculo electoral inédito. Debates sobre cómo y con quien hay que hacer los debates; un tsunami de entrevistas preparadas, pactadas y artificiosas; unos personalismos que marginan los verdaderos problemas que hoy acucian a los ciudadanos y una actitud hostil y malhumorada entre los candidatos que transmiten al electorado un total desinterés y aburrimiento por la política.
Tal parece que en nuestra sociedad, al menos en el ámbito político, existe hoy una manifiesta incapacidad para convivir con el desacuerdo. Nos hemos infectado del virus de la incomprensión e incontinencia verbal sin dar tiempo a la reflexión y a la calma en la toma de decisiones de largo alcance. Buena prueba de ello es la polvareda levantada por María Guardiola, candidata del PP a presidir el gobierno de Extremadura. Me ha recordado a un famoso actor de los años 50, James Dean, que en la película “Rebelde sin causa" encarnaba a un joven desafiante y desobediente con sus padres. Si los jóvenes son díscolos y revoltosos, los padres están obligados a intervenir y restablecer la paz. Al menos es lo que experimenté en mi vida familiar y política. Como bien señala el profesor Andrés Ollero: “En una democracia no se puede mandar a nadie a las catacumbas. Un asunto distinto es que alguno se encuentre más cómodo en ellas…”
Hemos atravesado cinco años de grandes dificultades. Desde una pandemia que nos ha distanciado físicamente y que ha dejado una rémora en las relaciones interpersonales hasta una perniciosa revolución ideológica que está socavando los cimientos más básicos de una sociedad, como son la educación, la familia, la solidaridad e igualdad interregional o la solidez de nuestro Estado constitucional y de derecho.
Nada de esto parece estar hoy en la agenda de las disputas políticas que toda campaña electoral exige. Por el contrario se está frivolizando y confundiendo con el sexo, el género y la revolución cultural e ideológica para marcar fronteras o líneas rojas de pensamiento dentro y fuera de los partidos. Una perversión intelectual que nos distancia de los liderazgos que demuestran inmadurez y escasa formación sobre cuestiones tan relacionadas con la intimidad y la conciencia moral y ética de las personas y que también influyen a la hora de depositar el voto…
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