El problema del Sahara, subproducto del delirio colonialista español en pleno siglo XX, y su contemporánea guerra fría, se va desvaneciendo como las hojas secas de un árbol viejo en invierno.
En la segunda década del tercer milenio, pocos "enterados" tienen ya el valor de defender las caducas fronteras impuestas por un imperio como el español, donde una dictadura aliada del Eje y que reinstauró una monarquía ya a finales del siglo XX, pretendió dibujar fronteras sobre el mapa de África en su momento más decadente.
Basta un ejemplo para dimensionar el absurdo.
Si se respetaran como intangibles las fronteras de la administración colonial española en Sudamérica, hoy deberían desaparecer Uruguay, Paraguay y Bolivia, y en el Magreb solo el reino de Marruecos podría dividirse en al menos cinco estados diferentes.
España, cuyo justo reclamo de Gibraltar pierde coherencia con la ocupación de Ceuta y Melilla, ha cambiado sustancialmente de discurso bajo el actual jefe de estado. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha justificado esta semana su cambio de posición sobre el Sáhara Occidental y afirmando que el Rey de Marruecos, Mohamed VI, no es de ningún modo un monarca absolutista, recordando que la relación con Marruecos es estratégica tanto desde el punto de vista comercial, como de la seguridad y la inmigración.
Como asiduo visitante del Magreb y conocedor de su historia, puedo agregar a lo afirmado por Sanchez que el respaldo popular al monarca actual se percibe fácilmente, y es fácil advertir su rol positivo en el proceso de asimilación de su Reino a la modernidad, tanto en el ámbito político como religioso.
A los legítimos derechos del Reino de Marruecos conferidos por la historia sobre su ancestral Sahara, tierra de siete dinastías de sultanes que rigieron sus destinos, el gobierno español añade con buen criterio razones económicas y geopolíticas imposibles de ignorar.
En este contexto, Marruecos ha conquistado la semana pasada una nueva victoria en la defensa de su integridad territorial, batiendo el acoso de un aparato de propaganda inspirado y sufragado por Argelia.
Lo que queda del grupo separatista y violentista POLISARIO, engendro de la política exterior argelina, ha probado una vez más carecer de pensamiento autónomo y vida propia, impulsando una campaña de disparos por elevación, buscando desacreditar acuerdos comerciales entre Marruecos y la Unión Europea.
Esto obedece a que el problema artificial del Sahara nació casi medio siglo atrás con el objetivo de dar personería a una entelequia sin población auténticamente nativa, ni derecho alguno a territorio, por su incapacidad de tomar decisiones libres de directivas supervisadas bajo la atenta mirada de sus amos argelinos.
La reciente decisión del Tribunal de Tarascón (Francia) que condena la Confédération Paysanne, organización sindical francesa instrumentada para atacar judicialmente al acuerdo agrícola Marruecos-UE, reafirmó los derechos marroquíes a ejercer soberanía sobre sus provincias del sur. También evidenció el cercano epílogo de una disputa tan longeva como absurda, cuya solución de continuidad está solo artificialmente lejana.
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