Queridísima Josefina:
Ya han transcurrido diez días desde que te fuiste y quiero contarte como van las cosas por aquí. Como sabes, fue el pasado días 24 de junio, onomástica de San Juan, cuando amaneciste algo confusa después de haber descansado bien la noche anterior en la que habíamos cenado sin novedad con los amigos en el Círculo de la Amistad. Estuviste, como siempre, muy comunicativa y dichosa, especialmente con Visi, Isabel y Carmina. Al regreso a casa vimos un rato la televisión y nos fuimos a dormir pronto. Al despertar me pediste, como tantas veces, que te tomara la tensión; la tenías en la línea de normalidad de siempre pero estabas algo más nerviosa que de costumbre. Ante ello decidimos llamar a Rafa, nuestro yerno médico, o, mejor dicho nuestro hijo. Como siempre, respondió con premura y generosidad y nos llevó en su coche hasta el hospital Quirón para que te hicieran una serie de pruebas.
Tengo la impresión de que te enterabas de poca cosa y, cociéndote, creo que estabas rezando. Yo también y ciertamente preocupado. Te llevaron del box para hacerte un “tac” y al volver no tuve que preguntar casi nada. Las caras de Rafa y otros médicos, enfermeras y demás colaboradores reflejaban en sus caras el temido pronóstico. Supieron hacer muy bien lo que vino después porque no había ninguna salida.
Llegó el sacerdote para administrarte los auxilios espirituales. Y dejaste este mundo sin hacer ruido y con la buena muerte que diariamente pedías al final de tus/nuestras oraciones. Aquel desgarro sentimental para todos nosotros, fue para ti el pasaporte directo para llegar adónde ahora te adivino gozando de las promesas en las que tú y toda la familia creemos. En esa confianza seguiré -en los venideros días- escribiéndote algunas cartas más.
No te olvido. Gabriel Muñoz Cascos.
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