Con la presencia ante las cámaras de los dos candidatos más importantes a la presidencia, parece que nos acercamos a unas elecciones presidencialistas, aunque la realidad es que se trata de unas elecciones al Congreso de los Diputados y al Senado. Una vez concluidas las mismas, la gestión del gobierno quedará en manos de los elegidos. Me hago esta reflexión como consecuencia de mi desconocimiento total de los candidatos a diputados y senadores por mi provincia. Durante las primeras elecciones democráticas, allá por los setenta, se celebraban mítines y comparecencias de los integrantes de las distintas listas. Esto era muy razonable. Los elegidos ahora serán nuestros representantes en las altas instituciones a lo largo de los próximos años. Pero no les conocemos. Ni sabemos cuales son sus proyectos y programas. Todo se circunscribe a lo que nos quieran decir los líderes y que ellos deben aceptar como propio. Añoro los tiempos en que conocíamos a la mayoría de los candidatos, dada su presencia en la vida civil, cultural o económica de nuestra provincia. Me da la impresión de que los actuales –salvo honrosas excepciones- han salido de las listas de las juventudes de los partidos y su experiencia se basa en los argumentarios que reciben cada día de los “gurus” de la dirección. Consecuentemente los bandazos y los resbalones son constantes. Así que me apresto a votar el próximo día 23 a unos señores desconocidos, que a veces no son ni de aquí o que pertenecen al sufrido cuerpo de “paracaidistas políticos”. Posteriormente se enquistarán en Madrid y si te vi no me acuerdo. Por eso ruego a los diversos candidatos que nos digan quiénes son y qué pretenden hacer. Para obrar en consecuencia. Ya está bien de votar a ciegas y, a veces, a ciegos. Ciertamente esto no es lo que era.
|