Este humilde recolector de buenas noticias de vez en cuando percibe la sensación de haber optado por el camino correcto en multitud de ocasiones. Diversos compañeros míos en las etapas de formación o en el desempeño de las actividades profesionales, han alcanzado cotas más altas que yo en todos los campos. Tienen mucho más poder, dinero o prestigio que un servidor. Sin embargo, con bastante frecuencia, me encuentro con personas que han convivido conmigo en alguna etapa de su vida. Compañeros de los tiempos de apostolado, de actividad comercial o de formación académica te recuerdan con cariño como alguien que les acompañó a lo largo de momentos difíciles. Ayer me pasó algo de esto. Recibí una llamada en la que se me comunicaba el fallecimiento de una amiga a la que no había visto desde hace algo más de quince años. Me presenté en el tanatorio compungido por el óbito. Al acercarme a los familiares estos no me identificaron al principio. (Parece ser que mi paso por el gimnasio y la piscina han tenido cierto éxito). Al momento se acercaron los hijos de la finada y el resto de los parientes. Todos me reconocieron como un amigo que les acompañó en una época de su vida durante varios años. En las alegrías y las penas. Acabaron sentándome en el funeral entre los familiares más cercanos. Mi buena noticia de hoy posiblemente tan solo la entienda yo. Creo que tienen razón los que dicen que no debemos atesorar bienes. Lo importante estriba en sembrar amigos para siempre. Amén del sufrimiento al despedir a una amiga, he podido disfrutar de los recuerdos de unos tiempos y unas ideas compartidos. Los encuentros positivos son siempre una buena noticia.
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