No acabo de asombrarme ante la vitalidad de los miembros del “segmento de plata” de la Axarquía. Por ellos no pasan ni los tiempos, ni las modas, ni los modos. Han convivido imperturbables por diversos ambientes, pero siguen aferrados a “lo suyo”. A lo largo de su vida han pasado por la “mili”, la emigración al norte de España o a Centroeuropa, los buenos y los malos tiempos, etc.
Pero una vez superados todos estos avatares han vuelto a su hábitat natural. Se han vuelto a asentar en su terruño. La partida de dominó, sus copitas, su pequeño huertecillo, el trueque de los productos locales y la exhibición de sus habilidades de todo tipo. Se autoerigen como “maestros del dominó”, extraordinarios cocineros de paellas multitudinarias, excelentes cazadores de conejos o expertos “untadores” de higueras.
Son designados por su apodo que les viene dado por varias generaciones anteriores y que apenas saben de que proviene. En otras ocasiones les he comentado mi amistad con “el pinturas”, “pies de plata”, “er de los conejos” o el objeto de este comentario: “rabanico”.
“Rabanico” es un hombre bien plantado de cerca de un metro ochenta de estatura, pelo blanco y abundante y un vocabulario especial. Una cadera fastidiada le hace manifestar de qué pie cojea y servirse de una muleta . Se ha empeñado en que un vecino, venido de Fuentepalmeras en la provincia de Córdoba, es de “Puerto Banderas”, y de ahí no hay quien le saque. El “rabanico” ha conseguido una merecida fama como cocinero de paellas multitudinarias y por sus apuestas como vencedor de una partida de dominó. Le he visto obligar a sus contrarios a revolcarse por el suelo al perder una mano.
He desistido de ponerles nombre, ya me he quedado con el apodo. Como es natural a mí también me ha designado con uno de ellos. Soy Manolo el “del violín”. Todo nace de mi costumbre de hacer un gesto de violinista, aprendido del mago Tamariz, cuando gano una partida de dominó.
Así se escribe esta historia domestica. Un grupo de mayores que rondan los setenta años, que siguen viviendo en su pequeño mundo y no necesitan más. Les he querido mejorar en la lectura y en la informática, pero consideran que tiene los conocimientos suficientes para vivir felices. Creo que llevan razón. Solo les llama la atención los viajes del Inmerso -a los que le han cogido gusto- y a las comidas gratuitas que el Ayuntamiento organiza para los mayores en diversas ocasiones. No necesitan nada más.
He decidido solicitar la implantación de un monumento al Rabanico y sus paellas.
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