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​El clima que no cambia

El enrarecido tiempo social y político que se respira no parece cambiar al mismo ritmo que lo está haciendo el de la naturaleza
Jorge Hernández Mollar
sábado, 12 de agosto de 2023, 10:29 h (CET)

El período vacacional que normalmente coincide con la canícula veraniega de los meses estivales, suele ser útil para que los padres “disfruten” con sus hijos e hijas de unos días de convivencia familiar, alejados de los lugares de sus habituales ocupaciones laborales o para dedicarlo también a otras actividades culturales como el goce y disfrute de la naturaleza, la lectura, el deporte o simplemente cultivar más intensamente las relaciones personales.


Sin embargo el enrarecido clima social y político que se respira no parece cambiar al mismo ritmo que lo está haciendo el de la naturaleza que nos está dejando este verano unas temperaturas tan elevadas que algunos ya se atreven a calificar exageradamente de apocalípticas. Lo que sí me atrevería calificar como tal es la violencia que se ha desatado en nuestra sociedad: “ La familia de Daniel Sancho, el joven chef español encarcelado en Tailandia tras confesar que había asesinado y descuartizado a su amigo Edwin Arrieta, cirujano colombiano de 44 años, siente mucho el fallecimiento de Edwin… ” (El País 10/8/2023). Desde hace cinco días esta truculenta noticia abre los informativos de todas las cadenas de radio y televisión. ¿Cabría preguntarse entonces qué beneficio reporta a la sociedad la exaltación constante de los sentimientos más perniciosos y malignos del ser humano?


En el mismo medio el día anterior aparecía que al menos 41 migrantes habían fallecido cerca de la isla italiana de Lampedusa, después de que la embarcación en la que viajaban volcara… Sin embargo estas muertes que se vienen produciendo con una alarmante asiduidad en las costas del sur de Europa, sólo merecen una vergonzosa rSeseña con la que se pretende ocultar una de las tragedias más denigrantes que hoy sufre la sociedad.


Causa también estupor que en el breve espacio de 24 horas hayan sucedido tres crímenes en Almería, Pozoblanco y Tenerife relacionados con la violencia contra las mujeres y que en el Ecuador haya sido asesinado a tiros en plenas elecciones presidenciales el candidato Fernando Villavicencio, detractor del anterior presidente Rafael Castillo. Al parecer nada de esto ha sido capaz de interrumpir las “vacaciones” de este gobierno en funciones, entretenido como está en jugar al sudoku en el que han convertido la investidura. Llama también la atención, que nadie pida explicaciones por las disparatadas y fracasadas políticas de “violencia machista” de la defenestrada Irene Montero o del silencio que mantiene Pedro Sánchez por el asesinato y caos que hoy reina en los países del continente sudamericano y central, gobernados principalmente por régimenes corruptos relacionados con el narcotráfico, a los que tanta simpatía manifiesta Rodriguez Zapatero y la izquierda progresista española. Menos mal que Carlos Alcaraz y la selección española femenina de fútbol suavizan las altas temperaturas que por una razón u otra nos agobian.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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