Los fetos de 13 semanas son seres vivos, pero no son humanos. Más o menos estas fueron las declaraciones efectuadas en la Cadena SER por la experta en flamenco y feminista radical ahijada de Manuel Chaves, Bibiana Aído. Declaraciones que han desatado la polémica y la indignación entre las personas con más de dos dedos de frente. Aído, que sin querer ha puesto el dedo en la llaga al abrir el debate sobre si lo que se mata en el aborto es a un ser humano, no nos ha aclarado a qué especie pertenecen esos fetos (¿son árboles? ¿Peces? ¿Lamelibranquios? ¿Plantas? ). Fetos que desde el mismo momento en que se produce la fecundación tienen un código genético que los hace únicos e irrepetibles. Doña Bibiana, al parecer, independientemente de las semanas de gestación, no considera “humano” a ningún bebé que se encuentre aún en el vientre de su madre, pudiendo, por tanto, ser condenado en cualquier momento de la gestación a una muerte tan espantosa–inyección salina que los quema vivos, succión de la masa encefálica, morir despedazados vivos…- que ríase usted de la salvajada sin parangón que tanto indigna, con razón, a cualquiera del asesinato de los bebés de foca. A ella, que escribe ciencia con Zeta de Zapatero, lo que digan los científicos como que le trae al pairo. Al fin y al cabo de lo que se trata es de liberar a la mujer de la opresión que sufre. Al fin y al cabo de lo que se trata es de la lucha de sexos, sustituta de la marxista lucha de clases. Se trata de política.
Y es que para el feminismo socialista radical de Aído, Rodríguez Zapatero, Pajín y De la Vega, inspirado, aunque esta joven analfabeta seguramente lo desconozca, en las teorías defendidas en los 70 por Kate Millet («lo que llamamos conducta sexual es el fruto de un aprendizaje que comienza con la temprana socialización del individuo y queda reforzado por las experiencias del adulto»), tan bien retratado por el abogado Jesús Trillo-Figueroa en “Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista” (Ed. Libros Libres, 2007), la familia es una institución retrógrada de sometimiento de la mujer. Y la maternidad, una intolerable condena que debe de ser erradicada. Ni más, ni menos.
La mujer, como decía Simone de Beauvoir, esclava sexual de Jean Paul Sartre, “no se nace, se hace”; es decir, una cosa es el sexo biológico y otro el sexo “ser hombre” o “ser mujer”, al cual consideran una construcción cultural. Así, para los feministas radicales (esto incluye los movimientos Queer que están sustituyendo al movimiento gay) el sexo ya no es algo natural: es una relación de poder. El sexo es política. De ahí las “políticas sexuales”. En este sentido, Bella Abzug, destacada feminista radical, ha llegado a afirmar que toda penetración heterosexual es una violación. Ya en los 50 John Money (Universidad John Hopkins de Baltimore) sostuvo que el sexo dependía de cómo había sido uno educado y que, mediante la educación, se podía cambiar el sexo “ser mujer-hombre” de una persona. El nefasto psiquiatra Stoller le siguió inmediatamente. Las consecuencias fueron terribles y las padecieron chicos y chicas, conejillos de indias forzosos, obligados a ser aquello que no eran ni querían ser.
En el fondo, las políticas feministas lo que anhelan es un mundo sin sexualidad. El mundo retratado por Aldous Huxley en “Un mundo feliz”, en donde el sexo no es más que un acto biológico. La familia y la maternidad deben de ser erradicadas. Para liberar a la mujer, sujeto idéntico al hombre. De ahí lo del progenitor A y progenitor B que para tantas chuflas dio. De ahí el intento de acabar con el matrimonio. De ahí el desprecio hacia la mujer que decide ser ama de casa. De ahí el poder cambiar de oficialmente de sexo por mero deseo. De ahí los delitos de autor (Ley de Violencia de Género y el propio nombre de la norma). De ahí el aborto libre considerado no ya como mal menor, sino como derecho.
En Estados Unidos, de donde provienen todas estas majaderías a las que nuestros antiamericanos se apuntan sin pudor, este tipo de teorías ya están caducas y superadas, estando cada vez más en auge un feminismo que reivindica la diferencia, femineidad y el papel como madre de la mujer.
Aquí nuestros progres, carcundia en estado puro, no se enterarán hasta dentro de unos cuantos lustros. Como siempre.
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