Un apasionado militante de la “revolución”, Jacques Louis David (que después lo fue también de Napoleón), pintó “El juramento de los Horacios”, que acabó devenido en epítome gráfico, y propagandístico, de la Francia de la Convención, a pesar de haber sido un encargo de Luis XVI, cuando aún no se vislumbraba la “toma de la Bastilla”. Lamentablemente, los hechos legendarios de los que la obra es trasunto, Horacios versus Curiacios, están lejos de ofrecernos un relato recomendable o edificante, pues, dispuestos estos hermanos (los Horacios) a matar a sus propios familiares, poniendo a la patria por delante de cualquier otro vínculo, nos transmiten un mensaje de indiscutible raigambre absolutista (quién la encargó lo certifica), pero también de indudable índole colectivista, pues el colectivismo no habita sólo los universos del comunismo o de la utopía anarquista; reside en cualquier concepción que ponga al grupo (Nación, Raza, Estado, Clase, Género…) por encima del individuo. Y esta leyenda representada por David, y concebida para glorificar la fidelidad al Estado absolutista y su monarca frente a cualquier otra de tipo personal, sirvió asimismo para ensalzamiento de la Revolución y el Terror, y podría ser remedo de todo aquel marco político-ideológico, o más reducido y sectario, que ponga el ideal, la creencia o la organización, incluido el Estado, por delante de todo lo demás en nuestras lealtades.
Por supuesto que somos seres sociales, y necesitamos de los otros, con los que cooperamos, pero siempre que el individuo es absorbido por el todo social, el progreso y las libertades desaparecen. Es, por ello, preciso hallar un punto intermedio entre el solipsismo social y el desfile marcial de todos a una. Solo hay que mirar un poco en el pasado y observar la diferencia entre las sociedades clericales-militares y las de comerciantes. Estas últimas devienen siempre en más favorables para el bienestar humano, pero tienen enemigos viejos y ancestrales que, si bien mudan de ropajes en cada momento histórico, acaban siendo los mismos y produciendo idénticos efectos. El ascenso de artesanos y comerciantes, unido a le economía urbana y monetaria, suele suponer la ruptura con las sociedades agrarias o nobiliarias; la historia de las polis griegas o la de le Europa medieval, por poner dos ejemplos, nos muestra el camino del progreso.
Antonio Escohotado lo describe muy bien en “Los enemigos del comercio”, obra en tres volúmenes muy recomendable para la mejora de capacidades intelectuales. La pregunta es: ¿Quiénes nutren el actual clero laico y quiénes son sus guerreros? Intuimos, o sabemos, más o menos, quienes son los comerciantes, pero igual nos cuesta más identificar a los que, mutatis mutando, abogan por lo clerical-militar. Solo hay que estar atentos a las soflamas de quienes demonizan el comercio y prefieren que sean los nobles o los filósofos, en la línea de Platón, a través de sus avatares presentes, quienes tomen decisiones por nosotros todos. Entre los predicadores de diverso cuño, a la izquierda o a la derecha, religiosos o laicos, los encontraréis. Nunca descansan.
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