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¿Estrategia en Juego de Tronos?

No se debe olvidar que George R.R. Martín es un escritor y guionista, pero no es un experto en Ciencias Sociales
Francisco Collado Campana
jueves, 19 de mayo de 2016, 09:39 h (CET)
Cuando Pablo Iglesias fundó Podemos para las elecciones europeas, se atrevió a publicar su conocido libro Ganar o morir, lecciones políticas en Juego de Tronos. Por aquel entonces, había empezado a acudir a distintos tabernáculos televisivos para hacer de comentarista. Y es que, entre sus distintas apariciones cabe destacar aquellas en las que venía a promulgar las “bondades politológicas” de esta popular saga de la fantasía medieval. Según la tesis sostenida por el profesor de la Complutense, la “realpolitik” o el “realismo político” se encuentra dentro de la visión del poder que subyace en Juego de Tronos y se pueden extraer lecciones aplicables a la realidad política del presente. En favor de dicho argumento, Juego de Tronos ha sido bautizado dentro del género de la fantasía moderna como “realismo fantástico” principalmente por la escasa presencia de elementos mágicos y la descripción psicológica, social y cultural que se plantea del ser humano.

Ahora bien, concebir que la concepción de la política existente en Juego de Tronos es una visión estratégica y que dicha estrategia se puede trasladar a la realidad son palabras mayores. A primera vista, el reino existente se muestra como la tradicional poliarquía medieval en la que a raíz de una disputa nobiliaria comienza una guerra entre el feudo del Norte -Invernalia- y el resto de reinos favorables a los Lannister. En medio de todo este meollo, tenemos: Robb Stark, un señor que incumple su promesa matrimonial sobre la que descansa una alianza militar; los saqueadores de los Greyjoy que aprovechan para conquistar de mala manera cuatro aldeas; Stannis, un líder falto de carisma que aspira a ser el futuro monarca confiando en los consejos de una sacerdotisa extranjera; Cersei Lannister, una reina madre cuyo único objetivo es mantenerse en el poder con su linaje; y Joffrey Baratheon, un renacuajo sádico y tiránico que cree que el poder consiste en crear el odio entre sus ciudadanos. Y mientras los reinos se rompen, una marea sólida y unida de muertos vivientes acecha en el Norte, deseando someterlo todo a su paso. ¿Qué más da el honor de los Lannister, Baratheon o Stark cuando sus tierras pueden ser reducidas a un erial?

A la luz de este panorama, lo que se observa es una concepción del “hard power” llevado hasta límites politológicamente insanos. Las guerras del Juego de Tronos son claramente la manifestación de un estado de anarquía hobbesiano y de las poliarquías feudales previas a la consolidación del Estado moderno. De esta forma, es difícil hablar de una estrategia claramente definida que siga cuanto menos alguna lógica, con las excepcion de Tywin Lannister, Tyrion Lannister y Petyr Baelish. En ambos, se observa cierto equilibrio entre el uso del “poder duro” -guerra, violencia y coacción- y el “poder blando” -alianzas, discurso, cooperación y buen gobierno-, que es el equilibrio que cualquier líder debe mantener como sostiene Jospeh Nye o argumentaba Maquiavelo en el pasado. El príncipe no debe ser amado u odiado, debe ser temido de forma que no genere ni animadversión ni una confianza extrema.

Por lo que, la tesis que defiende Iglesias en su obra es un auténtico despropósito. No existe ninguna estrategia sabia entre los distintos personajes de la novela. Y es que, no se debe olvidar que George R.R. Martín es un escritor y guionista, pero no es un experto en Ciencias Sociales. Y si por otro lado, Iglesias considera que el realismo político existente en esta obra es la verdadera y auténtica visión de la política, se puede llegar a la conclusión de que es un seguidor no ya de la “realpolitik” o del “maquiavelismo” -recordando que para Maquiavelo, no todo vale-, sino de una concepción maníquea del poder.

En definitiva, la intención de Iglesias era captar parte de ese electorado joven y de izquierdas no adscrito a ninguna fuerza partidista. Un sector de la sociedad que en esos momentos era -y es- activo en las redes sociales, pero que seguía esta saga. Una vez se había captado ese público, sólo faltaba inocular dos ideas. La primera que en la política todo vale, sin que existan límites a tu acción de ningún tipo, máxime si hablamos del líder. La segunda que los peones del juego de ajedrez se mueven en una dimensión maníquea del bien y del mal, de los seguidores de la oscuridad o los seguidores de la luz. Ahí está la lección -el adoctrinamiento- final.

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