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España, 1931. La República apenas había echado a andar y ya algunos pensaban que el país necesitaba purificarse a golpe de fuego y ceniza. Tanto que criticaban a la Inquisición, terminaron usando las armas medievales del fuego pero con hermanos contemporáneos. En 1931, España estrenaba República con la promesa de modernidad y justicia. Pero no pasaron muchos meses antes de que esa justicia se tradujera en incendios, saqueos y asesinatos.
Vivimos en un mundo donde lo visible, lo tangible y lo medible parecen tenerlo todo: el éxito se calcula en cifras, los logros se premian con aplausos y el valor de una persona se confunde a menudo con su posición social. Pero ¿y si todo eso fuera solo la punta del iceberg?
El humanismo nunca perderá actualidad, especialmente el que mira o se refiere al bien del género humano, que ya desde las doctrinas renacentistas defendidas por ilustres personajes ha cubierto siglos de historia. Preocuparse por el hombre, por la criatura pura y desnuda, queda hoy en día muy estrictamente reservado y limitado a circunstancias como, por ejemplo, la reciente “DANA” en la zona levantina. Y aquí tenemos un ejemplo claro que podemos desarrollar.
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