Recientemente está al alcance de los lectores el libro Inspiración temprana, de la autoría de mi entrañable amigo y hermano Salvador Calva Morales.
Con el fin de incentivar la lectura de la obra y acercarla al público, a continuación, reproduzco el prólogo de mi autoría:
Repuesto de la primera lectura que hice de este magnífico libro sentí que algo no andaba bien.
Repasé uno a uno los personajes seleccionados, todo estaba correcto, pero la sensación de que algo no encajaba me seguía teniendo inquieto.
Tuve que dejar reposar la sensación para que todo se aclarara.
El trabajo estaba incompleto, porque falta un personaje que no puede quedarse al margen de la selección.
La figura que falta en la minuciosa compilación es el propio autor.
Sí, quien no está en la colección de destacados atletas, científicos, artistas y humanistas es el mismísimo autor.
Al asumirse en este libro como historiador, recopilador y educador, Salvador mira para todos lados en diferentes episodios del tiempo, pero no mira para sí, dentro de sí.
Sé que quienes no conocen a Salvador inmediatamente pensarán que es exagerada mi aseveración y se preguntarán: ¿qué clase de méritos tiene este mexicano para estar al lado de genios como Isaac Newton, Leonardo Da Vinci, Beethoven o junto a brillantes connacionales como Francisco Gabilondo Soler, Sor Juana Inés de la Cruz o Frida Kahlo?
Asumo la pregunta a riesgo de abordar muy superficialmente la vida y obra de Calva Morales, pero con la confianza de que soy quien más ha escrito sobre él, además de que hemos pasado horas y horas de diálogos frente a las cámaras y grabadoras de voz.
Antes que el trabajo infantil fuera visto como ahora lo concebimos, antes de que el mundo se repusiera de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, antes de que el antes se circunscribiera a las postrimerías del siglo XX y el XXI solo estaba en la literatura de ciencia ficción, exactamente en el término de la primera e inicio de la segunda mitad del siglo anterior, Salvador inició su largo camino laboral.
En 1950, a la edad de seis años, Salvador empezó a trabajar no solo con tareas sencillas manuales, sino de supervisión en el establo de su abuela materna.
Entre ganado vacuno el niño Salvador dio sus primeros pasos en el vasto mundo de la veterinaria, ciencia médica que se convertiría en su pasión y compañera hasta hoy día.
De la mano de su abuela materna aprendió los procesos biológicos del reino animal sin la censura de la religión ni la educación formal dosificada y mutilada.
Instrucción que le acarrearía muchos problemas como estudiante, pues mientras sus compañeros de clase creían que los bebés “venían de París traídos por una cigüeña”, el pequeño Salvador conocía a la perfección los ciclos reproductivos de las diferentes especies de los animales de granja y, por supuesto, de los humanos.
Por otra parte, a la par de que se hacía cada vez más conocedor de los animales, también empezaría el recorrido del conocimiento de la naturaleza humana.
A la edad de ocho años, como estudiante de la escuela primaria salesiana Trinidad Sánchez Santos, –la cual aún brinda servicios educativos en la calle 3 norte número 2803, colonia El Refugio, en la capital de Puebla–, el pequeño Salvador realizó fervorosa actividad de catecismo y alfabetización con hijos de prostitutas.
Bajo la guía del señor Francisco Esqueda, director de la institución educativa, el niño Salvador realizó esta noble labor entre tres y cinco años.
La actividad no se circunscribió solamente a la instrucción en las primeras letras, implicó una labor humanista para que los menores no se vieran envueltos en el tenebroso ambiente que les rodeaba. Quién lo diría, poco más de cincuenta años después, esa noble labor le valdría a Salvador el doctorado honoris causa de parte de The England and Wales University, en Londres, Inglaterra.
Sus primeros años fueron lapso de amor al prójimo y de aprender el desapego, de que quedara grabada en su interior una enseñanza que la ha convertido en divisa: Haz al menos un acto de bondad al día y el mundo será diferente.
Salvador narra que en una ocasión su mamá le brindó una lección que jamás se le olvidó. Fue un seis de enero el día en que la gran mayoría de los niños de México están felices por los obsequios que les traen los Reyes Magos.
Doña Amalia le pidió que escogiera el regalo favorito que le habían traído los Reyes Magos. Una vez que Salvador eligió, su mamá, sin decirle nada, lo llevó a caminar con el obsequio en mano, después de varios minutos –él dice que le parecieron horas–, cuando encontraron a un niño en condición de calle, ella le dio la orden de que le regalara el juguete al menor.
Fue una experiencia fuerte, Salvador se desprendió de su regalo favorito en un día especial, pero ganó mucho más.
Después de la fuerte impresión, Salvador escuchó con atención a su mamá. El pequeño niño bebió sus lágrimas, se tragó el coraje y abrió su corazón. Doña Amalia le habló de la bondad y el desapego. Nunca olvidó la lección, porque la guardó en lo más profundo de sí. Salvador aprendió hasta los huesos sobre el desapego y la bondad. Desde ese día calladamente practicó la bondad y el desapego.
La vida le puso enfrente de muchas circunstancias para poner en práctica lo que aprendió aquel día. Por diversos motivos Salvador fue muy cercano a su tío, el destacado veterinario José María Calva y Bolaños, desde parte de la primaria y hasta la preparatoria estuvo a su lado aprendió y practicó la ciencia de la medicina veterinaria, misma que concluyó con la licenciatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Don José María fue un hombre amante de la cacería, junto con un grupo de sus amigos se hacían llamar “La barredora”, porque, literalmente, cuando iban de cacería barrían con todos los animales que se encontraban en las montañas de nuestro país.
Eran otros tiempos, esos días de los cuales venimos.
Salvador aprendió todo sobre armas de fuego en esos días en que auxiliaba a su tío, pero reforzó su amor a la naturaleza.
Dice que cuantas veces pudo, dejó escapar a quienes desde ese entonces consideró como sus hermanos, los animales, muy especialmente los silvestres.
Narra que más de una vez fue objeto de burlas, reprimendas y regaños por no haber cazado a algún ejemplar en condiciones envidiables.
Él sostuvo su silencio.
A costa de poner en duda su capacidad envidiable para predecir el comportamiento de los animales en su hábitat natural, guardó para sí su secreto.
Desde esos años incubó la idea de algún día tener un lugar en el cual al menos algunos animales pudieran vivir en paz sin la presión de su depredador, el hombre.
Pero la formación humanista del niño Salvador no se circunscribió a lo que hasta aquí he narrado. Al lado de Doña Amalia, Salvador se sumergió en una de sus pasiones: la música.
Ya sea tocando el violín o el piano, Salvador interpretó piezas clásicas de compositores inmortales, a los ocho años dio su primer concierto, además de que incursionó en la declamación y la actuación. Décadas después el Salvador de hoy escribiría estos versos a su señora madre:
Génesis / poemas a flor de piel / para ti que me viste nacer / maravilla de portar vida / de llevarme en tu vientre. / Mujer distinguida educada y valiente / en la etimología llevas la bravura / trabajo / obra / vigor / AMALIA es tu nombre / raíz de legado y candor. / Procreaste soldados / disciplina férrea en las venas / “bien y de buenas” / es nuestra bandera. / Lluvia de valores / fundidos a fuego lento / perdurables hasta hoy / en antorcha que no se apaga / unidos en el tiempo y el espacio / calca de amor en nuestro interior. / AMALIA / te seguiremos amando / hasta reencontrarnos / en el cosmos infinito / que todo lo une. (A ti madre. SCM. 2022)
Sentimiento profundo del poeta para su mamá, su fuente inspiración y enseñanzas.
El hoy flamante filántropo, educador, veterinario, empresario y poeta tiene una infancia con anécdotas infaltables en un texto como este que es una antología de historias inspiradoras desde la temprana edad.
Una historia tan velozmente forjada y, hoy día, en la plenitud de su octagelescencia, tan meticulosamente esculpida, no puede quedar archivada en la memoria de sí mismo o en las narraciones contadas a sus más cercanos.
¿Ahora ven por qué este libro estaría incompleto si no se abordaba la vida del autor?
El creador de, hasta este momento, casi una treintena de libros debía ser incluido en su propia obra.
Honor a quien honor merece; no más, no menos.
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