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Emperadores familiares

Un concepto educativo equivocado que renuncia a disciplinar a los hijos es el causante de que los hijos lleguen a maltratar a sus padres
Octavi Pereña
martes, 24 de mayo de 2016, 00:17 h (CET)
Un anuncio publicitario que promociona a una revista infantil, simula un diálogo que una madre mantiene con un siquiatra: “Mi hijo tiene de todo y se aburre”, le dice al experto. La respuesta que recibe del especialista, es: “Regálele la revista X”. Este anuncio da en el clavo del problema infantil /juvenil que desemboca en la violencia adolescente. El aburrimiento es el causante de las conductas de las que a menudo se hacen eco los medios de comunicación y que se cometen con el propósito de deshacerse del aburrimiento. El aburrimiento es el resultado del vacío que hay en el alma y que debe llenare sea como sea: Asedio a los compañeros de clase, fechorías…y otras pequeñeces que conducen hasta maltratar a los padres sicológicamente o, hasta ponerles la mano encima.

La madre del anuncio, preocupada por el aburrimiento de su hijo dice que el afectado tiene de todo. Con el fin de mantener a los hijos con la boca cerrada se les da todo lo que desean. Sus habitaciones se ven atiborradas de objetos que una vez han satisfecho el gozo inicial, yacen desperdigados por doquier, olvidados y sustituidos por otras novedades que recibirán el mismo premio. Es una escalada sin límites. Ya desde la infancia se educa a los niños al consumo compulsivo tan denostado por los especialistas en salud mental. Esta educación es gratificante para los padres porque con orgullo pueden decir que a sus hijos no les falta nada. Con el fin de que no se aburran se complacen todos sus caprichos. Lo importante es que no se alboroten y les hagan pasar un mal trago. Creyendo que les hacen un bien no se dan cuenta de que siembran en sus hijos la simiente del síndrome de emperador. Los hijos e convierten en pequeños dictadores que alteran la tranquilidad de sus padres porque se crea un malestar que los lleva al consumo de tranquilizantes, ansiolíticos que empeoran la relación filial- paternal. La educación basada en el tener no es la adecuada ni en la infancia ni en la adolescencia porque se les enseña que el tener cura todos los males cuando es al revés ya que genera daños que se agravan con el transcurso de los años. Entonces, estos padres que han sido tan condescendientes con sus hijos, desesperados se preguntan: “¿Qué hemos hecho mal para encontrarnos en este infierno?” La educación materialista basada en el tener y no en el ser es la raíz de muchos males, entre ellos, en que los hijos se conviertan en agresores de sus padres.

Según la fiscalía de Lleida “un total de 12 adolescentes leridanos fueron imputados en el 2013 por violencia doméstica, es decir por maltratar física y sicológicamente a sus padres y a otros familiares, doblando los casos que se dieron en el 2012”. Refiriéndose a los niños que agreden a los padres Cristina Sen dice: “Se habla así del síndrome de emperador, del adolescente que reina en casa, intolerante a la frustración y que vincula el no tener con no ser”. El síndrome de emperador se da allí en donde la educación es muy sobre protectora, que consiente a los hijos con tal que no alboroten y que delegan a la escuela su educación ética y moral. Es una educción muy permisiva, que trata a los hijos como amigos y no como padres que deben disciplinarlos cuando la ocasión lo requiera.

Los padres que se precien de serlo deben recordar que son los guardianes del futuro de sus hijos y que cuando se esfuerzan en educarlos moralmente y esculpir sus mentes y corazones para el bien, saben que esta instrucción incluye reglas y preceptos, haz y no hagas con respecto a los otros. Incluye la explícita formación en buenos hábitos y, jamás debe faltar el buen ejemplo de los padres que con su comportamiento diario muestran a los hijos que se toman en serio la moral.

La educación que los padres deben procurar dar a sus hijos no consiste exclusivamente en aportar un bagaje cultural que sin duda alguna tiene su valor, en gran manera deben esforzarse en transmitirles un equipamiento moral que es imprescindible para que sepan comportarse como personas que caminen por la vida sembrando el bien y no el mal.

Para que los padres puedan ser los maestros de moral de sus hijos es necesario que previamente hayan adquirido el título que les acredite para este oficio. A menudo los padres se quejan que su fracaso como padres se debe a que no han recibido la formación adecuada. La pregunta que me hago es: ¿Han manifestado interés en obtenerlo? Las respuestas que dan no son convincentes porque evaden su responsabilidad y pretenden traspasarla, en la escuela principalmente, con lo cual confiesan su irresponsabilidad.

Con el fin de que los padres y las madres puedan convertirse en buenos educadores morales de sus hijos, ante todo deben tener claro qué sentido tienen sus vidas. Si este propósito no lo ven claro porque está envuelto de penumbras, jamás podrán enseñar a sus hijos el auténtico sentido de la vida y por lo tanto se despreocuparan de enseñarles ética y moral. Les enseñarán como triunfar en la vida al precio que sea, aunque para conseguirlo deban pisotear a las personas que consideren que son un obstáculo para conseguir subir a lo alto del podio. Para que abandonen la enseñanza materialista de la vida para inculcarles que el verdadero sentido de la vida no consiste en tener sino en ser, debe entrar en funcionamiento el aspecto religioso / espiritual que normalmente queda relegado en el olvido, pero que debe recuperarse si es que se desea enseñar correctamente a los hijos. Si no se reconoce dicho olvido y se persiste en educar a los hijos para que obtengan cuantos más bienes materiales mejor que mejor, no debe extrañarnos que los hijos, de pequeños emperadores, se conviertan, cuando sean adultos en fieros dictadores que siembren dolor allí donde vayan, empezando por los propios padres.

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