No sería incoherente pensar al vocablo poesía como antónimo de economía. Todos preferimos, en el fondo, la primera, pero la segunda es inasequible al desaliento; nos hace descender, con frecuencia, de la nube blanca y esponjosa de nuestros ensueños o delirios, y resulta ello tan desagradable como despertarse con brusquedad de un sueño dulce.
Murray Rothbard (1), que fue un teórico de la escuela austriaca de economía, y uno de los padres de lo que podríamos denominar anarcoliberalismo, escribió que “no es un crimen ser un ignorante en ciencia económica, que es, después de todo, una disciplina especializada, además considerada por la mayor parte de la gente como una ciencia lamentable. Pero sí es totalmente irresponsable tener una opinión radical y vociferante en temas económicos mientras que se está en ese estado de ignorancia“.
Pues es justo lo que ocurre, al menos en el pensamiento de puertas hacia afuera. Todos tendemos, y sobre todo los políticos, a la ensoñación. Pero no se puede ser sublime sin interrupción, como pensaba Paul Valery, y tal vez por eso prevalecen, o prevalecemos, en términos numéricos, los prosistas sobre los que manejan el verso. Este último resulta siempre más impostado; solo tenemos que imaginarnos la contingencia de conversar perenemente mediante el mismo, aunque sea solo con el sonsonete ripioso asonante o consonante. Ni los raperos peroran siempre de esa manera, que dejan para sus actuaciones. Sin embargo, hay una suerte de cosmovisión sobre la sociedad y sobre la vida que pretende mantenerse siempre en las alturas de Calíope. Pero la realidad es tozuda y existe al margen de que no queramos mirarla.
Se diría, pues, que el arte en general, y no sólo la poesía, imita poco a la vida, al menos desde este punto de vista. La realidad es prosaica y tangible, dura y áspera tanto en el interior como en sus contornos, y está llena de gente que se busca la vida a través de quehaceres variados. No es el mundo ningún paraíso, mas los amantes de los universos sublimes suponen que sí puede serlo, al menos si se aplican las recetas correspondientes. De ello, emanan propuestas para un orbe ahíto de sinergia y amor universal frente a la maldad de egoístas y especuladores, que pueden triunfar a base de fórmulas tan simples como el reparto, los impuestos a los ricos (concepto amplio y difuso) o la imposición del Leviatán.
Frente a esa poesía que conduce, en realidad, a escasez y estanterías de mercado vacías, está la economía, ciencia con sus propias carencias e inexactitudes, incapaz a veces para predecir, pero que explica algunas cosas, y algunas paradojas, con el mercado de fondo, como mecanismo y efecto de la complejidad de nuestra sociedad y de nuestros intercambios. Igual no todo el mundo conoce sus rudimentos, pero no por ello se evita la opinión radical o vociferante a la que se refiere Rothbard. La poesía expresa el mito y este atesora una gran fuerza social. Y el mito, expresado mediante poesía, muestra el camino a más poesía. Se trata de ser sublimes sin interrupción aunque ello no sea posible. Pero, ¿a quién le importa que lo sea?
|