Este hecho es un axioma, y como tal, incontrovertible y sin posible refutación, me refiero a la religión más extendida y con más fieles en el mundo que es el papanatismo. Los papanatas son más numerosos y superan en adeptos al Cristianismo y al islamismo. Los practicantes de esta secta, según la RAE, son aquellos que admiran a algo o a alguien de manera excesiva simple y poco crítica, puntualizo, sin crítica alguna.
Son papamoscas o papanatas que comulgan con ruedas de molino y no le hacen ascos a cualquier paparruchada.
Basta que cualquier indocumentado analfabeto funcional obstinado, periodista, político o del mundo de la farándula diga una memez para que todos los papanatas la repitan como un mantra sagrado. Ciertamente soy partidario de que expresiones o vocablos extranjeros que no tengan su equivalente en nuestro bello idioma, si llegan a ser aceptados por el pueblo en el habla coloquial y corriente, vamos en el sermo vulgaris, se añadan al acervo de nuestro DIRAE, pero las que se usen por modismo o esnobismo habiendo equivalentes en nuestro Castellano, hay que desterrarlas y perseguirlas pues solo sirven para deteriorar nuestro vocabulario.
Estoy hastiado de oír la palabra luk (look) que, en Inglés posee varios significados, entre ellos, aspecto, presencia. Ciertamente es una degradación de nuestro vocabulario decir, sin necesitad, luk en lugar de especto. Se puede oír “hoy te has cambiado de luk. Pero parece ser que quienes la emplean quieren demostrar y presumir con ello de sus conocimientos de inglés cuando esta lengua se enseña desde el parvulario y das una patada en el suelo y aparecen miles de infantes angloparlantes, lo que demuestra que la memez humana no conoce límites.
Pero mi propósito no es hablar de las incorrecciones y barbaridades que se cometen con nuestro idioma, sino que quiero referirme a una fiesta que está próxima a celebrarse, la de Halloween, festividad que, como un rito pagano religioso, se ha expandido, cual imparable mancha de aceite, impregnando todo lo que toca, por todo el mundo occidental y la celebran todos los adeptos al papanatismo.
Este rito, ceremonia, festividad, ha sido puesto en marcha por una invasión agresiva de la propaganda yanqui. Y si a alguien se le pregunta por su procedencia dirá que es de “yanquilandia”, Perdóneseme el palabro.
Aclaremos un momento, histórico las colonias estadounidenses dependientes de la Corona inglesa, firmaron el Acta de Independencia de la metrópoli el 4 de julio de 1776 (fiesta nacional para estos estados). Como país independiente tiene solamente 247 años, que es muy poco tiempo para crear costumbres y leyendas con solera y “pedigrí”, por ello, las mayoría de las festividades que celebran son las que los emigrantes de distintos y diferentes países han llevado a esa tierra.
Una de ellas es la fiesta, ritual o conmemoración de Halloween, Ya mencionada, que arribó a ella en las maletas de los procedentes del Reino Unido, pero que tampoco es genuina de los distintos reinos que integran este país.
Esta fiesta llamada también “noche de los muertos” o Samain, cuyo verdadero significado es “fin del verano”, es un ritual que celebraban las tribus celtas, tan antiguo que se pierde en la memoria de los tiempos, y tenía lugar a finales de octubre, para marcar el fin del buen tiempo y el cambio de estación, en el que, con el acortamiento de los días y el alargamiento de las noches, ambos más fríos, cerraban la temporada de las cosechas, y la llegada de los fríos, lluvias, nieves e hielos que propiciaban permanecer en la casa cerca del lar, al abrigo de la lumbre y comiendo castañas o bellotas asadas, oyendo las consejas de las viejas que sobrecogían de temor y erizaban los pelos de miedo.
Esta costumbre-rito, ciertamente procedente de los celtas, ahora narro mi experiencia. También se daba en la zona sur de España, concretamente en Andalucía. Nací en una ciudad, título concedido por gracia de la reina regente María Cristina, de la campiña cordobesa con muchos años de historia llamada La Rambla, pues bien, cuando aún no tenía nueve años, los niños celebramos “el día de los muertos”, así lo llamábamos nosotros, de la manera siguiente. Con los melones que no habían llegado a madurar y habían crecido no mucho, confeccionábamos unas farolas, y las trabajábamos, de la manera siguiente:
Por la parte del pedúnculo cortábamos una buena rodaja; seguidamente, con una cuchara, retirábamos la pulpa no comestible del melón, dejando la cáscara con cierto grosor, en la que abríamos unos ojos, dos agujeros para la nariz y una boca, cuanto más feroz mejor.
A la carcasa del melón, al fondo de la cual habíamos colocado una vela encendida, al igual que a la tapa, les abríamos tres agujeros por los que pasábamos una cuerda de cáñamo, para poder abrir y cerrar la tapa, y ya teníamos un farol que en las frías y oscuras noches de invierno, y aullando como almas en pena, asustábamos a cualquiera.
Pienso que no seré el único niño español que haya celebrado el “día de los muertos” de esa manera Los yanquis con su mercadotecnia han inundado el mundo con las calabazas de Halloween, cuando en España, con menos propaganda lo hacíamos los chiquillos sin necesidad de copiar de nadie.
El papanatismo no tiene límites y aceptamos todo lo que nos viene de fuera, especialmente si es de los yanquis, como una cosa totalmente nueva y desconocida que hemos de poner en práctica.
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