“Cuando la arbitrariedad y la ilegalidad se atreven a levantar la cabeza con insolencia e impudicia, es siempre un signo seguro de que los llamados a defender la ley no han cumplido con su deber” - Rudolf von Ihering.
Cientos de miles de personas se han manifestado en contra de la política de Pedro Sánchez. Personas de todas las edades y condición social, han expresado en las calles españolas su rechazo a la forma de gobernar de Pedro Sánchez. Rechazo a sus mentiras, a sus engaños, a su cinismo, a su falta de honestidad política, a su desmedida ambición de poder, a la arrogancia con que se comporta con quien está disconforme con sus decisiones. No ha sido solo por la amnistía pactada con Puigdemont y su cuadrilla. Eso ha sido la gota de agua que ha colmado el vaso del pueblo español que ha dicho: Hasta aquí hemos llegado.
En la protesta popular, hemos podido ver personas de muy avanzada edad, impedidos, matrimonios, padres e hijos, familias enteras, y lo que es más ilusionante: una gran participación de la juventud española, que reclama un horizonte más despejado y prometedor de cara a su futuro. Serena, pero contundentemente, han pedido prisión para Puigdemont y también para Pedro Sánchez, por entender que su trayectoria política conlleva actos constitutivos de delito.
Desde que se votó la Constitución en 1978, la sociedad española nunca se vio tan crispada y fracturada como ahora. Ningún Gobierno había fomentado con tal ahínco, el enfrentamiento y la división, como lo han hecho los de Pedro Sánchez. La desaprobación y el rechazo a sus mentiras y medidas, se acaba de ver en las plazas y calles españolas.
Pero que nadie piense que con las concentraciones y protestas que se han producido, se ha solucionado el problema. Sánchez ha llegado al punto de no retorno. Es un tren que circula a toda velocidad, cuesta abajo, sin frenos, y con un maquinista loco que se ha saltado todos los discos rojos hallados en su marcha hacia el abismo.
A estas alturas, superfluo sería intentar detallar, las alevosas traiciones que durante su trayectoria al frente del Gobierno, Pedro Sánchez ha cometido.
Si los españoles no conseguimos detener este tren sin control alguno, ante la inseguridad jurídica impuesta por aquellos que sostienen al Gobierno, no solo no habrá grandes empresas internacionales que consideren invertir en el país, sino que las que hay, incluidas las españolas más importantes, emigrarán a otros países en los que las leyes no cambien de la noche a la mañana, en virtud de los acomodos personales de quien no conoce las líneas rojas si se trata de satisfacer sus delirios de grandeza.
En el mejor de los casos, los pactos firmados por Pedro Sánchez con los partidos nacionalistas o separatistas, darán lugar a una España en la que los pensionistas vascos podrán disfrutar de pensiones más altas a costa de recortar las del resto de los españoles, o en la que Cataluña disfrutará de unas infraestructuras a las que por imposibilidad de financiación, no podrán acceder el resto de los españoles.
Basten estos dos botones de muestra que afectarán directamente al bolsillo de cada contribuyente, para reflejar la desheredada situación en la que nos está hundiendo el inquilino de la Moncloa, aunque la lista de agravios comparativos, en la que sin el menor escrúpulo, el permanente usuario del Phalcon está hundiendo al país, podría hacerse interminable.
Todo ello significará más paro, mayor pobreza, ausencia de progreso a pesar del progresismo, y menor relevancia de la que ya tenemos, en el concierto internacional. Una indeseada situación en la que nos encontraremos a merced de los intereses de Marruecos y de Francia, nuestros vecinos, y poco menos que irrelevantes en el resto del mundo, como ya se ha podido comprobar con motivo de la presidencia rotatoria de la Unión Europea.
No son pocos los que claman porque alguien pare esta locura. Vana esperanza, y cómoda postura. Recordemos la célebre frase de John Fitzgerald Kennedy: “No preguntes que puede hacer tu país por ti. Pregunta que puedes hacer tú por tu país”.
Un país no es una simple porción de tierra, sino el resultado del trabajo y el esfuerzo de sus ciudadanos.
Vivimos una de las crisis internas más graves que nunca hubiéramos podido imaginar. No es el momento de discutir si son perros o podencos. Es el momento de la unión para evitar que se atropelle nuestra libertad y nuestros derechos democráticos.
España precisa, es más, tiene la obligación de defenderse de la violencia política de algunos individuos, e incluso de la ejercida desde el propio Estado.
Con los recursos que la ley le permita, tendrá que seguir luchando día, a día, minuto a minuto, hasta que consiga dejar fuera de la circulación al megalómano maquinista que tiene los mandos del convoy.
Si alguien está lo suficientemente loco como para querer acabar con un país con 500 años de historia, puede hacerlo. Pero deberá estar preparado para asumir las consecuencias que de sus actos se deriven.
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