Son los nacidos entre 1990 y 2010, los de la inmediatez de las redes sociales, los de la hipercomunicación de la mensajería instantánea, los de la conciencia medioambiental y, sí, también, los que, al contrario que sus mayores, trabajan para vivir y no a la inversa. Además, y según el estudio Generation Z: Shaping the Future of Consumer Trends, de la consultora Oliver Wyam, los Z son más conscientes de la importancia de la salud mental y los más abiertos a participar en los debates sobre ella en las conversaciones sociales.
Lo corrobora desde la experiencia interna la directora de marketing de las clínicas de psicología y psiquiatría Origen, Paloma Atienza, quien destaca la proliferación de contenidos en red publicados por estos adultos jóvenes relativos al malestar psicológico, la depresión o, incluso, las adicciones: “están dispuestos a hablar abiertamente sobre salud mental, ya sea con sus seres queridos y amigos de confianza o en las redes sociales para que todo el mundo las vea”.
No se trata solo de su preocupación por la inclusión o el bienestar propio y ajeno. La generación Z ha vivido una pandemia y además transita un “mundo volátil, cambiante y complejo”. Al tiempo que expresan su malestar, asisten en internet, Twitter y a través de la información on line a palabras, imágenes y videos sobre muertes, confinamientos y guerras.
En España, y según los recientes datos IV Barómetro Juvenil, salud y bienestar el 59,3% de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años reconoce padecer problemas de salud mental. Una cifra elevada que y que preocupa a los profesionales, además de, por supuesto, a padres y educadores. Todos ellos vienen insistiendo en la necesidad de abordar el cuidado mental de niños, adolescentes y jóvenes mediante un enfoque preventivo.
Desde Clínicas Origen consideran que la denominada psicología de expresión es la herramienta óptima para vehicular dicho enfoque, por su adecuación a las características de la Generación Z y por su efecto liberador. Pero, sobre todo, posee un efecto reductor del malestar emocional: al expresar las emociones en voz alta se las identifica, se las nombra y ya se puede trabajar en ellas.
La psicología de expresión consiste, en definitiva, en animar a los jóvenes y crear entornos favorables en los que puedan exteriorizar cómo se sienten, para ser escuchados, pero, sobre todo, para escucharse a sí mismos. Hacerlo les ayuda a identificar sus sentimientos, emociones y pensamientos, mejora su bienestar personal y la comunicación con el entorno, necesidades que se incrementan cuando el individuo siente rechazo social y cuando ve peligrar su autoestima.
Ambos aspectos, no ajenos a las dinámicas de relación de los jóvenes con su entorno, suelen darse en chicos y chicas que sufren acoso. Es aquí cuando el apoyo terapéutico les ayuda, explica Paloma Atienza, a encontrar el sentido a lo que hacen a través del autoconocimiento. La psicología les dota de valentía y coraje y les conduce a sentirse orgulloso de ser fieles a sí mismos y expresarlo abiertamente”.
Es un proceso de largo recorrido, “algo en lo que trabajar con nuestros hijos todo el año”, una carrera de fondo, finaliza, para estar entrenados ante cualquier adversidad.
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