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​Luis Mateo Díez, el halo de la neumoconiosis

Mi más sincera enhorabuena al Premio Cervantes 2023, aunque sea teñida de polvo de sílice
Vicente Manjón Guinea
lunes, 20 de noviembre de 2023, 08:57 h (CET)

La literatura no es otra cosa que escribir sobre lo que uno ha vivido. Ese es el soporte. Una cimentación a la que después, poco a poco, gracias a los revestimientos se le va dando forma y decorando, por la culpa innata de la imaginación. La guinda final.


Luis Mateo Díez, nació en Villablino. Un pueblo minero situado en las montañas del noroeste de León, en la comarca de Laciana. Puede que uno no se dé cuenta, pero el lugar donde naceste envuelve en una atmósfera que se adentra en tu piel y ya no te abandona jamás.


Quizá sea por eso por lo que la literatura de Mateo Díez lleva en sus pulmones esa enfermedad tan característica de los mineros: la neumoconiosis. Esa inhalación del polvo de las minas que al infiltrarse en el tejido pulmonar ennegrece todo su interior, sin mostrar ningún síntoma, hasta que la respiración se termina por hacer agónica.


Los personajes de las novelas de Mateo Díez han sido atrapados por esa enfermedad imaginaria, aun sin saberlo. Sin tener conocimiento de ello. Son perdedores, héroes del fracaso. Desarraigados y frágiles que se han desvinculado de los convencionalismos que mueven los conceptos del triunfo en la vida. Son tan idealistas e ilusos como desmañados e imperfectos, que sin ser consciente de ello están siendo arrastrados a la desgracia. Por eso, están en constante huida, evadiendo la realidad. Intentan despistar los fantasmas que los persiguen y que los llegan a dominar. Sus personajes quieren huir donde sea, con lo puesto y sin mirar atrás, aunque su marcha no deja de ser un círculo cerrado. Tan cerrado como que la dolencia y el sufrimiento ya se ha instalado en su aparato respiratorio.


La atmósfera de neblina y ese manto de nube negra que da la proximidad a las minas de carbón, dominan el ambiente perpetuo de sus novelas. Individuos solitarios y extraviados que son víctimas de su propia historia y del momento social que les ha tocado vivir. Están carcomidos por las enfermedades del alma, por los siete pecados capitales, que han convertido su deambular en un grotesco y esperpéntico mundo, donde el verdadero destino es el absurdo.


Su lenguaje, lleno de paradojas y de sueños, hace mantra con una visión surrealista y onírica de las circunstancias que les toca sufrir a cada uno de esos personajes desnortados. “La irrealidad es la condición del arte. La irrealidad da sentido a lo que se ve y se descubre”, dirá el propio Luis Mateo Díez.


Ahora, después de 80 años, tras crear un reino como el de Celama, tras abrir las hojas expuestas del Expediente del Náufrago y tras dar vueltas interminables por ese Camino de Perdición, ha volcado sobre el papel las vicisitudes de otro trastornado. Un averiado mental que narra sus peripecias de medio pelo. Sus recuerdos de mala vida y su huida constante hacia ningún lado. Pues como al inicio de su obra, el personaje de su última novela, Mis delitos como animal de compañía, lleva en el interior de sus pulmones el polvo negro de la asfixia. El halo, desapercibido e ignorado, de la neumoconiosis.


Mi más sincera enhorabuena al Premio Cervantes 2023, aunque sea teñida de polvo de sílice.

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