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Pasar del “te amo” al “te quiero”

La balanza de la vida, con sus correspondientes platillos de aventura y seguridad, comienza a jugar su correspondiente balanceo hasta que uno, o una, opta por un platillo
José García Pérez
miércoles, 8 de junio de 2016, 08:35 h (CET)
Cuando la conocí -hace ya la friolera de sesenta y cuatro años- me dije: “ese bombón con aire de Romy Schneider será mi novia formal”, y así fue. Ronroneamos en tiempos de Franco y una tardenoche me declaré a ella y me aceptó. Estudiamos juntos en la Escuela Normal del Magisterio bajo la atenta mirada de una señora que vigilaba que mozos y mozas no anduviéramos juntos por las anchas laderas de aquellos pabellones que conformaban la cuna de maestros nacionales, pero nosotros, bajo la sombra de unos olivos nos hacíamos mutuamente carantoñas de todo tipo. Era ella, Rosi, mi novia formal lo que implicaba que tenía alguna que otra chavala informal; exactamente igual que existe en la actualidad, pero con otro lenguaje.

Hace un par de días ha cumplido la friolera de setenta y nueve años de existencia, tiempo jalonado por nacimientos de hijas y nietas, y muerte de padres y hermanos; momentos de pasarlo mal, hasta un poquitín de hambre y alguna balacera con olor a pólvora real, y tiempos de gran felicidad.

Se vuelve la vista atrás y se intenta analizar todas las vivencias compartidas, pero ya es imposible porque las neuronas comienzan a estropearse.

Se dice -y creo que es cierto- que el amor, algunos y algunas lo conocen por pasión, es efímero; hay quienes se atreven a ponerle tiempo de caducidad aunque no será un servidor el que lo haga. Lo cierto es, al menos en una mayoría, que cuando se ha tenido una vida agitada se va conociendo a distintas personas y hasta puede uno volver a enamorarse, o sea, a comenzar a ver el mundo de otra manera bien distinta a la visión del ayer.

La balanza de la vida, con sus correspondientes platillos de aventura y seguridad, comienza a jugar su correspondiente balanceo hasta que uno, o una, opta por un platillo.

También he vivido en parte algún que otro problema de esas características y, aunque no opté por la seguridad, sí lo hice por la tolerancia y la promesa que realicé en público; pero, aunque anciano realmente, todavía tiran de mi las dos fuerzas de siempre.

Ocurre sin embargo que existe otro milagro en la convivencia de dos seres que viven juntos, al menos eso es lo que me ocurre; y mira que es bonito cuando uno cae en ese extraño tránsito en el que, tal vez, es sutilmente más dulce pasar de gritar “te amo” a susurrar “te quiero”.

Son los años, seguro que sí.

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¿Se acuerdan de las abuelas de antes? Vestían bata y alpargatas para alcanzar al nieto, al que le exhortaban “ven aquí, que te voy a dar con la escoba, ya verás si aprendes”, eso era cuando decían una mala palabra, y hasta a veces le decían aquello de “te voy a lavar la boca con lejía”.

La realidad de la vida es muy parecida al funcionamiento de las grandes superficies comerciales: “tres por dos”. Cada tres años de calendario tu vida pierde uno. Es una realidad “propia del buen Sancho Panza”. Soy servidor de “caballero andante” y mi tiempo es parte de mi pernada.

Hoy quiero invitarlos a reflexionar una vez más sobre nuestro tiempo, también conocido como “postmodernidad”, un período caracterizado por la fragmentación de las narrativas, la desconfianza en los metarrelatos y la proliferación de los simulacros, logrando así reconfigurar radicalmente nuestra relación con la estética.

 
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