El jazz y la novela policíaca han ido siempre de la mano, dice Luis Martín, en una de las conferencias organizadas en el salón de actos de la Biblioteca Nacional, con motivo del Festival Internacional de Jazz de Madrid 2023.
Ambas disciplinas artísticas caminan de la mano en un fogoso y peligroso amorío. El delito es el motivo de inspiración de la novela negra que viene aderezado por los transgresores ritmos de un género musical nacido a finales del siglo XIX en los Estados Unidos. Ambas materias se complementan, pues levantan acta de los bajos fondos. Pero el jazz le da un toque de finura y refinamiento a los personajes literarios que, con su precursor el blues, no existía.
El blues lleva en su interior el canto desgarrador de Mefistófeles. El grito dolorido de los esclavos en las plantaciones de algodón, con las manos cuarteadas y tajadas por las espinas de ese tallo erecto y axonomorfo. Es el canto rasgado que sale del interior del estómago para morir en una sorda lejanía. El blues es el mal sin remedio. El grito de auxilio que nadie escucha. Es el pacto con el diablo que, más pronto que tarde, vendrá a cobrárselo en un cruce de caminos, como en aquella inolvidable película interpretada por Mickey Rourke y Robert de Niro: Angel Heart.
En la literatura a la que acompaña el blues no hay salvación. Por el contrario, el jazz ha suavizado esos llantos para darles un hilo de pequeña esperanza en el discurrir moribundo de los días. Su música, como en la novela policíaca, se vuelve más diáfana. Se rompe la sombra perpetua. Un pequeño hilo de luz de gas, como el de las farolas que alumbran en la noche, es la pequeña espita para buscar la justicia y la verdad. Esa justicia enterrada en cieno en los cánticos infernales del blues ahora recobra una figura en las sombras bajo los acordes de una música de trompeta y clarinete. Una melodía profundamente melancólica que se niega a entregarse al diablo. Una musicalidad que dibuja, bajo las sombras altas de losedificios del Chicago años 20, la imagen de un tipo duro, con sombrero de ala. De un detective que representa la ley y el orden. Un individuo en el que nadie cree y que pretende esclarecer el mal y el abuso cometido.
Con la aparición del jazz, el grito ahogado de la injusticia no se quedará en un lamento sordo. Hay alguien, en mitad de los bajos fondos, que lo ha escuchado. Puede que sea un individuo cínico y desencantado con todo lo que le rodea, que busca consuelo continuo en el whisky y en los ambientes nocturnos de música y volutas de humo, pero algo en su interior le ha llevado a prestar atención al silbido de ayuda ante una desesperada injusticia o tropelía.
Entra en juego una escenografía literaria donde la gente se agolpa y bebe en clubs nocturnos. En locales situados en los bajos de inmuebles altos, de ladrillo ennegrecido por la lluvia y de depósitos de agua oxidados que recortan su perfil en el cielo. Junto a ese gato negro que se tatúa a la luz de la luna. Los coches de mafiosos, de gánsteres que asoman por la ventanilla sus metralletas impunes. El tráfico de alcohol sorteando la Ley Seca. Y en mitad de toda esa corrupción policial y política, aparece un tipo, al compás de las notas de un contrabajo, que ha decidido romper con todo ese sistema de corrupción instaurado.
De esa manera, para rebelarse y combatir un mundo que ha perdido los valores, que agoniza ante una crisis económica, política y ética, tras La Gran Guerra, surgirán personajes como Sam Spade, de la mano de Dashiell Hammett; o Philip Marlowe, gracias a la destreza ingeniosa y ácida de Raymond Chandler.
El delito se convierte para estos autores del hard-boiled, en un elemento fundamental de inspiración. El asesinato elaborado es parte de la naturaleza humana y el jazz ha brotado de las raíces del blues para ponerle música. Se pude matar por instinto, por celos, por simple pulsión, por avaricia, por envidia, por cualquiera de los siete pecados capitales, porque el ser humano es el más depredador de todos los animales. Un criminal puede llegar matar por simple placer. Nadie está a salvo.
Dijo en cierta ocasión Dostoievski que «si no hay Dios, todo está legitimado». Puede que no exista Dios, pero esos tipos descreídos, bebedores de club nocturnos, amantes esporádicos de mujeres fatales, han surgido de las tinieblas para convertirse en un dios con minúsculas, mancillado, pero cuyo único fin es hacer prevalecer la justicia.
¿Por qué? Porque un impulso de indisciplina les ha nacido de su interior. Sin más explicación.
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