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La paz

Los países más belicistas suelen echar la culpa a los demás. Es coherente con el dicho de que la verdad es la primera víctima de la guerra
Luis Méndez Viñolas
lunes, 18 de diciembre de 2023, 10:43 h (CET)

No hay paz apolítica


La paz no es simplemente la ausencia de guerra. Interpretarlo así es un error en el que caen muchos pacifistas. Dado que la guerra es un instrumento de la política, oponerse a la guerra es tener que oponerse a una determinada política. No hay paces en el vacío, ni un piloto automático que las dirija. Al decir política nos referimos a la real, no a frases altisonantes que ocultan la verdad.


La paz, además, requiere articular medidas oportunas que la procuren o preserven. ¿Podían ser pacifistas los aliados frente a los nazis? En la II Guerra Mundial, no. Antes, un equivocado pacifismo (más bien derrotismo), tanto dentro como fuera, llevó a Hitler al poder: Hindenburg; Papen; aprobación de la Ley Habilitante; apatía ante la invasión de Austria y Checoslovaquia; Acuerdos de Munich; negativa a celebrar acuerdos militares con otras naciones que preocupadas los habían ofrecido, etc. demuestran que una paz mal entendida puede llevar a una guerra aún peor que la evitada. Con relación a la importante Ley Habilitante es importante destacar que esta permitió a Hitler ejercer un poder dictatorial. Esta ley fue aprobada por 9 partidos y 444 escaños, frente a los 94 del SPD (hubo dos o tres diputados del centro y centro derecha que cumplieron con su deber). El KPD, por su parte, había sido prohibido previamente. Martin Niemöller lo resumió muy bien cuando aclaró que casi nadie creía engrosaría las víctimas. Por supuesto, todo esto no clarifica nada: se puede aplicar del derecho y del revés. El primer enemigo contra la paz es la simplificación o un pensamiento mecanicista en blancos y negros.


Conceptualmente la paz y la guerra viven en las antípodas, pero en la realidad son interdependientes. Concentrándonos en la paz, uno de los peores errores es provocar una imagen, real o falsa, de indefensión. Esta no tiene amigos ni interiores ni exteriores --hay amigos letales, como reconocía Kissinger-- lo que tenderá a provocar el abuso, es decir, el conflicto.


Por otra parte, la paz sin espíritu de justicia es otra cosa, como otra cosa es la paz como actitud individual. Ha habido pacifistas que se han dejado fusilar antes de ir a combatir, no porque estuvieran contra los fines, sino contra los medios. En el lado belicista también hay gente que no está por ir al frente, les basta con que vayan los demás, salvo sus hijos.


Falsas paces


En la actualidad es difícil imaginar una tertulia entre Tolstoi, Rolland, Hesse y Tagore. Aparte de que murieron hace mucho, eran demasiado claros y consecuentes. Hoy muchos pacifismos son la antítesis de lo que predicaban. No inventamos: tenemos un ejemplo claro en los verdes alemanes, que desde que accedieron a los gobiernos del país están en la vanguardia de las certidumbres bélicas. Recordemos a Joseph Fischer o a Annalena Baerbock. El primero no tuvo inconveniente en participar en los bombardeos de Yugoslavia, una acción que se llevó a cabo sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. El asunto ya ha tenido el adecuado tratamiento histórico, como lo de Iraq y otras intervenciones más. A Baerbock no parece que sus electores (ciudadanos verdes) la constriñan demasiado. Respecto a Gaza se limita a pedir a los israelitas ataques "más precisos" para minimizar el número de civiles muertos en Gaza. La ministra añade que "no se puede pedir a Israel un alto el fuego y que deje de defenderse". Lo que sospechábamos: un conflicto que nació hace más de un siglo reducido ahora al último hito, el ataque de Hamas. Nadie quiere acordarse de 1915, cuando los ingleses metieron mano en el asunto. 


Los irlandeses dicen que cuando dos vecinos se pelean es que les ha visitado un inglés. El incumplimiento del mandato de crear dos estados soberanos (sólo se ha creado y reconocido al de Israel); las invasiones ilegales de suelo palestino por parte de colonos armados; los desalojos de propiedades palestinas; el robo de pozos de agua imprescindibles para simplemente no morir; miles de presos políticos, incluidos menores, sin cargos ni juicios; éxodos masivos con campos de concentración inmensos como horizonte, nada de eso es guerra.


Los países más belicistas suelen echar la culpa a los demás. Es coherente con el dicho de que la verdad es la primera víctima de la guerra. Hasta cabe decir que es la primera operación que se prepara: la demonización del enemigo: lo que los magnates norteamericanos del periodismo, Pulitzer y Hearst, hicieron con España. Puros monstruos éramos, aunque para nosotros no fue una novedad: Ya la leyenda negra nos había convertido primero en un pueblo sin virtud y después sin inteligencia, al contrario que el pirata Drake, héroe libertador de los mares. Después ocurrió lo inimaginable: lo que nos sustituyó nos hizo mejores que ellos, pero no se quiere saber, ni allí ni aquí.


La paz y los mapas


Los belicistas odian a la Historia tanto como los demagogos a los electricistas y taquígrafos. No es difícil localizar todas las guerras sostenidas y hacer balance por países. Además, nos ayudará a conocer cosas curiosas sobre las amenazas inminentes: en las fronteras del otro no lo son, a diez mil kilómetros de las suyas, sí.


El mensaje del belicismo tiene un denominador común: es por el bien de los otros. Hace poco nos sorprendían las palabras de un sector crítico con las acciones de Israel en Gaza: en su justa petición de un estado palestino ya habían delineado condicionadamente (a su gusto) el nuevo estado. Es decir, que ya tenía la primera piedra en su zapato para caminar soberanamente. Una solución de paz convertida en germen de futuros conflictos. En todo esto se comprobará que hay poca filosofía.


El deseo de paz no es simplemente un anhelo emocional bienintencionado; ha de tener su estrategia en la antítesis de cada guerra. Uno de los grandes peligros de un pacifismo superficial es no tener a la debilidad (propia o ajena) como peligro potencial. Dicen que el depredador capta rápidamente cuál es el miembro más débil de la manada (que incluso huele a distancia la enfermedad). Los desfiles militares tienen como principal misión mostrar o fingir fortaleza. Tal como se ha reconocido, la causa de atacar a Iraq no fue tener armas de destrucción masiva, sino todo lo contrario, haberlas agotado en la guerra contra Irán. Lo mismo Libia. Súmese a ello mucho petróleo.


El pacifismo ha de ser racional y ha de conocer las causas de cada guerra. No todas las guerras ni todas las paces son iguales. Habrá de distinguir entre guerras ofensivas y guerras defensivas --volvemos a remitirnos a lo de aliados y nazis--, al sitiador y al sitiado, al que se involucra en todo y al que lo hace sólo en lo necesario, y tras ello, razonar en consecuencia. Hemos leído solemnes tonterías en las que se equiparan separatismos y guerras coloniales. ¿Se puede confundir la pretensión del descuartizamiento de un estado consolidado con la sangría de todo tipo que entraña la ocupación extranjera? Por cierto, España se siente involucrada en todos los roces o conflictos fronterizos del mundo, menos en los propios. Extraño.


Hay un gran museo histórico al aire libre que prueba estas realidades: compárense las capitales de las metrópolis con las de las colonias. El lujo de las primeras indica su generosidad con las segundas. Un milagroso trasvase de belleza. En el siglo XVII Inglaterra establece su primer acta de navegación. Por ella, sólo los ingleses podían comerciar con sus colonias; las colonias, por el contrario, no podían comerciar con nadie. Muchos creyentes crédulos deberían lavarse los ojos, como el ciego Bartimeo, en la piscina de Siloé.


Todo esto se puede plasmar físicamente con sencillez. Bastará clavar en la pared un gran mapamundi y tender hilos de distintos colores entre países invasores e invadidos. Incluso cabrá añadir la versión moderna de los antiguos sitios, donde bastaba destruir las líneas de abastecimiento de la ciudad y rendirla por hambre. Añádanse divisiones provocadas por países extranjeros; quiebras económicas por medios financieros; levantamientos populares no tan internos; cercos y contracercos de miles de kilómetros; golpes; bases; manipulación de la mente, de la información; boicots; sanciones; tierras irredentas (algunas representando el 50 por ciento del territorio original, como Méjico; o Panamá respecto a Colombia), y se tendrá el panorama con el que se enfrentan la paz y la justicia.


No todas las guerras son estrictamente depredadoras, muchas no tienen un lucro inmediato, son estratégicas o tácticas. Hay puntos que por su capacidad de estrangulación del tráfico marítimo, comercial o militar (Gibraltar, Suez, Bósforo, Dardanelos, Bab El-Mandeb, Ormuz, Malaca, Panamá) son conflictivos; tanto como las bases militares, que pueden amenazar a continentes enteros. A ello sumémosle las doctrinas militares de cada país, tan explícitas. En ellas se habla sin pudor de cómo defenderse y/o acabar con el enemigo; si no de cómo dominar el mundo. Decimos y/o porque no todos los países tienen una relación específica de enemigos y de cómo eliminarlos. Por supuesto, España, como decíamos arriba, no la tiene.


Repetimos que la paz necesita de lecturas, no basta con un gran corazón. Mackinder, geógrafo inglés (quien controla el corazón del mundo –ubicado entre Berlín a Moscú-- controla también la isla mundial –Eurasia--, y quien controla la isla mundial, controla el mundo).y padre intelectual de algunos de los que siguen; Haushofer (creador de la geopolítica, con una visión euroasiática frente a los imperios marítimos del momento, Inglaterra y los EE.UU; se suicidó o fue suicidado), Ratel, Kissinger, Kennan, Clausewitz, contemporaneizado (cuando no se puede conquistar un país, hay que enfrenta a sus propios ciudadanos), Brzezinski (cómo fragmentar el tablero de ajedrez), Spykman (padre de la escuela geopolítica norteamericana y defensor de la hegemonía anglo-norteamericana para dirigir el mundo, así como de la división en dos de Iberoamérica), Kagan (verdadero creador de la bucólica idea del jardín asediado), Carl Schmit (defensor de las fronteras frente a un capitalismo en expansión. ¿Antiglobalismo antes del globalismo?), etc., todos ofrecen información imprescindible sobre la guerra y su contraparte, la paz. Nada oculan. Pero como decía Azaña, si quieres guardar un secreto, publícalo en un libro.


En ese juego de expansión – contracción se crearon zonas neutrales-- que pueden abarcar a varios países--, los llamados zonas o estados colchón, para evitar posibles roces. Su preservación es fundamental. Son como los cortafuegos en los bosques. Un sentido realista de la paz debe vigilar que no desaparezcan, tal como está ocurriendo últimamente, encima con equivocado alborozo. Tales zonas se arriesgan a sufrir las guerras que antes no les amenazaba y que otros no quieren sufrir en su territorio.


Adagios reales e inventados


Se repite tópicamente el adagio de “si quieres la paz, prepara la guerra”. Este tipo de frases tiene una fuerza especial, aunque hay algunas otras que resultan patéticamente oportunas. “Eli, Eli, ¿lama sabactani?”. Esta segunda se cita menos, aunque tiene una carga que aquí nos sirve; “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Jesucristo). Es decir, que sirve para aquellos que no evalúan las consecuencias de actos irresponsables.


Sobre el “si vir pax”, antes de repetirlo como aguiluchos en el nido, habría que investigar en qué situación real fue dicha. ¿Una invasión inminente?, ¿un poder amenazante en ascenso?, ¿unas vías comerciales en peligro?, ¿la desaparición de una zona neutral? ¿justificación cínica? Además, una vez citada debería hacerse un añadido que incite a la cautela: “y gánala, porque si no vendrá acompañada de destrucción” (lo que puede suceder incluso ganándola). Más constructivo sería guardar silencio y procurar que el camino de la paz sea la propia paz, sin que esta signifique debilidad, despiertando el olfato de los depredadores. Recordemos a Theodore Roosevelt que en 1904 decía: “…un debilitamiento general de los vínculos de la sociedad civilizada pueden, en Estados Unidos como en otras partes, requerir en última instancia la intervención de alguna nación civilizada…” Subrayamos “en otras partes” e “intervención de alguna nación civilizada”. No en vano lideró a los Rough Riders en Cuba.


La paz, además requiere de un gran sentido de la justicia, es decir, cuestión esencialmente política, así como un enfoque histórico. La historia siempre sorprende, tras cada esquina siempre hay otra esquina. ¿Fue Napoleón un revolucionario o un reaccionario? Ocurre con mucha frecuencia que se hable de todo sin haber hecho un mínimo esfuerzo de investigación. Incluso requiere de una labor higiénica que evite contaminaciones como la posverdad, la univocidad, los lugares comunes (generalmente productos de la manipulación y de la propaganda), las emociones subjetivas, las cancelaciones y restante arsenal ideológico.


Mirar desde distintas perspectivas


Tal sentido de la justicia debe ponderar cada situación, de forma que pasemos constantemente de lo singular a lo general; de lo concreto a lo abstracto, del pasado al futuro, del aquí al allí. ¿Hasta qué punto tenían razón los afrancesados, según se les evalúe como ciudadanos españoles o del mundo? ¿Es lo mismo una acción ofensiva que otra defensiva? ¿Es igual en el propio territorio –o exterritorio-- que fuera de él? ¿Es igual si es para sobrevivir que para esquilmar? El analizador imparcial habrá de conjugar todos estos elementos, que en la mayoría de los casos son contradictorios. De la confrontación entre la tesis y la antítesis surge la síntesis. A pesar de que se está demostrando que el mundo va hacia ella, hay quienes se empecinan en sus tesis inmovilistas.


Haciendo un inciso sobre el estudio de la Historia de España sería un desastre estudiar la historia de Madrid, Cantabria, Asturias, Murcia, aisladamente según el lugar. Todavía hay gente a la que no se les ha quitado de la cabeza semejante descuartizamiento intelectual. Incluso es inútil estudiar la Historia de España sin estudiar la Universal. El Congreso de Verona, y su Santa Alianza, y sus Cien Mil Hijos de San Luis. son un buen antecedente histórico para saber de la nobleza de las naciones. En su momento se habló mucho de los serbios, pero nunca de su pasado, de su relación con los croatas, de las matanzas provocadas por la ustacha. La historia con un parche en uno de los ojos, es decir, sin relieve. Hoy barajamos una historia aprendida en cápsulas; pocas y deslavazadas. Lo que se llama Occidente lleva siglos acomodado en la complacencia, y ya es hora de que despierte, tanto por ética como por necesidad. Este lugar del mundo suele mirar en derredor y arrojar una mirada menospreciativa hacia civilizaciones que considera atrasadas. Íbamos a decir más atrasadas, pero ese Occidente ignaro podría ofenderse. Pero aparte ironías, estas actitudes llevan al racismo, a la xenofobia, al clasismo, a la aporofobia, al chovinismo, jinetes también de la apocalipsis (en femenino y minúscula). Aún recordamos a una joven licenciada alemana hablando sobre la violencia de otros países en una tv alemana. Parecía sincera. Pero olvidaba que su país ha sido incansablemente belicista durante el siglo XX (algo hubo también en el XIX), con robos territoriales acompañados de millones de muertos. Pero, no importaba, todos asentían, el tópico estaba de su parte.


Caeríamos en la misma inconsistencia si nos quedáramos en Alemania y rompiéramos la cadena de los hechos (qué frágil es la custodia de la prueba en historia). Tanto franceses como ingleses habían colaborado con tesón mediante sus bloqueos y contrabloqueos en la creación de situaciones prebélicas. Con el asunto de la I Guerra Mundial, por ejemplo, solemos adscribirnos a una especie de banderías infantiles (lo infantil no está exento de crueldad, otro tópico buenista) que en nada ayudan a comprender y evitar su repetición. O anglófilos o germanófilos, y la causa reducida a un simple atentado en Sarajevo. Sin embargo, si se atiende a las apetencias colonialistas de los europeos se comprende claramente que ninguno de los dos bandos era inocente. 


La Conferencia de Berlín (1884–1885) representa la desfachatez de la “civilización”. Se disputaron un continente entero riquísimo (África) al cual descuartizaron sin misericordia con escuadra y cartabón, enfrentando a la vez etnias. Y no sólo África, también Asia, Oceanía, Iberoamérica. No se habla de las hambrunas en la India, con millones de muertos porque la metrópoli imponía cosechas que sólo servían para la exportación y su enriquecimiento. Igual ocurrió con su floreciente industria textil (la india), destruida para que no pudiera competir con la industria textil radicada en Inglaterra. ¡Leyenda negra española! China sufrió dos guerras devastadoras para que Inglaterra equilibrara una balanza comercial deficitaria. Hablamos de las guerras del opio. La lista es infinita, se saldría del marco de unas páginas, y llevaría a otros asuntos, como ¿por qué hay paraísos fiscales en Occidente que permiten se se blanquee el dinero de la droga? Mejor dejarlo en que no hay que elegir entre anglófilos o germanófilos. Hay terceras opciones, como nos demostró, sobre todos, con hechos, Romain Rolland. Y esa paz informada es la necesaria, no la que se restringe a una emoción válida pero insuficiente. Otro es el camino de los tontos, que antes de saber cómo terminará un conflicto, lo comprometen a una solución final bélica.

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