Visto de lejos y cerca: este 2023 ha sido un año propicio para Mario Vargas Llosa. En el primer trimestre, el Nobel de Literatura 2010 ingresó a la Academia Francesa — reconocimiento a la par del Nobel, además, es el primer autor hispano en formar parte de esta institución fundada en 1635 por el cardenal Richeliu— y a fines de octubre publicó su nueva novela: Le dedico mi silencio (Alfaguara).
A estas alturas, como su nombre ya quedó en la historia cultural, muy pocas cosas pueden afectar a Vargas Llosa, en especial cuando hablamos de las críticas contra su ficción a razón de las preferencias ideológicas de quienes las conducen (la mayoría de las veces es así, de lo contrario, fijémonos en el apuro de los reseñistas por hallar la pepita neoliberal, punto de partida para la cuchillada). Vargas Llosa sabe bien que esos reparos a su poética no se alimentan de las lecturas de sus libros y ensayos literarios, sino de su faceta de articulista en donde más de una vez ha plasmado su postura neoliberal (al respecto, este domingo 17 se publicó el último artículo de su columna Piedra de Toque en El País. ¿Llevará su emblemática columna a otro medio?). En este orden de cosas, en donde fracasa la crítica desviada (una vez más), triunfa Vargas Llosa con el favor del lector.
Parece antojadizo lo dicho, pero no. Si hay un Nobel de Literatura a quien más se le critica literariamente por su afinidad ideológica, ese es Vargas Llosa. Se confunde a la figura pública con el autor de ficción. Vargas Llosa no es un intocable, tiene obras maestras y contadas novelas menores. Los autores totales son así: oceánicos, quieren contarlo todo y en ese trayecto no siempre son contundentes, y en el caso del Nobel peruano, sus trabajos menores han ido cambiando de posición.
Hasta 1997, Vargas Llosa tenía dos entregas menores: ¿Quién mató a Palomino Moreno? de 1986 y Los cuadernos de don Rigoberto. Nada mal para ostentar 12 desde 1964. Este dúo cedió su lugar a El héroe discreto de 2013 y Cinco Esquinas de 2016. La proximidad entre ambas encendió más de un disparate valorativo: se afirmó que el autor atravesaba una decadencia creativa. Si bien no son proyectos logrados, ellos proyectan una chispa en el lector: aparte de lo que se cuenta, un tono risueño los sostiene (el arranque de Cinco Esquinas, por ejemplo). Además, la narración está ambientada en el Perú de entre siglos, en especial en los años 90. Extorsión, sicariato, podredumbre moral y otras maravillas similares son sus temas y junto a Le dedico mi silencio forman una trilogía novelística del Perú actual. El Perú es una de las preocupaciones del Vargas Llosa escritor, pero esta seguidilla temática podría revelar una obsesión, digna de los artistas capaces de ver cambios en su sociedad cuando muchos ven árboles y mariposas (no lo digo en referencia a la narrativa hispanoamericana actual). Queda para los especialistas determinar la validez de esta impresión, si hubo intención o no de hacer una trilogía novelística, pero lo que importa hoy es su existencia y tras la lectura de Le dedico mi silencio, su justificación.
Porque Le dedico mi silencio firma el valor de esta trilogía. No está ajena a la estructura de la poética del autor, tampoco a su sentido ontológico (la búsqueda de la utopía) y menos a la marca de la casa: personajes que luchan contra la mediocridad de la vida, tal es el caso de Toño Azpilcueta, un hombre que cultiva la pasión por la música criolla, quien en una velada en el Rímac escucha tocar la guitarra a un joven misterioso, llamado Lalo Molfino, por recomendación de José Durand Flores. Conocedor de la música criolla, Azpilcueta queda arrobado por la ejecución de aquel guitarrista. Decide investigar sobre su vida y a partir de ese propósito escribir un libro de ensayo titulado Lalo Molfino y la revolución silenciosa. A Azpilcueta no solo le motiva escribir su ensayo, sino mediante el mismo suscitar el cambio que requiere la sociedad peruana: reflejarse en el vals y asumir la huachafería como el ADN de su identidad.
¿Qué es la huachafería, lo huachafo? ¿Por qué la música criolla se nutre de esa influencia de la que no se tiene noción de dónde viene pero que calza muy bien con el espíritu del peruano? Estas son algunas preguntas que Azpilcueta intenta responder en su investigación. (Lo huachafo: la cursilería, asociada al mal gusto o a ese factor ultrasentimental que te lleva a decir una palabra demás cuando ya no es necesario, a saber). Se entiende que en Le dedico mi silencio hay datos históricos, culturales y literarios, tampoco faltan los conflictos sentimentales o amores resignados: Azpilcueta ama a su esposa Matilde, pero su amor oculto es la cantante criolla Cecilia Barraza, personaje clave para entender a Molfino y al mismo Azpilcueta. ¿No es acaso el amor o el deseo por una mujer lo que también impulsa a Azpilcueta a escribir ese libro sobre la música criolla?
A diferencia de El héroe discreto y Cinco Esquinas, el contexto noventero es un escenario funcional. Para Le dedico mi silencio, Vargas Llosa dejó de lado la representación realista para abrir los fuegos de la reflexión mediante el ensayo (género en el que ha brillado: La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary de 1975 o La verdad de las mentiras de 1990, entre otros), que le permite quebrar la rigidez fría del dato para sacarle el jugo a la digresión.
Género clave para entender la narrativa de las últimas décadas, el ensayo tiene el poder de unir/juntar registros sin suscitar trauma discursivo. Esa es su magia y Vargas Llosa un maestro que lleva al buen puerto de la verosimilitud el propósito de esta novela, en donde el ensayo por tramos es del mismo modo parte de la morfología de la huachafería, todo un guiño a la columna temática del libro.
En la nota final de Le dedico mi silencio, Vargas Llosa señala que esta será su última incursión narrativa. En CARETAS señalé que habría que abordar con pinzas esta declaración, pero tras su lectura el panorama cambia: es muy probable que sí sea su último trabajo de ficción. Vargas Llosa estaría cerrando su inigualable trayectoria de novelista (20) con una obra en estado de gracia y cuestionadora sobre la identidad peruana. Esta última es una inquietud que recorre no pocos de sus títulos con la diferencia de que aquí hay un mensaje esperanzador: la cultura como solución a las divisiones y la polarización. Felizmente, no solo aplicable a la realidad peruana.
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