El silencio, amor, debería ser una mercancía expuesta al público por el que poder pagar inmensas cantidades de auténticas perlas. Escribo y caigo en la cuenta de no estar en mis cabales porque en las tres líneas que llevo escritas he gozado al ver hasta siete veces el rojo advirtiéndome de mis faltas de ortografía o erratas o esas cosillas que llaman duendes y que acuden a los escritos en los momentos más imprevistos.
Y todo ello viene a cuento, oh amor, porque no sabía nada de ti pues tu silencio ha embargado todo mi ser durante más de veinticuatro horas, siglos para mí. También yo he estado en silencio porque he estado atendiendo a mi pequeña, ya mayorcita, que ha venido a estar conmigo, con nosotros, durante este fin de semana y a la que he dedicado todo mi extraño ser para que sea feliz mientras un servidor presumía de estar como una auténtica “rosa”, aunque solamente yo sé que algo ajada.
Doy un giro a este “copo” porque si no lo hago el “dire” del periódico me va a comentar que él no me abona la limosna mensual para hablar de mis cosas, sino que por decencia estoy obligado a escribir de los problemas de los demás, ya sabes, de la ciudadanía, políticos, electores y de la sagrada España; aunque a mí, realmente lo único que me interesa es hablar de ti y de mí, de los dos en uno, o sea, del amor que nos une y nos separa.
Es por ello que cuando en estos momentos, cuando llevo doscientas setenta y seis palabras escritas, me recompongo y sorbo un café crema para acordarme que el líder del PSOE, ese buen hombre que se llama o lo llaman Pedro Sánchez lleva mudo, o sea, en silencio, desde el pasado veintiséis de junio. Todos hablan por él, y él por aquello de la política, de los votos, de los ochenta y cinco escaños, de los pactos y de toda la farfolla que alimenta la política, envía a los suyos a que hablen por él.
No es mi caso, amor, porque yo, la mitad del mundo conformado por ti y por mí, he leído tu inmenso corto poema y he comprendido, pobre iluso, que hablas de mí, de lo nuestro, del misterio que nos une y ya soy inmensamente feliz, sin más.
Si Pedro Sánchez supiese de los entresijos del amor y sus vaivenes sería tan feliz como lo soy yo, pero no se entera y, además, jamás se enterará que para gobernar en este mundo extraño solamente es necesario soñar, nada más que soñar.
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