“Yo moriré pero volveré y seré millones” - Túpac Katari, líder indígena descuartizado por los españoles en La Paz (Bolivia) en 1871.
En esta mágica temporada navideña, en donde el mundo está inmerso en dos guerras, laten los corazones al compás de la esperanza y la tristeza. La alegría de la Navidad reside en la sonrisa de los niños al abrir sus regalos, en los villancicos, en la llegada del Papá Noel de barba blanca cargando un saco lleno de regalos; y en la calidez que ilumina los hogares y los corazones. La Navidad no es solamente un momento para celebrar una fiesta, intercambiar regalos, cosas materiales; sino también es una oportunidad para estar con nuestros seres queridos. Y recordar a los que ya no están entre nosotros. La Navidad es igualmente una ocasión para cultivar la empatía, la solidaridad y la compasión.
El genocidio del pueblo palestino hace que no exista un sentimiento pleno de felicidad. La Navidad en Palestina está marcada por la sonrisa, de los niños y de las niñas, metida en la muerte, por los edificios hechos escombros, por la soledad y el silencio que arropa en las noches, por las cañerías y cables de luz rotos en mil pedazos… En resumidas cuentas: el Holocausto palestino fue creado por el terrorismo de la maldita serpiente de cinco cabezas, y por el terrorismo de Occidente contra un pueblo noble e indefenso. Por eso mismo, muchas familias palestinas no están con sus seres queridos porque miles y miles de personas han sido abatidas por las balas del invasor. Y los niños, las mujeres y los hombres que han sobrevivido los cobardes ataques desde la satánica Tierra Santa; tienen el corazón sin sangre. De ahí, que la luz en los hogares palestinos, parece adquirir una tonalidad apagada, más parecida al parpadeo de una vela que se extingue lentamente. Y los cánticos navideños, en vez de ser alegres melodías, se transforman en ecos apagados que resuenan en la distancia, recordándonos la defunción, el hambre y el hostigamiento.
En Palestina, cada lágrima caída, como un pequeño río, es la manifestación de un duelo silencioso donde el alma acaricia la esencia de lo que fue.
En Palestina, cada voz es un grito desgarrador contra la muerte, contra las tierras usurpadas, contra el muro edificado con manos de gorilas, contra un ejército sediento de sangre, contra los brazos rotos a culatazos, contra los niños encarcelados, contra la libertad cuajada con tanques y aviones de guerra, contra las casas asaltadas por colonos, contra los atropellos a los Derechos Humanos, contra el absoluto control por mar, por aire y por tierra.
Mientras millones de niños, mujeres y hombres celebran la Navidad con un hermoso árbol navideño con luces intermitentes y multicolores. Mientras millones de seres humanos festejan la Navidad con abundante comida, regalos, vino, panetones, dulces, turrón, dátiles, pasas, nueces, arroz con leche etc; el pueblo palestino muere por las bombas caídas y marcadas con la estrella de David.
El pueblo palestino muere por falta de alimentos, por falta de agua, por falta de medicamentos, por falta de electricidad, por falta de su tierra, por falta de su mar, por falta de aire puro, por falta de autonomía…
Pero a pesar de que un manto negro ha envuelto a Palestina, el heroico pueblo de Yasser Arafat, emerge como un faro de resistencia para luchar contra la barbarie que amenaza con eliminar todo tipo de existencia. Y todos los que han muerto, en el nombre de Palestina, volverán y serán millones.
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