Recuerdo la canción de Luis Aguilé: “salud, dinero y amor”… son buenos propósitos para el año nuevo. De los tres, me quedo con el amor, pues hasta la salud va de la mano de una vida llena de amor, y esa actitud conlleva normalmente la abundancia, pues una persona que tiene espíritu de servicio suele tener qué hacer.
¿Amar es siempre lo mejor? Parece difícil, pues vemos que mientras que hay un nivel aceptable de dinero para vivir (aunque para la codicia nunca es suficiente), y estamos en un cierto estado de bienestar en este sentido, muchas personas padecen la soledad y el desamor. El amor es la energía de la vida, y se alimenta en la familia, en la amistad, y puede haber momentos en que una convivencia basada en el amor es sumamente difícil, cuando la rotura parece ya irreparable; aquel viejo amor perdido quizá no es recuperable..., pero siempre puede nacer otro, si bien no el amor adolescente e idealizado, será sin embargo más pleno y maduro, hecho de una serie de conductas reforzantes, positivas, concretas, que no parten de la emoción, sino de algo más profundo, que no es tanto una obligación –que hoy no se valora- sino un acto de justicia en el sentido pleno de la palabra. El amor es parte fundamental de la vida en pareja, y si bien en algunas tradiciones o en otros momentos históricos se pactaban matrimonios entre familias, y el amor iba surgiendo con la convivencia, hoy vemos que esto es una aberración, y que la comunión que se forma cuando dos personas se casan está ligada a un enamoramiento, porque se ama hay esa unión, aunque también porque se quiere amar pues esa nube rosa puede irse al cabo de unos pocos años. Estoy en contra de aquella frase que leí de que “la gente se casa por dinero, lo demás es puro erotismo”: lo primero es hacer negocio pero no asegura la felicidad, digamos que es condición necesaria pero no suficiente, pues el erotismo no es negativo: el amor tiene un aspecto importante de donación a la otra persona, y también un aspecto erótico que conviene también. Aunque haya componentes químicos en esa dinámica de encuentro amoroso, y en este sentido se puede pasar "la química", amar es una decisión personal. Hace poco leí un relato de Pearl S. Buck donde le pregunta una mujer blanca con dudas matrimoniales a una china casada con un marido que era "una peste": -"¿pero tú le amas?" Y ella: "-¿Amarlo?... lo que sí he sabido siempre es cuál era mi deber, y sin dudarlo, lo he cumplido. Cuando lo hago, soy feliz. Si no, me siento como enferma, y mi corazón no me deja descansar. Si mi esposo no ha sido conmigo un hombre ideal, al menos yo sí he sido para él lo mejor que me ha sido posible". Precisamente esta autora habla muy bien del cambio de tendencia en Oriente, cuando el amor prevalece sobre las tradiciones. El matrimonio se tenía por un contrato donde la justicia se determinaba por deber por el deber, y quizá ahora se ha pasado a la cultura del emotivismo, del “siento” eso. El amor es más profundo que las emociones, y no está atado a una obligación que pueda esclavizar con el pretexto de la “justicia”.
La vida también hay que disfrutarla, y buscar el sentido de ella. Si bien es cierto que toda persona es digna de ser amada (es "amable"), y que con esfuerzo y buen corazón puede quererse a cualquiera, mientras que unas personas optarán por superar un error en una relación y reconstruir una familia como algo que merece la pena, también la libertad que da sentido al día puede hacer que se opte por un cambio. Quien opta por reconstruir ese amor una y otra vez, verá que la vida es un camino con muchas etapas, con riesgos y peligros, nervios que hacen perder los estribos… dificultades externas (como la falta de dinero), o internas (cansancio de los compañeros del viaje, o aparecen como más atractivas otras personas con las que se encuentra uno en el camino)… aguantar la decisión de permanecer con la persona elegida, tener paciencia ante una crisis familiar que parece insoportable y de la que se quiere huir enseguida, de cualquier forma... cuesta, y el amor duele. Pero ¿y el compromiso adquirido? En estos momentos, es bueno recordar que la familia no es que siempre dé la felicidad, pero es donde las cosas ocurren de verdad, sobre todo las importantes, como son los hijos y su felicidad. Y ahí está el sentido de la palabra amor. Lo otro… ¡es tan variable! Es como el caledoscopio, muchos colores que se multiplican, pero con poca consistencia pues se hace con espejuelos. Una deficiente educación en el amor causa estragos: resentimientos y descorazonamiento: por muchos éxitos la vida está llena si hay amor, pero hay dolor, y a veces viene la tentación de no amar. Pero también podemos pensar que la fidelidad es dinámica, y no algo que una para siempre, si falta esa lealtad y compromiso, si la inmadurez domina la relación, etc. La sabiduría entiende de problemas y de cómo superarlos, pero la institución del matrimonio no ha de prevalecer por encima de la dignidad de la persona, y mucho menos sentirse nadie esclavizado a una existencia innoble o vacía. En cualquier caso, la vida pasa por amores y desamores, y no es solución la táctica budista de evitar apegos. Pues si uno quiere vivir sin dolor –como anestesiado, buscando una plácida existencia-, que no ame, pero sin amor no hay vida, sólo tristeza. Y el amor tiene altibajos, emociones, agonías y éxtasis… y se vive más a fondo con los sentimientos que todo eso conlleva. Y siempre el amor es echar leña al fuego diario, avivarlo si hay que volver a empezar, echar leña para construir una relación día a día, aprender a amar pues la vida es aprender, y sobre todo en lo que es la esencia de la vida… es un aprendizaje que dura siempre. Aprender es también empatía, ver las cosas como las ve el corazón de la persona amada. Los sufí tienen una historia: "Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / La puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / Y la puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Y contesté: soy tú. / Y la puerta se abrió".
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