No se escandalicen por este titular. Quiero decir que ese bello cartel no encarna mis sentimientos de devoción en el recuerdo que desde hace tantos años tengo por la Semana Santa Andaluza y más concretamente por la jornada sublime del sacrificio de Jesucristo representado por las seis cofradías que sacan de sus domicilios a un millón de personas para acompañar a las imágenes sagradas en la madrugá del Viernes Santo.
El cartel es precioso. Y el autor debe estar orgulloso porque ha escogido para representar a la figura del Señor a su propio hijo. Algo así como hizo el Hacedor del mundo que tras crear el universo y en él al género humano, que se reveló desobediente y díscolo, envió a su propio hijo para salvarlo de la condena eterna.
Pero la imagen escogida para representar al joven Salvador del mundo, —que, como mi hijo Alfonso, tenía 33 años—, para representarnos, no me inspira, ni a mí, ni a muchos andaluces, sean “gadchés” o gitanos, el más mínimo sentimiento de fe y devoción hacia la figura del Cristo azotado en la columna o que se cae reventado por el cansancio y las palizas camino del Calvario cargado con una cruz.
Como hago cada Semana Santa, desde hace más de 40 años, el Jueves Santo y la madrugá del viernes la paso en Sevilla. La mayor parte del tiempo acompañando a Nuestro Padre Jesús de la Salud, el Cristo de los Gitanos, el Manué, que tiene la misma cara —permítanme la licencia— de mi abuelo Agapito que en paz descanse.
La noche mágica de “la madrugá” del Viernes Santo
Hay seis cofradías que inundan las calles de Sevilla procesionando desde sus respectivos templos hasta la Catedral donde hacen la estación de penitencia. Tienen una ruta marcada y un horario que han de cumplir escrupulosamente. La primera en salir de su basílica es El Gran Poder. Esta cofradía fue fundada en 1431 por los Duques de Medina Sidonia.
El Silencio es una hermandad fundada en el año 1340 por los vecinos del barrio de Feria. Y en los primeros minutos, pasada la medianoche, rompe la noche sevillana La Macarena que fue fundada a finales del siglo XVI y que concita desde entonces la devoción de todos los sevillanos.
No me imagino, créanme, ni al Señor de Sevilla, el Gran Poder, ni a Jesús, el del Silencio abrazado a su cruz, ni al Señor oyendo la Sentencia, desnudo de cuerpo entero, con sus partes tapadas por un falso y artístico pudor, mientras le sigue su Madre Macarena.
Pero aún quedan tres hermandades más que honran y dan esplendor a la madrugá andaluza. El Calvario que desde 1572 nos ofrece la imagen del Cristo Crucificado. Un Cristo muerto, es verdad que semi desnudo, pero muerto en la Cruz. Sus nazarenos le acompañan en absoluto silencio. Nos quedan para cerrar el inusitado cortejo, la Esperanza de Triana y el Cristo de Los Gitanos. No me puedo imaginar al Señor, agotado, caído en tierra por tercera vez, arrastrando su Cruz, mientras que un infame romano, subido en el más bello caballo de la cuadra andaluza, tira de Él camino del Calvario. No, el cartel que ha seleccionado el Consejo de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Sevilla para publicitar nuestra Semana Santa no se corresponde con la imagen marinera de la Esperanza de Triana que desde 1418 tiene en vilo a decenas de miles de sus devotos.
Y nos queda Los Gitanos. Fue un gitano ilustre llamado Sebastián Miguel de Varas, trianero para más señas, quien, con un grupo de gitanos como él, fundaron en 1753, hace casi 250 años, la cofradía más peculiar de Sevilla que ha dado su nombre a otras hermandades de gitanos. Desde aquí quiero manifestar mi admiración por las que honran a nuestro pueblo rindiendo culto al Cristo de los Gitanos en Écija, Utrera, Lebrija, Almuñécar, Jerez, Málaga, Ronda, Granada, Córdoba, Palma del Río y Vera, así como en Huesca, Madrid, Tarragona y Calpe.
Este año, como siempre, trataré de acompañar a nuestro “Manué” desde que salga de su Santuario de Nuestro Padre Jesús de la Salud y nuestra Señora de las Angustias a las dos de la madrugada, hasta su recogida allá por las tres de la tarde.
No sé qué diría don Antonio Machado
Fue en 1914 cuando Antonio Machado escribió su famoso poema “La Saeta” que Joan Manuel Serrat convirtió en canción en 1969. Supongo que al gran poeta no le habría gustado el cartel anunciador de la Semana Santa de Sevilla que el Consejo de Hermandades y Cofradías, —que es el verdadero responsable— ha seleccionado para anunciar la semana más importante del año andaluz.
Y lo más seguro es que el poeta pediría una escalera para borrar el letrero anunciador, —no el dibujo que me parece muy meritorio y digno de ser respetado—, para manifestar que, como al Cristo de Los Gitanos, no quería verlo clavado en la Cruz sino andando sobre la mar.
A mí también, para anunciar la Semana Santa, no me gusta ver a un Cristo haciendo estriptis sino al Hijo de Dios cargando con una cruz para señalarnos que el camino de la justicia y la lucha por la igualdad no siempre está sembrado de imágenes engañosas por más espectaculares que sean.
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