El debate sobre los problemas del sector primario es poliédrico y complejo como pocos. Cada uno lo mira desde su propio ángulo aunque se observa una generalizada corriente de simpatía hacia la actual movilización del campo.
Hay ciudadanos que aplauden en la calle a los tractores que bloquean el paso de todos. He visto programas de televisión que les tratan con cariño y partidos y políticos que intentan adueñarse o evadirse de la causa. En general, hay una posición tan favorable desde la España rural y vaciada como despreocupada desde los sindicatos de clase y la extrema izquierda, tan urbanita y globalista ella.
Los consumidores, esa mayoría silenciosa y olvidada
De los que nadie se está ocupando es de los consumidores, ese tantas veces olvidado, silencioso e invisible grupo formado por decenas de millones de españoles, cuyos intereses parecen subordinados a los de los productores, distribuidores y políticos. Y sin embargo, lo que queremos los consumidores, más allá de aplaudir en las calles a los tractores, es que en las tiendas haya variedad de productos sanos - que no contengan fitosanitarios que dañen la salud- , a los mejores precios posibles y con diferentes calidades a las que poder ajustar el presupuesto de cada uno.
Con los pesticidas y añadidos químicos que afectan a la salud, los agricultores tienen razón cuando se quejan de que entre producto con componentes dañinos y prohibidos. Lo que se dice muy poco en los medios es que obviamente ya está prohibida su entrada y comercialización en toda la UE y lo que ocurre es que no funcionan los controles fronterizos o no se quiere que funcionen. Se trata como tantas otras veces de un problema de falta de cumplimiento efectivo de la norma, o quizá de escaso interés por parte de las autoridades por nuestra salud, quizá subordinada esta vez a otros intereses.
¿A quién se protege al proteger al campo?
El resto de peticiones orientadas a 'proteger' al campo no van en la dirección de lo que necesita el consumidor. Si analizamos este punto sin 'nacionalismo', prescindiendo del orgullo patrio y de la positiva emotividad que nos generan el campo y sus frutos, anclada en nuestra mente desde generaciones, nos quedaremos con la madre del cordero del asunto: ¿si protegemos al campo español, me va a salir mas cara o mas barata la cesta de la compra, y habrá más o menos calidad y variedad en el super?
Los agricultores se quejan de 'competencia desleal' de otros países que nos "invaden" con naranjas, pimientos y muchos otros productos, 'de "peor calidad", lo que provoca que sus explotaciones "que nos dan de comer a todos" sean ruinosas y estén cerca de la quiebra. Por ello bloquean desde décadas que se ponga en marcha el acuerdo -firmado ya varias veces- de libre comercio entre la UE y Mercosur - la unión de doce países de América del Sur- por el cual más de 800 millones de personas nos beneficiaríamos de la reducción de precios de todos los alimentos al derrumbarse los aranceles que pesan en uno y otro lado del atlántico. Muchas industrias alimentarias europeas podrían ampliar sus ventas y crear más empleo aquí al ampliar mercado en Sudamérica. Por poner algunos ejemplos, Mercosur hoy impone aranceles a la UE del 20% sobre el chocolate, 27% sobre el vino y 35% en los refrescos y cerca del 30% a los lácteos, como el yogur, el queso o la propia leche, muy penalizada en las aduanas suramericanas. Si, esa misma leche que los ganaderos tiran al suelo por no encontrar mercados donde vender, obligados por la PAC de la UE.
Todas estas ventajas para el consumidor y la economía del país siguen en vía muerta porque el campo español y el resto de grandes productores hortofrutícolas no quieren competir más de lo que lo hacen con los alimentos de Mercosur. En 2022, la balanza comercial de frutas y hortalizas con los 12 países de la zona fue deficitaria para España ( importamos 180.000 toneladas de frutas y hortalizas y exportamos 63.000). El campo español, la huerta de Europa, pese a ser el mayor productor europeo, teme que abrirle más las puertas a Sudamérica suponga la pérdida de la cuota ganada en tantos países.
Algo muy parecido ocurre con los acuerdos comerciales con otras zonas como Marruecos, India, Nueva Zelanda, Australia o Kenia. La presión de las asociaciones del sector y sus movilizaciones pretenden que estos no se ratifiquen o se abandonen las negociaciones en curso. Lo que se persigue es mantener artificialmente cuotas de mercado y evitar la competencia, perjudicando al consumidor, que verá menor variedad en las tiendas y producto más caro, tanto por los aranceles que persisten como por la posición de dominio del productor español, privilegiado por la norma.
¿Soberanía alimentaria?
Las peticiones de protección del sector se camuflan con pobres argumentos como el de mantener la 'soberanía alimentaria' -estamos a medio telediario de declarar la autarquía- como si no estuviera más que garantizado el suministro alimentario en un mundo globalizado donde el intercambio comercial cuenta con millones de productores en todo el planeta, deseosos de hacernos llegar sus alimentos a precios razonables pese a las largas distancias gracias a los avances en el transporte. Si algo demostró la pandemia es la gran capacidad del comercio mundial para reinventar su propia cadena de suministro y la logística en semanas. Y se hizo con todo quisqui en su casa y con las tiendas cerradas. Y no faltó de casi nada
¿Competencia desleal?
Se apela también a eliminar la competencia 'desleal', evitando que entre producto - marroquí y de otras zonas- que no cumple con el mismo salario al trabajador, normativa y requisito de calidad que el español. Todo ello, de ser cierto, no sería competencia desleal. Si no es dañino y se garantiza al consumidor un amplio acceso a la información -no solo en la etiqueta- de la procedencia, el proceso de fabricación, los componentes utilizados, etc, se ganará o no su hueco en los lineales si satisface las necesidades de la gente. Y si alguien quiere dejar de comprar melones de Marruecos en la frutería porque los campesinos de ese país ganan poco dinero, está en su perfecto derecho, pero debería saber que en España el sueldo medio por hora en el campo es el más bajo de todas las profesiones, solo por encima del servicio doméstico. Por cierto, esa misma crítica que hacemos a Marruecos, y por las mismas razones, nos la pueden hacer a nosotros los franceses, norteamericanos y casi todos los europeos. Lo de que Marruecos nos está invadiendo con sus productos y acabando con el sector hortofrutícolas, es algo más que exagerado. España exporta 10.000 millones más frutas y hortalizas de las que importa en todo el mundo. Somos muy competitivos y Marruecos solo representa el 5% del total de importaciones del sector y la tendencia es a bajar: en 2023 las compras procedentes de ese país se han reducido sobre las de 2022.
En cuanto a que en otros países no se exigen tantos requisitos ecosostenibles, burocracia y controles, a lo que deberíamos aspirar todos es que sea en España y en la UE en donde se relaje o desaparezca aquella regulación prescindible o fuera de la realidad, pero no a que se impongan en esos otros países las mismas surrealistas y dañinas normas que aquí se repudian.. Si tenemos claro que no son justificadas, acabemos con ellas aquí y no pidamos que se implanten fuera.
Si el producto del campo español es de tan buena calidad como nos dicen sus productores y habita en nuestra conciencia colectiva, no debería protegerse tanto, él solo se labrará su camino. Lo que no es justo es que algunos pretendan protegerlo por su propio interés - legítimo, pero propio- y poner a los consumidores la cesta de la compra más cara y menos variada de lo que podría ser.Si los lineales de las tiendas están abiertos a la competencia de otras zonas, eso redundará en mejores precios y más ahorro para las familias, que lo podrán dedicar a comprar mas unidades de fruta, o bien a cubrir mejor otras necesidades, otros usos o compras donde antes era más complicado llegar. Una mayor competencia acaba por tanto beneficiándonos a todos.
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