La implementación progresiva de la rebaja de la jornada de trabajo sin merma salarial está encontrando más escollos de lo que se podía imaginar. Ya no se habla de una reducción semanal, sino que podría hacerse en cómputo anual. Una de las medidas más mediáticas, anunciada tras la reedición del acuerdo de gobierno PSOE-Sumar, pasaba por reducir la jornada laboral de las actuales 40 horas semanales a las 38,5 horas en 2024 y a las 37,5 horas en 2025, pero aún no se vislumbra una fecha aproximada para su implantación.
La idea original que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y su coalición señalaron como prioritaria en su programa electoral, era la de proceder a una disminución semanal durante esta legislatura, aunque las negociaciones entre ministerio, patronal y sindicatos se prevén complejas.
Los empresarios han recibido este ajuste con muchas reticencias indicando que incidiría en una posible bajada de la productividad y el incremento de costes, mientras que los sindicatos apremian para su puesta en marcha en aras de aumentar el rendimiento laboral y elevar la satisfacción personal de los trabajadores.
Por su parte, la titular de la cartera de Trabajo y vicepresidenta segunda del gobierno pretende llegar a un acuerdo que convenga a todas las partes, incluso salvando las diferencias que han surgido con algunos miembros del propio gabinete.
¿Qué supone la modificación en términos anuales? Pues que en lugar de que la reducción de la jornada laboral sea efectiva semanalmente se ajuste a un cómputo anual. ¿Cómo? Estableciendo una jornada máxima anual. ¿De qué manera? La solución pasa por aumentar los días de vacaciones o de asuntos propios, ajustándose así al cómputo anual sin sobrepasarlo. Ello no quiere decir que se descarte la rebaja semanal, pero dependerá en buena medida de lo que se firme en cada convenio.
Las ventajas
Pero al margen de esto, las virtudes de la reducción de la jornada laboral son más que evidentes. La primera de ellas es que se trata de una medida clave para aumentar la productividad debido a que a los trabajadores se les proporciona mayor tiempo de descanso por lo que conlleva una mayor satisfacción laboral y personal. Trabajar más no implica producir más.
La segunda es que las jornadas de trabajo son más cortas por lo que se registran menos bajas por enfermedad y, por ende, se reducen los niveles de absentismo. Al trabajar menos se enferma menos. Otro beneficio es que contribuye a un mayor desarrollo de la conciliación de la vida laboral y familiar. Es decir, los trabajadores pueden dedicar más tiempo a su familia y posibilita la adaptación y flexibilidad del horario laboral.
También se gesta la oportunidad de propiciar generación de empleo, ya que si se reduce la jornada laboral se precisa más plantilla para cubrir las mismas horas de trabajo, optimizando las empresas los recursos y adaptándolos a la reducción sin perder productividad.
Pero, sin duda, una de las principales ventajas de la rebaja de la jornada es que contribuye a la disminución de los niveles de estrés, una de las patologías más comunes asociadas al exceso de trabajo que descendería su incidencia si se suavizan las condiciones laborales. De hecho, según numerosos estudios al respecto cifran en que el 70% de los trabajadores lo sufren.
Mientras que el cansancio es otro de los síntomas de las largas jornadas de trabajo que lleva inherente un descanso insuficiente y, por tanto, una mala alimentación al no disponer de tiempo para planificar una dieta equilibrada.
Cómo ejecutar la reducción es ahora el debate. Las negociaciones entre todos los agentes sociales serán complejas. Pero lo que sí es una evidencia es que los beneficios de la misma son indiscutibles.
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