En estos días nuestras calles son invadidas por personas de todas las edades que celebran “los carnavales”. Durante una gran parte del siglo XX estuvieron prohibidos por las autoridades españolas, aunque se siguieron realizando en Cádiz bajo el seudónimo de “fiestas típicas gaditanas”. Con la llegada de la transición volvieron a coger vuelo hasta llegar a la explosión actual de desfiles, concursos y saraos de todo tipo. Los miembros del “segmento de plata” nos sentimos un poco faltos de experiencia en estas lides, por la falta de realización de las mismas a lo largo de gran parte de nuestra vida. Realmente no las pudimos vivir en nuestra juventud, una excelente etapa para disfrutar de cuantas fiestas se ponen a tiro. Salvo que ustedes opinen lo contrario, el carnaval es una consecuencia de la próxima llegada de la cuaresma: “ tiempo del año litúrgico cristiano destinado a la preparación espiritual de la fiesta de la Pascua”. Se trata de seis semanas de purificación e iluminación interna que intentamos vivir los fieles. Afirmo que es una consecuencia porque, o así lo entiendo yo, se basa en una adaptación de las fiestas de primavera al candelario litúrgico. Una especie de despedida a lo grande de la jarana, para entrar en tiempos de reflexión y purificación. Me consta que no es este el espíritu que anima a aquellos que celebran el carnaval. El ser humano tiende a desinhibirse y acrecentar la permisividad y el descontrol en cuanto puede. La gente se esconde tras los disfraces para cantar y contar aquello que no le gusta y que no se atreve a realizar a cara descubierta. Lo de la cuaresma es una escusa. Hasta aquí todo muy bien. La gente se disfraza y critica cuanto le da la gana. Pero parece que hay una tendencia muy marcada a ridiculizar personas e instituciones de la Iglesia Católica, lo cual me parece de un mal gusto bastante inadecuado. Pero lo que verdaderamente me indigna, es cuando se ridiculiza, se juega o se mancillan con burdas imitaciones imágenes sagradas, procesiones o celebraciones litúrgicas. Hace unos años tuvimos en la calle un trono en el que se paseaban órganos femeninos como motivos de adoración y, este año, en un pueblo de la Axarquía, se ha celebrado una procesión en la que se han entronizado la ginebra y el ron con apariencias y aditamentos propios de los tronos de la Semana Santa de aquella localidad. Los que sentimos a Jesús de Nazaret y a la Virgen María como nuestro hermano y madre, nos hemos visto insultados por ese trato a lo que nosotros estimamos cuando menos respetable. No sé que hubiera pasado si los carnavaleros se hubieran choteado y paseado en andas la foto o la imagen de sus familiares directos. No se trata más que la reedición del mismo tratamiento que le dieron en su día los coetáneos de Jesús de Nazaret. Los mismos que salieron a recibirle con palmas y aclamaciones, le abuchearon después durante su Pasión. Esto es lo que hay. Se que estoy predicando en el desierto y que soy un carca. Pero me siento muy a gusto después de decir lo que pienso.
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