Fue Jean Baudrillard uno de los intelectuales de la denominada posmodernidad. Es conocido por su teoría sobre el simulacro o ausencia de realidad, suplida, en el orbe posmoderno, por un contexto virtual creado a través de los ‘mass media’ (hoy añadiríamos las redes). De este modo, afirmó, allá por 1991, que la guerra del Golfo no había existido, o, al menos, no había sido real, sino pura representación televisiva. En realidad, aseveraba el filósofo galo que la preponderancia de los símbolos sobre las cosas, propia de la sociedad de masas, iba en aumento y daba como resultado que la representación de la realidad se imponía a la realidad misma. Acuñó su presunción en el contexto del posmodernismo que, desde Lyotard a Baudrillard, surgió como secuela del fracaso del comunismo; en cuanto a este se le vieron las costuras, los intelectuales al uso acudieron prestos para apagar el incendio mediante la táctica del calamar. Pero eso es otra cuestión.
El caso es que, nuestro pensador, a partir de lo más arriba explicitado, consideró que nada se puede argumentar frente al sistema; si todo es simulacro, nada es real, ni siquiera la crítica o argumentación en oposición a todo ello. Así, su concepto de hiperrealidad se asemeja a lo que hoy denominaríamos posverdad. De este modo, quizás sin intención real de llegar tan lejos (lo de la tinta del calamar) acabó por instalarse en una suerte de relativismo subjetivo, desde el punto de vista político, sociológico e ideológico que, negando la realidad tal cual, abría las puertas a la reconstrucción y diseño de lo existente al margen de los datos objetivos. Si la realidad no existe, podemos generar cualquier relato o realidad virtual que sea oportuna a nuestra concepción del mundo. Posverdad, pues.
Se iniciaba, tímidamente, la transición desde la izquierda del proletariado a la nueva izquierda ‘woke’, que se fue perfilando poco a poco, y subrepticiamente, en el marco de lo que Gustavo Bueno designó como izquierda indefinida, tal vez evolución de la vieja “gauche divine”. Según el filósofo riojano, formarían parte de la misma las vanguardias artísticas, los rebeldes morales, los heterodoxos, las ONG antiglobalización o los movimientos antisistema, que más bien parecen, en los últimos tiempos, formar parte del sistema, e incluso estar al frente del mismo, en una metamorfosis que Bueno no llegó a conocer. La izquierda indefinida no lo es tanto por indefinición de sus representantes respecto de algunas de las corrientes definidas de la izquierda, sino porque se identifica con ellas sin reconocerlo expresamente.
Por consiguiente, al asunto de la realidad, o del solipsismo social e ideológico, es más complejo de lo que aparenta. Parece que la realidad solo es tal cuando se asemeja a nuestras pretensiones de futuro. Con semejante paradigma ideográfico, más que ideológico, la posverdad está servida en forma de constructivismo burdo y encaminado a la justificación de cualquier “a priori”. La ventana de Overton ya casi no sirve y va quedando como un procedimiento rudimentario, y lento, del pasado.
Ahora, la verdad se fija cada día, sin justificación ni anestesia. En España tenemos la muestra. Si nos parecía atroz aquello de nombrar como “socialismo real” al comunismo puro y duro del Gulag, el procedimiento se queda pequeño frente al aquí y ahora que nos anega.
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