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Felipe Juan Froilán, un inadaptado a la decadencia monárquica

“Todo esto indica que hay un tipo de persona inadaptada que no lo es por tener alguna debilidad física o mental, sino porque sus disposiciones innatas chocan con las normas de la sociedad” Margaret Mead
Miguel Massanet
jueves, 21 de julio de 2016, 08:04 h (CET)
Ciertamente no puedo negar una cierta simpatía por este miembro de la familia (aunque ahora por, voluntad del Rey, haya quedado circunscrita a su esposa, sus dos hijas las infantas y a el mismo) este joven, hijo de la infanta Elena y de Jaime de Marichalar, ya mayor de edad, que siempre ha sido considerado como el más freak de la parentela de Felipe VI y por extensión el más freaky de la estirpe de los Borbones de las últimas generaciones. Felipe Juan Froilán fue, durante su niñez, la preocupación de aquellos que se debían ocupar de él, el que daba la nota en los actos públicos de la familia real y el que capitaneaba la chiquillería familiar en todos los actos e a los que asistía. Tengo en mente una fotografía en la que, medio escondido detrás de una cortina de un balcón del palacio real, hablaba por un móvil, con la cara de pícaro que está maquinando alguna tropelía.

Siempre he tenido la impresión de que, este muchacho que ya entró con mal pie en la vida social cuando su padre, el señor Marichalar, hablando del reciente parto de su esposa, doña Elena, calificó al recién nacido con las siguientes palabras: “Pobrecito se parece mucho a su madre”. ¿Le traicionó el subconsciente, o fue una expansión al disgusto que le produjo lo que, para él, debió ser un desengaño al ver que, el recién nacido, no había heredado ni un rasgo de su distinguida, engolada y señorial apostura? Para mí fue una suerte que el primogénito de la infanta no sacara la cursilería de su padre, su extravagancia y su rara y un poco freaky pasión por el mundo de la moda. Pero Felipe Froilán, poco amigo de los estudios, travieso, seguramente una preocupación para sus padres y, evidentemente, un inadaptado al mundo de la realeza; aparte de no conformarse con el ambiente al que, su nacimiento, le había condenado a permanecer, tengo la impresión de que nunca ha sido feliz dentro de una familia que, aparte del divorcio de sus padres cuando todavía era un niño, seguramente que no le ha proporcionado más que sinsabores, regañinas, reprimendas y castigos que, con toda seguridad, es posible que fueran las únicas atenciones que recibió de sus padres, en especial del adusto don Jaime.

La perenne expresión de congoja que la naturaleza ha dejado impresa en su rostro, la contrición de su semblante, propia de aquel que siempre tiene algo que hacerse perdonar y, al propio tiempo, la mirada dolorida de aquel alma que lo que necesita es comprensión y afecto, hacen de este joven Froilán ( de hecho es por este tercer nombre como todo el mundo le reconoce) un personaje digno de estudio y, yo diría, que representativo de una clase en decadencia, una institución demodé, que está recorriendo la última etapa, podríamos afirmar que con una cierta nostalgia y sabedora de que, el mundo moderno, no les es propicio, aunque un cierto romanticismo les vaya acompañando en su camino hacia el tiempo de su fatal extinción. Puede que Felipe J. Froilán sea, en definitiva, el que mejor haya sabido interpretar las señales de modernidad, que se empeñan inflexibles en impulsarle hacia la democratización de sus costumbres, la cohabitación con la gente corriente, la aceptación de que es un ciudadano más y que no tiene necesidad de esforzarse en mantener un estatus que ya sabe que no le va a reportar ninguna ventaja, puesto que sus posibilidades de ser Rey son, prácticamente, nulas como, por otra parte, es posible que también lo sean para los actuales aspirantes al trono de España. Dicen que el muchacho apunta buenas maneras, que se va corrigiendo y ha conseguido superar su racha de suspensos. Se habla de sus primeros escarceos amorosos como, por otra parte, corresponde a cualquier chico de su edad. Esperemos, no obstante, que no forme parte de toda esta parafernalia de la jet set, de estos pijos de la alta sociedad que se ven obligados a emparentar entre sí para no salirse del entorno social en el que se han criado; el de los colegios exclusivos, rodeados de la protección de sus padres que, habitualmente, delegan en maestros, cuidadores, preceptores y demás encargados de suplir la responsabilidad paterna, ya que, generalmente, están demasiado ocupados en sus relaciones sociales para ocuparse de la educación de sus propios hijos.

Para mí hay dos personas de la antigua familia real, aparte, por supuesto, de la reina Sofía, una mujer excepcional, que ha sacrificado toda su vida a sus compromisos para con una nación extranjera y lejos de los suyos, anteponiendo sus deberes como reina a su propio bienestar y sus funciones de madre a su derecho a disfrutar de una vida mejor, en su tierra natal y lejos de una familia que, en definitiva, sólo le ha venido causando problemas, empezando por su regio esposo. La infanta Elena, la heredera directa al trono si no hubiera una ley anticonstitucional que lo ha impedido; ha sido la que ha salido más perjudicada por haber mantenido siempre su responsabilidad como miembro destacado de la Casa Real, aunque nunca haya salido beneficiada de ello; recibiendo como paga, y de parte de su propio hermano, la bofetada de haber perdido todos su privilegios cuando fue apartada, por culpa de su hermana Cristina y del golfo de su cuñado, el señor Urdangarín, de los beneficios inherentes a ser parte de la familia real.

Y volvamos a nuestro personaje de hoy. Es muy difícil que el joven Felipe Juan Froilán pueda evitar caer en los peligros que, el pertenecer a una familia de la casa de Borbón, suponen para un joven, no mal parecido, con un halo de nostalgia y, sin duda, una presa fácil para cualquier caza fortunas o aspirante a alcanzar la notoriedad, que quiera aprovecharse de su inexperiencia en este difícil arte de esquivar los peligros que acechan a cualquier persona notable o famosa, de la que se pueda sacar algún tipo de beneficio. Es obvio que, el hijo de la infanta Elena, es una persona de buenos sentimientos y noble, algo que se encargó de demostrar el mismo cuando, en una cacería en compañía de su padre, se disparó un tiro en el pie. Mientras su padre y acompañantes lo conducían, a toda prisa, a una clínica para que le curasen la herida, el muchacho no paraba de decir que había sido culpa suya y que, su padre, don Jaime, no tenía ninguna responsabilidad (que sí la tenía) en aquel desafortunado accidente. No quisiéramos que, los años y las malas compañías, fueran capaces de malograr a una persona que tendría todo el derecho a vivir una vida normal, como cualquier otro ciudadano, sin sufrir ningún tipo de handicap derivado de ser hijo de una infanta de España.

Hay mucho de que escribir, España está pasando por unas vicisitudes que pueden llevarla a una situación muy delicada pero, señores, también hay ocasiones en las que vale la pena hablar de cosas menos importantes, más cotidianas y meramente relacionadas con vivencias de aquellos con los que convivimos, aunque sea como miembros de una misma sociedad, la española, y que, querámoslo o no, por su personalidad, por pertenecer a una familia muy conocida, pueden despertar el interés de una parte de quienes leen noticias sobre ellos.

O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, en esta ocasión nos hemos apartado de la política para comentar sobre alguien al que hemos visto crecer, forma parte de una familia de rancio abolengo y por el que sentimos una especial simpatía, aunque nuestras ideas sobre la monarquía no sean especialmente favorables a su mantenimiento, como institución, en España.

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