Sentenció Ludwig Wittgenstein que “la filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia mediante el uso del lenguaje”. Una afirmación curiosa aunque imprecisa, y susceptible de interpretaciones varias e incluso opuestas. Podría pensarse el aserto como referencia a la capacidad de seducción, pero el embrujamiento que se cita se acercaría más bien a la mentira, esa “forma de talento”, que así la definió Marguerite Yourcenar. Al fin y la postre, como postulaba, hace más de doscientos años, Johann G. Seume, nada más común que engañar y ser engañado. La Verdad, si es que existe, no solo se esfuma durante las guerras, sino que también se evapora, con notable frecuencia, en los tiempos que denominamos de paz. Lo mendaz, pues, resulta primordial para vislumbrar la realidad y se relaciona con aquello de que están hechos nuestros pensamientos, es decir, con el lenguaje.
Desde siempre, hemos diseñado diversos mecanismos para detectar la falsedad, desde las torturas al polígrafo, por citar los dos más manidos, lo que demuestra la relevancia de la mentira en el contexto y devenir de cualquier sociedad humana. Y la manipulación del lenguaje constituye tal vez el principal procedimiento de los embusteros. Como muestra de ello, en La lengua del Tercer Reich, el filólogo e historiador Víctor Klemperer estudió el papel de esa manipulación en el proceso de imposición del nazismo; muestra dicha monografía, como la elección de ciertos vocablos o de determinadas frases continuamente repetidas, se convirtió en técnica para manejar ideas y conciencias. Se cita, como ejemplo, el caso del término “fanatismo”, considerado, en un principio, como designación peyorativa, a la que se añadió, poco a poco, una connotación positiva, mediante expresiones que fueron variando la valoración del concepto: “valentía fanática”, “juramento fanático”, “amor fanático por el pueblo”…
El psiquiatra J.A.C. Brown, en Técnicas de persuasión: de la propaganda al lavado de cerebro asevera que “los intentos de cambiar las opiniones de los demás son más antiguos que la historia y se originaron, debe suponerse, con el desarrollo del lenguaje”. Los pensamientos se crean y modifican, afirma Brown, a través de la palabra y, de este modo, existen distintos procedimientos, que van desde la simple propaganda al “lavado de cerebro” .
Volviendo a Wittgenstein, con quien comenzábamos esta columna, vino a decir que el lenguaje y el pensamiento son una misma cosa, y que la estructura de la realidad se construye a partir de ambos, es decir, que elaboramos nuestra visión de la realidad en función del vocabulario que atesoramos y utilizamos. De ahí la dificultad para distinguir la verdad de la mentira o para hallar grados intermedios entre ambas. Todo es cuestión de lenguaje, y su manipulación supone transformar la realidad en un sentido determinado.
Siempre fue la mentira, o la ocultación de la verdad, arma eficaz y opresiva. Y vienen tiempos en los que el empobrecimiento y simplificación de las lenguas favorecen la tarea de los falsarios, que tienen, por otra parte, a su disposición medios potentes e imparables. Poco a poco, se pretende que el yo sea sustituido por el nosotros; fue siempre uno de los métodos de las sectas o agrupaciones similares, así como de los nacionalismos y los totalitarismos varios. Parecen soplar los vientos actuales en favor de la subjetividad colectiva frente a la individual. Cuando ello ocurre, la libertad está en peligro.
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