En una tranquila tarde, un hombre caminaba por la orilla de una playa, sumido en sus pensamientos y preocupaciones. De repente, se encontró con una figura que le resultaba familiar: Jesús. Sorprendido, el hombre se detuvo y observó cómo el Mesías se acercaba con una mirada serena y compasiva.
"¿Qué te preocupa?", preguntó Jesús, notando la angustia en los ojos del hombre.
Con un suspiro, el hombre compartió sus inquietudes y temores, expresando su confusión sobre el rumbo de su vida y las dificultades que enfrentaba en el camino. Entonces, Jesús le ofreció una promesa de esperanza: "Ahora te enseñaré el camino de tu vida".
Guiándolo hacia la orilla, Jesús señaló dos hileras de huellas marcadas en la suave arena de la playa. "¿De quiénes son estas huellas?", preguntó.
El hombre observó las marcas con curiosidad. "No sé", respondió con sinceridad.
Jesús sonrió con ternura. "Mira", dijo señalando las huellas más profundas, "estas son las tuyas. Representan los pasos que has dado en el camino de la vida".
El hombre asintió con comprensión. "Y estas otras", continuó Jesús, señalando las huellas más tenues que seguían de cerca las del hombre, "son las mías. Siempre estuve a tu lado, cerca de ti, aunque muchas veces no me veías".
El hombre sintió un nudo en la garganta al comprender la profunda verdad de las palabras de Jesús. "Es verdad", murmuró con humildad, "a veces no es que no te viera, es que no quería verte".
A medida que continuaban caminando por la playa, el hombre notó una tercera hilera de huellas, menos definida que las anteriores.
"¿Y quién es este?", preguntó con curiosidad.
Jesús inclinó la cabeza con tristeza. "Este no eras tú", respondió suavemente, "era yo. Cuando ya no podías más, cuando la carga era demasiado pesada, fui yo quien te llevó en brazos, quien te sostuvo y te guió".
El hombre se sintió abrumado por la gracia y el amor de Jesús. Con lágrimas en los ojos, comprendió que, incluso en los momentos de mayor desesperación y desaliento, nunca había estado solo.
Y así, con el corazón lleno de gratitud y renovada esperanza, el hombre siguió adelante, confiando en que, aunque las huellas en la arena pudieran desvanecerse con el tiempo, el amor y la compañía de Jesús siempre permanecerían en su camino.
En las páginas de la vida, a menudo nos encontramos con momentos de soledad, confusión y desesperación. Pero en esos momentos oscuros, podemos recordar las palabras de Jesús y encontrar consuelo en su promesa de estar siempre a nuestro lado, llevándonos en sus brazos cuando más lo necesitamos. Sigamos sus huellas con fe y esperanza, sabiendo que su amor nunca nos abandonará.
La imagen del Buen pastor fue la primera iconografía venerada de Jesús. Luego hemos preferido la cruz, pues ahí es donde se nos da hasta el extremo. Pero se ha ahondado mucho en el sufrimiento de estas tres horas donde Jesús nos amó hasta el extremo. A mí me gusta también la imagen del buen pastor, donde nos conduce guiándonos por las dificultades hasta encontrar estos verdes pastos que anhelamos, esa felicidad por la que suspira nuestro corazón y que nada llena salvo esta agua viva, que calma nuestra sed de eternidades.
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