Los cimientos del posmodernismo se tambalearon en la edición más convulsa y polémica que se recuerda en toda la historia de Eurovisión. Todo el agitpro de Occidente dirigió sus esfuerzos a cancelar a Israel, ese pequeño oasis capitalista que aún pervive en Oriente Medio y trata de sojuzgar a la Palestina dominada por la organización terrorista Hamas.
En Europa, los días previos al festival, muchos medios de comunicación públicos y privados, junto a las universidades -convertidas estos días en campus activistas pro Hamas- y en general buena parte del consenso progre se liaron la bufanda palestina al cuello y protagonizaron una campaña contra el festival reclamando que ni Israel ni su representante Eden Golan participaran.
El miedo y las consignas se apoderaron de las televisiones públicas del viejo continente, que son las dueñas y señoras del festival. En las votaciones de los jurados de cada país, controladas y organizadas por cada tele, los votos para Israel fueron tan escasos que al acabar la votación de las teles, el país hebreo y su intensa balada ocupaban una de las posiciones bajas de la tabla aunque, eso sí, un poco por encima de nuestra lamentable 'Zorra'. El ambiente en los accesos y sobre todo en el interior del Malmö Arena era intimidatorio contra Eden y todo lo que oliese a judío. Los silbidos y el griterío durante su actuación fueron ensordecedores.
Eurovisión se convirtió hace muchos años ya en una pasarela postmoderna en lo estético y en lo ideológico. El sábado, el certamen era una mezcla entre el museo de los horrores y el típico hilo cancelador de twitter. La guinda la ponían los conductores del programa de TVE, hablando en el brebaje inclusivo habitual y sin anestesia para el espectador. Esto parece que no contentó a Yolanda Diaz, líder de la extrema izquierda -cuqui pero extrema- en España, que amenazaba con tomar medidas contra RTVE, televisión pública que controla, por retransmitir la gala.
Pues bien, en este ambiente de histerismo y éxtasis cancelador colectivo, llegaron los resultados del televoto - las votaciones de los ciudadanos anónimos de cada país- , el único elemento democratizador (y quien sabe si por tanto legitimador del concurso) Y, ¡ oh sorpresa ! , el ganador absoluto fue....Israel. En buena parte de los países concursantes fue el hebreo el ganador del televoto, entre ellos los ciudadanos que votaban desde España, quienes otorgó a Eden la máxima puntuación posible: 12 puntos. Twelve points.
De pronto, las palabrejas inclusivas de los presentadores de TVE se convirtieron en ese silencio que solo surge de la estupefacción. Cascadas de agua helada cayendo a plomo sobre las acaloradas nucas del 'progrerío' europeo. Los relatos de justificación express que se sucedían en redes apelando a lo fácil que resulta amañar el televoto me recordaban a los patéticos intentos de Xavi Hernandez, el entrenador del FC Barcelona, cuando justifica las derrotas de su equipo ante sus rivales.
Más allá de que el televoto sea o no más o menos manipulable - en cualquier caso, no creo que más que la manipulación que se vio en los votos procedentes de los jurados -más bien comités- de la mayoría de teles públicas-, queda clara la distancia sideral entre la opinión pública y la publicada, entre gobernantes y gobernados , entre lo que opina la gente y lo que opinan los que dominan el debate público en entornos como el que nos ocupa.
Existe esa sociedad silenciosa que de vez en cuando propina una coz con dosis de mala leche y hartazgo ante tanta campañita y manipulación de los de siempre. Claro que no todos los ciudadanos que votaron a Israel por teléfono aprueban lo que está pasando en Gaza, donde Israel sobrepasó hace rato lo que sería un razonable derecho a defenderse, pero parece que tampoco siguen el relato oficial de buenos y malos malísimos que se nos trata de inocular ni quizá las causas de fondo que lo crean y mantienen vivo.
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