Afirmó Heidegger que “el hombre es un ser de lejanías”. Conocí dicha aseveración, ya hace muchos años, a través de Francisco Umbral, que la embutía con frecuencia en sus escritos; incluso hay una obra, entiendo que póstuma, del vallisoletano titulada así (“Un ser de lejanías”). La frase puede ser descifrada de maneras muy diversas pero, en todo caso, creo que se refiere a nuestra fascinación, como humanos, por lo lejano en el espacio o en el tiempo.
De semejante embrujo fueron víctimas los románticos decimonónicos, y el rescoldo de ello permanece en nuestras sociedades urbanas, proclives, por una lado, al exotismo temporal, desbarrando con frecuencia hacía lo mítico o rocambolesco, pero tomando rasgos de embeleso el exotismo de lo lejano en el espacio. De este modo, se denomina hoy viaje a cualquier desplazamiento hacia lugares muy distantes, y se genera, en el contexto de la sociedad global, una suerte de dependencia, o necesidad compulsiva,que se va instalando en la psique de un número creciente de personas. Pero se trata de una tendencia muy distinta de la del romanticismo literario, artístico o vivencial, aunque también atesoraba aquella notable tendencia al postureo. Y tampoco tienen nada que ver los desplazamientos presentes con los de aquellos viajeros del colonialismo, desde Fogg a Stanley o Livingston. Son otras las circunstancias y menores las dificultades.
Volviendo al hoy, en la mayoría de los casos el largo vuelo precede a la fotografía ante las manifestaciones emblemáticas, naturales o artificiales, que, previamente seleccionadas, son constatadas mediante la instantánea que, asimismo, levanta acta del “yo he estado allí”, con el selfie como documento acreditativo. También, tras el regreso, está el relato posterior sobre los sitios visitados y sus anécdotas. Poco más.
Hay en la Web una infinidad de frases sobre los viajes, que denotan sobre todo lo que fueron en otro tiempo. En general, se trata de apreciaciones llenas de arrobamiento, que nos indican las bondades de todo periplo. Así, Agustín de Hipona, según figura en la Red, si bien no queda claro donde quedó inmortalizado su decir, habría sentenciado que “el mundo es un libro y aquellos que no viajan leen solo una página”. No me encaja con el autor a quien se atribuye el dicho, pero ahí queda. Por su parte, Henry Miller nos dejó, también según consta en Google, aquello de que “nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”. En este caso, parece aludirse a la cuestión de extrañamiento de uno mismo, ya tópica en relación con los viajes, y mostraría lo esencial de la diferencia entre ellos y el turismo, que nunca resulta del todo nítida.
Así pues, a partir de lo anterior, viajar sería una actitud. Es decir, una forma de mirar los paisajes y el paisanaje. Si así lo entendemos, hemos de admitir que se podría viajar al pueblo de al lado y turistear en la antípodas, pues la diferencia no reside en la distancia, o en las horas de vuelo, sino en la citada actitud. Presiento que, cada vez más, el turista se impone al viajero, tal vez porque viajar es más difícil cada día, pues el mundo se iguala y los territorios ignotos desparecen, al tiempo que Internet facilita el avistamiento previo. Puede ser, asimismo, que nuestra actitud no sea ya, por formación o deformación, la más concordante con el hecho de viajar en sentido clásico. Igual también influye, en este razonamiento, que quien suscribe se va haciendo mayor y percibe las cosas como en retirada. No sé. Sospecho que los viajes de hoy, de existir, distarían mucho del turismo propio de seres de lejanías.
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