En la Biblia se presenta cómo Nabucodonosor tuvo un sueño en el que se podía contemplar una magnífica figura de oro y plata, pero que estaba sustentada sobre una base de barro que, al menor golpe, hacía desmoronar toda la efigie. Claramente se trataba de una advertencia sobre la vulnerabilidad de aquel al que se “idolatra” momentáneamente por su aspecto exterior, y que, posteriormente, se rompe en mil pedazos al ser empujado por los mismos que le han encumbrado. Su imagen no ha resistido la carencia de una sólida base. El proceso comienza de una forma sencilla y se propaga artificialmente por los medios. Una proeza deportiva, una canción, una victoria en un concurso, una salida del armario… Todo ello provoca la salida del anonimato y el paseo victorioso por todos los platós, con la consiguiente búsqueda de familiares y “amigos” que aderecen la noticia. Cualquier tontería que haga el personaje, lo que coma o con quién se acueste, son motivos suficientes para engordar la trama y mantener en el “candelario” al personaje. La segunda etapa describe la caída. Este espacio también vende, pero termina por volver a la oscuridad al personaje. Una relación equivocada, un vicio oculto, las sustancias prohibidas, evasión fiscal. Etc. Cualquier cosa sirve. Las aves carroñeras vuelan a su alrededor para quedarse con los despojos. Prefiero no dar nombres. Cualquiera de nosotros puede señalar los “ídolos de barro” que han llenado programas y que han desaparecido por encanto. O que encontramos en las páginas de sucesos. Políticos de medio pelo famosos por sus escándalos y la falta de escrúpulos, cantantes de un solo tema, “misses” y “misters” reunidos en “realitys” en los que presentan lo vacío de sus vidas. Y los famosos “influencers”. Todos ellos tienen una corte de fans por un día. Desaparecen con la misma velocidad que aparecen. La buena noticia de hoy me la transmiten, como contrapartida, esta otra serie de héroes anónimos que sacan adelante a sus familias a base de esfuerzos y de dejarse la piel en sus trabajos diarios. Esas parejas de jóvenes en las que ambos necesitan salir a trabajar cada día para mantener una vida digna. Esos abuelos que cuidan de los nietos, los llevan a los colegios o les ayudan a hacer los deberes. Esos jóvenes que inundan los centros de enseñanza y se preparan para incorporarse a la vida laboral en todas sus alternativas. En una palabra: Mí admirada gente corriente. Sin oro ni plata. Pero con unos pies bien asentados en la madre tierra. Estos son mis ídolos.
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