En los principales medios del país, se reiteran como mantras las más diversas interpretaciones y comentarios sobre el artículo “Trump, los medios y la “banalidad de la locura”, que la periodista Gail Scriven escribiera, al parecer, para el diario La Nación.
Es indudable que la locura encarna una curiosidad innegable, al menos, desde la Edad Media. “La nave de los locos” y el “Tonto del Capirote” son dos exponentes que responden al recordado análisis de Michel Foucault en un caso y a las tradiciones de algunos países latinos de Europa en el otro.
El texto periodístico hace hincapié en las extravagancias de personajes como Trump y Milei, sobre todo a partir del histórico papelón que, sin solución de continuidad, el presidente argentino decidió protagonizar ante la parcialidad complaciente de la ultraderecha española. Es imposible frenar el interés por el morbo de la locura, y me parece comprensible que el tema despierte la curiosidad de los lectores ávidos sobre un aspecto que, por sí solo, está lejos de explicar la debacle nacional.
Lo que ocurre es que, al menos en el caso argento, los desvaríos de Milei subalternizan el análisis de cuestiones políticas que agreden los criterios históricos del humanismo occidental. Ese humanismo no puede delimitarse sin una apelación a la necesaria articulación entre la política y la ética. La bufonesca irrupción de un outsider no puede, en primer lugar, dejar de lado su sistema de creencias. El suyo y el de los suyos. La discriminación, el desprecio por la comunidad, por las instituciones de la democracia, al menos como la conocemos, por la justicia social y por todos los saberes y sentires por los que él no sienta respeto ni consideración. Son tantos los ejes ideológicos que no viene al caso abundar en las citas ejemplificatorias. Pero tampoco la aparición estrafalaria del personaje puede soslayar una nueva composición de la política y de lo político. Más allá de que en su pregón cotidiano y ocioso Milei se empeñe en defender al anarcocapitalismo y sus padres fundadores, el gobierno argentino, en la práctica, lejos de despreciarlo utiliza al estado como un instrumento vital para realizar el ajuste neoliberal clásico más brutal del que se tenga memoria.
Avisamos ex ante que no debía subestimarse la concurrencia de la visita del presidente argentino a España.
Las consecuencias derivadas de esa estadía todavía forman parte de la estupefacción, las especulaciones, la dolorosa vergüenza y hasta la justificada sorna en nuestro país frente al desequilibrado e insólito berrinche del crédito de la derecha austral. El hombre que tilda de héroes a los fugadores de divisas y evasores de impuestos encarna acaso una nueva forma de hacer política donde se destratan todas las formas asociativas previas.El cambio de época, quizás incubado durante la pandemia, sintoniza con un individuo iracundo, egoísta, desprovisto de identidades duraderas y de fidelidades políticas. Un sujeto que no acepta lo n- posible y que es capaz de sentirse tocado en sus fibras más íntimas por las descabelladas batallas que emprende este líder que se percibe más como un referente profético que como un jefe de estado. Hay en él algo de un vacuo misticismo que explica en parte la vergonzosa puesta en acto de Madrid, que además es uno más entre tantos otros. Son recordados sus agravios a varios presidentes latinoamericanos, al Papa, a Putin y a Xi Jinping.
En cada una de esas fatídicas intervenciones, salta a la vista que el objetivo que se percibe sintoniza con un dogmatismo extremo en el que casi nadie cree (incluso los que quizás gobiernan de verdad el país), y un desequilibrio que no alcanza a ocultar un intento de deslegitimación total de la política y los estados. Milei propone una sociedad de mercaderes libres, donde todo pueda ser materia de comercio. Cree que el estado es una institución criminal. Cultiva una lógica vindicativa y violenta. Pretende volver a un estado de naturaleza en el siglo XXI. Esos son algunos de los aspectos que no se discuten con la necesaria profundidad. Los dislates anecdóticos carecen de la potencia necesaria para influir en los avatares de un país en tránsito a la devastación.
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