Soy un pésimo aficionado al futbol. Para colmo soy un espectador de sofá. Me pongo tan nervioso con el juego que acabo apagando la pantalla. Lo cual no quiere decir que no tenga cierto pedigrí como forofo malaguista. Durante años fui socio y me tragué temporadas enteras en la vieja tribuna alta. Es más, en uno de los ascensos del Málaga, aquél de Viberti, me metí dos días de martirio en un “tren botijo” para asistir a un memorable ascenso en San Mamés. Por circunstancias que no vienen al caso, fui invitado por la fundación del Málaga C.F. a un partido de “leyendas del Málaga C.F.” Amén de ser muy bien atendido en las extraordinarias instalaciones de la Rosaleda, volví atrás medio centenar de años de mi vida. De nuevo me encontré con la magia del futbol en directo. El resultado y los avatares del partido tienen para mí menos importancia. Lo que realmente llegó a emocionarme es la sintonía que mantienen los espectadores con el club. Hombres, mujeres, niños de todas las edades… Un público enfervorizado, excelentemente orquestado desde los micrófonos y una sensación de alegría y diversión colectiva. Mi buena noticia de hoy me la transmite ese esfuerzo colectivo de un grupo de enamorados del club malacitano, que consiguen mantener a flote una institución que, históricamente, ha sido muy mal gestionada por sus dirigentes. Durante años han encaminado sus objetivos a la búsqueda de su propio beneficio. Hacer vibrar a diez millares de personas en una fiesta colectiva, sin alcohol ni sustancias de ningún tipo, es un logro que me parece impagable. Sigo pensando que la gente es extraordinaria, que sabemos unirnos para un logro común pese a que algunos políticos se empeñen en lo contrario. Málaga “la bombonera”… “tiene afición de primera”.
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