Los países más poderosos de Europa y los dirigentes más encumbrados de Estados Unidos, casi al unísono, han hecho pública su tesis en el sentido de que Ucrania tendría derecho a atacar los territorios rusos desde donde proviene el machacar mortífero de la artillería enemiga. El ataque que estimulan Francia, Alemania y el Reino Unido, debería hacerse con el armamento que la propia OTAN le provee al gobierno de Zelenki, el curioso gobernante que se mantiene en el poder sostenido por el Maidán mientras su país afronta la más lastimosa crisis demográfica de las últimas décadas.
Según los más reputados expertos, los ucranianos tardarán siglos para reponerse, en caso de que finalmente lo hicieran. La entrevista al ex embajador español en Georgia y el Cáucaso José Zorrilla, que todos pueden leer en este mismo portal (*), es sobradamente explicativa alrededor de este tema y a ella nos remitimos.
A esta altura, la decisión geopolítica de atacar a Rusia puede colocar al conflicto en una escala en la que preferimos no pensar. Putin ha sido enfático en cuanto a la respuesta que puede esperarse de los rusos de cara a un hipotético ataque "otanista" y ordenó de inmediato iniciar ejercicios con armamento nuclear. El gesto, por su drástica claridad, tampoco merece ser detallado.
Lo que sí está claro es que occidente, con sus democracias putrefactas (como las denominaba Lenin), sus socialdemocracias sometidas, pero fundamentalmente un capitalismo salvaje, que se reinventa e intenta reformularse ante cada episodio que da cuenta de su agotamiento soez ha elegido como sus enemigos históricos a aquellos bloques y naciones que no comparten el catálogo institucional y organizacional individualista, consumista, colonialista e inusitadamente rapaz del neoliberalismo. Rusia, China, Bielorrusia e Irán entre ellos.
Lo que también debemos pensar, como una probabilidad concreta, es que tal vez el mayor peligro para la humanidad no provenga de los “fascismos” o de aquellos países que se distanciaron del ajado recetario neoliberal, sino de estos últimos. El capitalismo, desde hace mucho tiempo, implica un riesgo mayor para los pueblos y para la supervivencia planetaria que los sistemas consuetudinariamente puestos en la picota por su desapego “democrático”. El capitalismo, en consecuencia, va a ser más autoritario que el fascismo, cualquiera sea el alcance que se le confiera a esta categoría. Peor que el fascismo es (y será) el capitalismo nihilista que ha colonizado las subjetividades de miles de millones de consumidores. Dicho en términos de Pasolini, hoy la historia se orienta hacia la creación del reino de la tecnología en la tierra.
Algo venimos leyendo mal desde las izquierdas. Algo traducimos al garete desde hace más de medio siglo. Cuando confiamos en las democracias de las potencias “libres”, cuando saludamos las protestas de los estudiantes pequeño burgueses que en 68 se enfrentaban a policías pobres, en una de las mayores ilustraciones conocidas de la lucha de clases Cuando los progresismos salían a militar contra los nacionalismos sin distinguir las expresiones que reptaban en los países centrales de las alianzas emancipatorias que se daban en los países del piadosamente denominado “tercer mundo” (el peronismo constituye un caso emblemático de esa desorientación). Cuando se pensó que la ruptura de las tradiciones era parte del progreso y cuando se creyó en el progreso indefinido como un curso natural, lineal y positivista de la historia. Cuando se emprendió en nombre de ese mismo progreso un enfrentamiento contra las creencias trascendentes, contra las religiones o la familia. O cuando provocativamente se advierte que la libertad sexual puede conducir a un solitario terrorismo cuando se vuelve parte del consumismo. O cuando se detiene a pensar en todo eso en nombre de un fervor rupturista al que se agregaron rápidamente otras demandas civiles y políticas que no pueden siquiera mencionarse para no quedar atado al carro triunfal de los estilos desgarbados, pelilargos y triunfales del individualismo militante de los clérigos progresistas, como también señalaba el polifacético y genial revolucionario italiano.
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