Nuestra relación con las urnas se asemeja a nuestro paso por algunas aficiones. Al principio las cogemos con interés, intentamos informarnos de cuanto hay a su alrededor y acabamos olvidándonos de ellas hasta que aparezcan otras. En aquellos lejanos tiempos en los que los políticos tenían algo que comunicarnos, nos transmitían sus proyectos y salían a la palestra para explicárnoslos, sus mensajes eran interesantes y nos hacían pensar que opción tomar. Hoy puedes oír la misma sarta de insultos y descalificaciones del contrario o de los contrarios. Nos enfrentamos a una lista de personas que desconocemos (amparadas por unas siglas que tienen poco que ver con los que presumen ser sus líderes), y terminan proclamando su clamorosa victoria (no sé como se las apañan, pero, según dicen ellos, todos han triunfado). Como estamos aburridos de tanta palabrería, nos entretenemos en contemplar como en un barrio andaluz gana un partido separatista catalán, o como en las listas aparecen salvadores de la patria que lo han intentado hacer desde tres partidos distintos. A partir de ahora tendremos en los alrededores de la Grand Place o el Manneken Pis, a unos españoles que vuelven a Bruselas como un relevo de lo tercios del Duque de Alba. A votar lo que les digan los que mandan y a vivir bastante bien, aunque van a pasar mucho frío. Pienso que lo peor que les puede pasar a los políticos es que nos aburran con el mismo discurso vacío de contenido y lleno de odio y de mala leche. Estoy esperando desde hace un año que el portavoz del gobierno nos diga que han puesto en marcha alguno de los proyectos que incluían en el programa electoral. Solo escuchamos decretos nacidos para solventar problemas y salir del paso. Al final son más perjudiciales que resolutivos. Para comprobar si me estoy pasando, he vuelto a leer el nombre de los 61 diputados elegidos para el Parlamento Europeo. Tan solo me suenan tres o cuatro. Treinta y cuatro de ellos repiten. Les debe haber ido bastante bien, pero deberían de sonarnos por su trabajo desarrollado. A ver si se aplican en esta legislatura. Que no nos sintamos impotentes bajo el niño meón. En algún lado he leído que los países crecen mientras duermen los políticos. Incuestionable verdad.
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