Supongamos que abre usted el periódico por la sección de Ciencia y se topa con las dos siguientes
noticias: 1) “Científico nominado al premio Nobel falseó datos sistemáticamente durante diez años”,
y 2) “Científicos españoles desarrollan una cura contra el cáncer de pulmón”. Ambas son noticias
que han aparecido previamente en varios periódicos nacionales. Mi pregunta es, ¿cuál de ambas le
desagradaría más? ¿Cuál le supondría una mayor decepción? Claramente, la respuesta de la mayoría
sería que la primera. Pero, desde mi punto de vista, ambas noticias tienen elementos
decepcionantes, aunque es obvio que en aspectos muy diferentes.
Estamos muy acostumbrados a leer sobre corrupción y fraude en el ámbito de la política. Pero la
Ciencia no se salva de estos casos desagradables. Uno de los más graves salió a la luz hace poco más
de un ano. El investigador suizo Paolo Macchiarini, director de uno de los grupos de investigación del
prestigioso Instituto Karolisnka (Suecia), llevó a cabo una serie de trasplantes de tráquea que
provocaron la muerte a varios de sus pacientes. Este médico había publicado con anterioridad en
revistas de muy alto impacto, una técnica en la cual empleaba tubos de un material esponjoso
recubiertos de células del propio paciente. Tras los trágicos sucesos, pudo demostrarse que todos los
datos que había publicado con anterioridad eran falsos, y nunca había conseguido trasplantar
tráqueas con éxito en animales.
Este fraude es especialmente grave porque acabó con la vida de varias personas. Pero el falseo de
datos ocurre con mucha más frecuencia de lo que podríamos imaginar. No sólo el falseo, sino
también la laxitud en el análisis e interpretación de los mismos. Esto se comprobó hace ahora cinco
años a través de un estudio independiente en que la revista “The Economist” demostró que más del
60% de los resultados publicados en revistas científicas no eran reproducibles (no podían repetirse
en otro laboratorio bajo las mismas condiciones). Algo extremadamente grave y que debería
hacernos reflexionar.
Pero se preguntarán, ¿cuál es el motive de su decepción en cuanto a la segunda noticia?
Obviamente no es el hecho de que científicos españoles realicen avances significativos en el campo
de la oncología. Muy al contrario, supone para mí un motivo de orgullo. Pero lo que me decepciona
es cómo los medios de comunicación tratan de una manera “sensacionalista” este tipo de noticias.
Porque siento comunicarles que, actualmente, no existe una cura mágica para el cáncer de pulmón,
aunque cada vez se desarrollen tratamientos más eficaces. Entiendo que, si un titular no es
llamativo, impactante, nadie se preocupará de leer la noticia. El problema es que, una vez leída, al
lector medio sin formación científica le queda la impresión de que, en realidad, ese titular era cierto.
Y a mi parecer esto es grave por dos factores: el primero porque se pierde el rigor a la hora de
comunicar los hechos reales tratando de exagerarlos y llevándolos mucho más allá de lo que
realmente son. Y segundo que, al hacerlo, se juega con la sensibilidad de muchas personas, tanto
enfermos como sus familiares, que sufren día a día por este tipo de enfermedades. Se genera una
falsa esperanza que, a mi modo de ver, es injusta y puede que incluso cruel. Está claro que es
infinitamente más grave falsear datos, pero exagerar hechos no es tampoco justificable. Pero claro,
hay que “venderse” como sea. Ponerse en el mapa. Llamar la atención del gran público y conseguir
que nuestro nombre llegue a oídos de empresas y comités evaluadores de proyectos…
Pero hay una fácil respuesta al por qué de estas noticias. Y no es otra que el gran “Circo” en que se
está convertiendo el sistema científico. Ya no es tan importante generar conocimiento, sino venderlo
a cualquier precio, sea real o no. Obtener financiación para investigación es cada vez más
complicado debido a la enorme competitividad en todos los ámbitos de la Ciencia. En la actualidad,
el principal barómetro de calidad de un grupo de investigación es su número de publicaciones y el
factor de impacto de las mimas (cantidad de veces que se citan). En primer lugar he de decir que,
aunque es cierto que debe existir algún método objetivo de evaluación, la auténtica calidad de un
grupo no es siempre directamente proporcional a sus publicaciones, ni muchísimo menos. Pero
además, el falseo de datos viene en muchas ocasiones provocado por la enorme presión que sufren
algunos investigadores por publicar sus resultados para poder justificar sus proyectos (lo que, valga
la redundancia, no es en absoluto justificable). Cabe también señalar la actitud “mafiosa” de ciertas
revistas de alto impacto que, o bien no se molestan en leer artículos de gran calidad por venir de
manos de grupos modestos o, al contrario, publican otros estudios de infinita peor calidad porque
revisores o editores tienen “buenas relaciones” con los autores. No voy a entrar a valoraren el
sistema de revisión porque es harina de otro costal, pero que en muchas ocasiones sólo sirve para
retrasar la publicación de datos y generar enormes gastos extra para la realización de experimentos
que, en muchos casos, no mejoran significativamente la calidad de las publicaciones.
La verdadera Ciencia consiste en generar conocimiento y compartirlo. El conocimiento se genera en
el laboratorio, y se comparte principalmente a través de publicaciones. Pero dado que este sistema
parece tener graves defectos intrínsecos, una gran parte de la comunidad científica comienza a
clamar por un cambio. En la actualidad existe la posibilidad de compartir de forma gratuita nuestras
publicaciones en lo que se conoce como “Bioarchive” (Bioarchivo). El principal problema es que
muchas revistas no aceptan publicar posteriormente estos artículos si ya han sido compartidos aquí.
Entonces ¿existe solución para este problema? Pues la solución no es sencilla, pero es posible. En
primer lugar, el proceso de revisión de artículos debería ser voluntario, por el simple hecho de que el
propio investigador desee mejorar la calidad de su publicación. Cualquier investigador en su sano
juicio será capaz de diferenciar entre un buen artículo y otro que hay que tirar a la papelera, aunque
ambos estén publicados en Nature o Science. Pero además, a la hora de solicitar financiación y
proyectos, el impacto de las publicaciones debería tener mucho menos peso, y otorgárselo al interés
real de los resultados. Para eso debe ser un comité de auténticos expertos en cada materia quien lo
valore de manera objetiva. Porque actualmente, los tribunales encargados de evaluar proyectos
están muy lejos de ello. En general lidian con un amplio espectro de temas de investigación para
muchos de los cuales carecen de conocimientos suficientes. Y por supuesto ha de eliminarse por
completo el “favoritismo” dentro de los tribunales de evaluación hacia “amiguetes”. “conocidos” o
potenciales colaboradores (algo también muy español, pero de lo que no debemos enorgullecernos).
Este tipo de comportamientos hace que en algunos grupos podamos encontrar investigadores
principales que se dedican más a la ¨política” que a la Ciencia, olvidando cuál es su principal
cometido.
Por supuesto, para que todas estas premisas se cumplan debemos confiar en la objetividad y el rigor
de científicos y evaluadores. Pero esta es la única forma de conseguir que el objetivo principal sea
generar auténtico conocimiento, y no convertirnos en aquellos típicos vendedores de ungüentos de
hace un par de siglos.
Señores, la Ciencia es una herramienta para comprender la realidad de forma objetiva. Esto no
significa que a la hora de presentarla al gran público deba hacerse de forma compleja o árida. Ahí
entra en juego la inestimable labor de los divulgadores científicos. Pero eso sí, si lo que quieren es
espectáculo, vayan al circo.
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