Desde que tengo uso de razón he sentido una gran admiración los miembros de la judicatura. Les veía como una serie de venerables señores, que se habían pasado más de media vida preparando unas oposiciones en las que se habían dejado la vista, el pelo y la juventud. Durante gran parte de los ochenta, pudimos presenciar una desternillante serie norteamericana que tenía el título de “juzgado de guardia”. En la misma un juez medio chiflado, con toga y deportivos, realizaba juicios rápidos rodeado de una corte de “frikis” que protagonizaban unas situaciones inverosímiles. Hace poco he visto un “remake” que parece ser que no ha tenido mucho éxito. Aquello era ficción. En España las cosas han sido diferentes. Pero a lo largo de los últimos años hemos asistido a una situación preocupante, e incluso hilarante a veces, que parece ser que ha llegado a su fin. Según dicen los entendidos en la materia, los partidos políticos se rifan los jueces, los cuales se cotizan como si se tratara de futbolistas de élite. Un equipo ficha a unos, el otro ficha a otros y finalmente, gracias a Dios, parece que ha llegado el entendimiento y se inicia una serie de nombramientos que van a arreglar España en un santiamén. Sigo sin entender la diferencia entre un juez conservador y uno progresista. Un juez se tiene que ceñir a aplicar las leyes, que conoce perfectamente, sin ningún tipo de interpretaciones políticas. No será así. Si no lo fuera, no entiendo la zapatiesta en que el país se ha visto envuelto a lo largo de los últimos años. Espero que esta vez sea para bien y los jueces juzguen, la policía detenga a los malos y estos vayan a la trena. Es decir, la vuelta a la normalidad. Termino afirmando que todo cuanto he dicho anteriormente lo he hecho supuestamente. Vaya que me empapelen a mí por desacato. Bendita sea la justicia.
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